
Adolfo Suárez, en la Sociedad de Plateros, junto al autor del artículo
El portalón de San Lorenzo
La traición y el golpe del 23 de febrero de 1981
Durante su mandato, Adolfo Suárez intentó dialogar con todo el mundo, forzando quizás en exceso la máquina
Pocas serán las veces que Adolfo Suárez como presidente de España visitara Córdoba. Fue el 26 de abril de 1979, y vino en la campaña electoral de las primeras elecciones municipales de Córdoba. Ese día visitó la Bodega de la Sociedad de Plateros y la verdad es que le vimos muy entusiasmado bebiendo una copa de fino Peseta que le ofreció Pepe Alcalá 'El Capi'. Tenemos que decir que Pepe Alcalá Moreno había sido elegido como jefe de protocolo entre: Rafael Calvo, Juan Carretero, Rafael Soto, Francisco Rubiano, Miguel Expósito, Rafael Espejo, Rafael Obrero, Manuel Estévez, Manuel Aranda, Miguel Alonso… para que le ofreciera esa copa de nuestro mejor vino, y le participara del reconocimiento que todos sentíamos hacía él.
Todo empezaría, cuando a un joven de 44 años llamado Adolfo Suárez González (1932-2014), miembro del «aparato» del Movimiento Nacional, fue designado por el recién nombrado rey Juan Carlos I para llevar a cabo la reforma política, el complejo proceso «de la Ley a la Ley» diseñado por Torcuato Fernández Miranda (1915-1980), viejo y experimentado jurista que en aquellos momentos presidía las Cortes y el Consejo del Reino, cuyo fin último era la instauración de una democracia plena en España.
Pero los que movían los hilos de la política mundial, y los propios referentes suyos en España, creyeron que este hombre iba a ser manejable y utilizado como un instrumento de quita y pon y al querer tener su propio criterio, como lo demostró en aquellas primeras elecciones democráticas de 1977 y 1979, aquello no se le perdonó nunca, y todos arremetieron contra él, empezando por la mayor parte de su partido la UCD y algunos dicen también que por el propio rey.
Quizás su pecado fue que en las elecciones celebradas el 15 de junio de 1977 obtuvo con su partido la dispar Unión de Centro Democrático 165 escaños de unas Cortes que se consideraron Constituyentes. En las siguientes elecciones celebradas el 1 de marzo de 1979 obtuvo 168 escaños volviendo a ganar las elecciones con aquella UCD, poniendo muy bien a las claras que aquellas victorias se debían fundamentalmente a la figura de Adolfo Suárez que obtuvo la presidencia del Gobierno.Su utilización
A todo el mundo, y en especial a la prensa, causó sorpresa que el monarca eligiese en aquellos momentos convulsos a una persona joven y no muy experimentada como era Suárez de entre una terna donde sobresalían figuras de tanto peso como Manuel Fraga Iribarne (1922-2012) o José María de Areilza y Martínez de Rodas (1909-1998). Lo único donde podía tener cierta ventaja Suárez (más allá de que lo considerasen por su edad «más manejable» en las altas esferas) era en su papel de delfín del poderoso Fernando Herrero Tejedor (1920-1975), Ministro Secretario General del Movimiento y Fiscal General del Tribunal Supremo entre 1965-75, del que el propio Suárez diría:
«Que las mujeres y los hombres valen por lo que hacen; que la vida y el quehacer público alcanzan su sentido más pleno cuando se desarrollan en el servicio a los demás; de Herrero Tejedor además aprendí el valor de la conciencia recta y que lo que importaba era la coherencia personal».

Imagen de cuando Adolfo Suárez comunica a los españoles su dimisión
Traicionado por todos
Una vez aprobada la Constitución, que venía a ser la Gran Ley que uniese a todos los españoles olvidando rencillas y venganzas, se celebraron en 1979 las primeras elecciones generales bajo su marco. Resultó ganadora la fórmula de la UCD, una variopinta coalición de pequeños grupos liberales, democristianos y hasta socialdemócratas, que tenía a la izquierda al PSOE de Felipe González y a la derecha a la Alianza Popular de Fraga, que recogía el voto más conservador. Los principales de esa UCD, gente de mucha personalidad, apenas coincidían en la forma del buen vestir y cortarse el pelo, así como en su actitud moderada, al menos de cara a la prensa. El triunfo que obtuvieron se debió casi en exclusiva al liderazgo que les ofrecía el presidente y su figura carismática entre la población, pero eso nunca se lo reconocerían.
Por ello cuando, por las circunstancias que fuesen, ya no se consideraba a Suárez el hombre apropiado para continuar con el proyecto del rey Juan Carlos los barones principales de aquel pandemonio que era la UCD se sublevaron contra él (estando aún en el gobierno) y el proyecto saltó por los aires. Alfonso Guerra retrató muy bien por dónde irían los tiros en una intervención parlamentaria durante la moción de censura presentada por el PSOE a la que fue sometido el gobierno de Suárez en mayo de 1980:
«Usted, señor presidente, sabe que tiene un partido en que la mitad vota a Alianza Popular y la otra mitad al PSOE».
Todos contra él
Durante su mandato, Adolfo Suárez intentó dialogar con todo el mundo, forzando quizás en exceso la máquina. El ejército, todavía muy influenciado por la época de Franco, interpretaba que estaba desgajando España cediéndola a pedazos a unos y a otros. Y en parte tenían razón, porque el mismo Tarradellas, futuro presidente de la Generalitat, diría que aquel proceso autonómico «era una locura». Además, Suárez había reconocido al partido comunista (el gran enemigo de Franco) a cambio de que éste aceptase determinadas reglas de juego (como la monarquía o la bandera bicolor), pero antes había dicho expresamente que jamás lo haría, y eso era jugar con fuego con los militares que tanta importancia concedían a la palabra dada. No es de extrañar que fuese considerado en gran parte de su seno como un traidor, máxime cuando de forma paralela los asesinatos de ETA estaban subiendo de forma exponencial, la economía estaba atosigaba por la inflación y, para rematar el ambiente, grupúsculos de ultraderecha y la ultraizquierda hacían de las suyas. Mientras, los nacionalistas catalanes y vascos no hacían nada más que pedir y pedir sin reparos.
El panorama político tampoco es que fuese particularmente indulgente con Suárez. De nuevo citando a ese gran artífice de expresiones durante la Transición que fue Alfonso Guerra, éste lo llamó entre otras finuras «tahúr del Mississippi», simplemente porque le gustaba echar una mano de subastado con su vicepresidente el general Gutiérrez Mellado (1912-1995), o «que no cabía en la democracia y la democracia no cabía en él», «regentador de whiskería», o que si entrase de nuevo Pavía en el Congreso para dar un Golpe de Estado «(Suárez) se subiría a la grupa del caballo».
Aunque aquella moción de censura de 1980 no llegó a perderla, la realidad es que lo dejó muy tocado. Criticado por tirios y troyanos, y sin apoyo del monarca (del que se dice que le insinuó que debía marcharse), se empezó a quedar sólo con los más incondicionales. Abandonado, presentó su dimisión y dejó la UCD. De él se diría, leyendo la obra de «Puedo Prometer y Prometo» que Adolfo Suárez:
«Sufrió mucho, incluso físicamente. Tuvo que escuchar la mayor ofensa, que es la de que alguien llame traidor a una persona decente. Moría gente asesinada por la espalda y le decían que era por su culpa. Padeció la injusticia de quienes confundían al gobernante con el mago. Le dejaron solo aquellos con quienes compartió responsabilidades y honores. Le negaron la paz en misa y hubo quien torció la cara y apartó la mirada a su lado en una calle de Madrid».
Incluso Carlos Ferrer Salat (1931-1998) fundador de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), y destacado dirigente deportivo, llegaría de Estados Unidos con el mensaje claro de “acabar con el izquierdoso Adolfo Suárez".

Las gentes pedían autonomía para sus ciudades, sus pueblos. Caso de Segovia y de Almería
¿Qué hacemos, Modesto?
Hay mucha gente que ha escrito sobre lo que ocurrió en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, en aquella tarde donde se procedía a la votación para el nombramiento como presidente de Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo (1926-2008), sustituto del obligado a dimitir Adolfo Suárez. Pero poca gente ha comentado las primeras palabras que ante la llegada de Antonio Tejero pistola en mano, le dirigió Landelino Lavilla Alsina (1934-2020) presidente de las Cortes a Modesto Fraile Poujalde (1935-1994) vicepresidente del Congreso. –«¿Qué hacemos, Modesto?»- Por otra parte, para tener una idea aproximada de lo que era aquella UCD baste decir que el tal Modesto Fraile dimitió de ella, porque no lograría la autonomía de la provincia de Segovia que el pretendió.
Sería, en medio de las votaciones, cuando apareció por allí el teniente coronel Antonio Tejero Molina, acompañado de una serie de guardias civiles, provocando una escena «cuartelera» pistola en mano. Aquellas escenas las pudimos ver al día siguiente gracias a las cámaras de la RTVE que estaban grabando la sesión de investidura la cual, aunque nos parezca sorprendente hoy día, no se emitía en directo.

El teniente coronel Tejero en la escalinata de acceso a la tribuna de oradores
Estos libros sobre el Golpe de Estado, unos mejor redactados que otros, difieren en las conclusiones, pero casi todos vienen a decir lo mismo respecto a su trama: que hubo hasta varios golpes que al final se encontraron en uno solo.
Así, a vuela pluma quiero destacar entre estos títulos 'Anatomía de un instante', de Jaime Cercas; 'Conversaciones con Alfonso Armada', de José Manuel Cuenca Toribio; 'El 23F. el Golpe del Rey', de Antonio J. Candel; 'El 23F. y los otros Golpes de Estado de la Transición', de Roberto Muñoz Bolaños, o 'El 23F. el día que fracasó el Golpe de Estado', por Juan Francisco Fuentes Aragonés. También están los más populares de Pilar Urbano, Victoria Prego o el del pintoresco militar Amadeo Martínez Inglés, que coincidió en la cárcel de Alcalá de Henares con uno de los líderes golpistas, Jaime Milans del Bosch y Ussía (1915-1997).
El fracaso del coronel Martínez Inglés
A Martínez Inglés la verdad es que como militar le asigno poco crédito, pues todavía recuerdo cuando participaba en la radio con el añorado Antonio Herrero Lima (1955-1998), en aquellos programas informativos que se montaban sobre la primera Guerra del Golfo a raíz de la invasión de Irak sobre Kuwait. Como experto y «estratega» militar, y ante los rápidos avances iniciales de la coalición liderada por Estados Unidos, solía decir reiteradamente: «Cuando entren en acción las unidades de élite de la Guardia Republicana de Sadam Hussein con sus tanques, eso ya será otra cosa». Pero el caso es que el general Schwarzkopf, con su famosa operación Tormenta del desierto, acabó en poco menos de cien horas con los 3.300 tanques de las fuerzas iraquíes, provocándoles 32.000 muertos y más de 80.000 prisioneros. Aún estamos esperando que aparezca la tal Guardia Republicana.

Un tanque de aquella batalla de la primera Guerra de Irak y un pozo de petróleo ardiendo
En todo caso, a su libro sobre el 23F sí le concedo cierto crédito, porque se apoyó en sus conversaciones con Milans y además sus principales conclusiones son similares a las de la mayor parte de los investigadores sobre el tema. Y así cuenta lo que pudimos ver todos al día siguiente, cómo después de la irrupción en el Congreso, cuando todo el mundo estaba en 'impasse' a la espera de «algo», no se sabía muy bien el qué, subió a la tribuna de oradores un flaco capitán de la guardia civil de nombre Jesús Muñecas Aguilar de 42 años, amigo incondicional de Tejero, anunciando que una autoridad competente, militar por supuesto, se haría cargo de aquella situación.
Sobre esta supuesta autoridad militar, aunque no todos estén de acuerdo en ello, la mayoría de las sospechas recaen en el general Alfonso Armada Comyn, amigo íntimo del rey, que se iba a presentar como presidente de un gobierno de transición para tratar enderezar la deriva a la que, en opinión de muchos, nos llevaba el gobierno presidido por Adolfo Suárez, aun cuando éste ya había dimitido (seguramente de forma inesperada por los golpistas que llevarían tiempo urdiendo su plan).
Un Gobierno que no surgió por generación espontánea
El Gobierno que llevaba entre sus papeles el general Armada era el siguiente que, para darle un carácter más o menos «democrático», pretendía que se aprobase allí mismo in situ en el Congreso:
Presidente del Gobierno: General Alfonso Armada y Comyn.
Vicepresidente para Asuntos Políticos: Felipe González Márquez (PSOE).
Vicepresidente para Asuntos Económicos: J. M. López de Letona (Banca)
Ministro de Asuntos Exteriores: José María de Areilza (Coalición Democrática)
Ministro de Defensa: Manuel Fraga Iribarne (Alianza Popular)
Ministro de Justicia: Gregorio Peces-Barba (PSOE)
Ministro de Hacienda: Pío Cabanillas Gayas (UCD)
Ministro del Interior: General Manuel Saavedra Palmeiro
Ministro de Obras Públicas: José Luis Álvarez (UCD)
Ministro de Educación y Ciencia: Miguel Herrero de Miñón (UCD)
Ministro de Trabajo: Jordi Solé Turá (PCE)
Ministro de Industria: Agustín Rodríguez Sahagún (UCD)
Ministro de Comercio: Carlos Ferrer Salat (presidente de la CEOE)
Ministro de Cultura: Antonio Garrigues Walker (empresario)
Ministro de Economía: Ramón Tamames Gómez (PCE)
Ministro de Transportes y Comunicaciones: Javier Solana Madariaga (PSOE)
Ministro de Autonomías y Regiones: General Antonio Sáenz de Santamaría
Ministro de Sanidad: Enrique Múgica Herzog (PSOE)
Ministro de Información: Luis María Anson
Como se puede observar, la formación tan concienzuda de este Gobierno no se le pudo ocurrir a ningún Antonio Tejero que se presentase allí de forma más o menos brusca. Por haber, había hasta comunistas, algo impensable para el oficial de la Guardia Civil. La diversidad de figuras, de tan distintos espectros políticos y sociales, apuntan a que esta lista tuvo que ser el producto de muchas horas y días de discusión a todos los niveles (pudiéramos decir conspirando a espaldas de Adolfo Suárez), aunque aún nos queda la duda de quiénes están realmente al tanto y quiénes habían dado su consentimiento para aparecer ahí, lo que luego negarían todos.
Por otra parte, se ha contado en diversas publicaciones que con dicho golpe blando se pretendía parar otro mucho más expeditivo que se preveía para mayo de ese mismo año (interpretando comunicados cifrados de la prensa afín más involucionista) que se urdía en varias reuniones de jefes militares (como una celebrada en Játiva). Milans, según comentó a Martínez Inglés, con el golpe del 23F tenía en mente algo parecido a lo realizado por Miguel Primo de Rivera, con la aquiescencia tácita del rey, aunque fuese a posteriori. Algo similar también al que tuvo lugar en Francia a la llegada del general De Gaulle al poder en mayo de 1958.
No quedan claras las coincidencias de Milans y Armada, éste último más cercano al rey, casi de su familia, si realmente tramaban un mismo golpe o eran dos, pero lo que sí parece seguro es que al final convergieron de alguna forma, así como con lo que tuviese en su cabeza Tejero, que ese sí seguro que pensaba que el golpe sería otra cosa, pero que sería empleado como la cabeza entusiasta y visible para tomar el Congreso, además de por sus ideas más a la derecha por pertenecer a un cuerpo especialmente masacrado por la ETA. O sea, que en realidad no habría uno, sino al menos tres golpes.
Más que las negativas de Tejero a que Armada pudiera presentarse en el Pleno del Congreso leyendo su Gobierno, que rechazó de plano mandando al general de vuelta por donde había venido, lo que lo estropeó todo fue que el rey, si es que en algún momento lo pensaron, de ninguna forma podría aceptar la cuartelada que se había propiciado delante de las cámaras.
Al final aquello salió mal para todos los implicados, y dos generales de los más adictos y leales al rey en el escalafón, significados públicamente por su devoción monárquica (que no franquista), como eran Armada y Milans, se supieron sacrificar por él para no remover más aquello, según el libro de Martínez Inglés.
Los responsables
En aquel juicio militar celebrado en Campamento para dirimir responsabilidades por el fallido Golpe de Estado se notificó la culpabilidad en primer lugar de Antonio Tejero Molina, como responsable público de aquel asalto al Congreso de los Diputados para el que, entre bambalinas, se le pusieron todo tipo de facilidades, entre ellas el apoyo de una parte de los servicios secretos del CESID que, con un trabajo bien coordinado por el comandante José Luis Cortina Prieto, pusieron a su disposición vehículos y más de 200 guardias civiles para poder llegar al Congreso en un santiamén. Parece que hasta los semáforos y el tráfico se pusieron de acuerdo para ponerle vía libre.
Por su parte, el Teniente general Milans del Bosch fue acusado de la proclamación del estado de guerra en su región militar, acompañada de la salida de un batallón de carros de combate (desarmados) que ocupó Valencia el 23F. En su defensa alegó que ni el pueblo valenciano ni cualquier otro de España eran sus enemigos, y que había transmitido órdenes rigurosas de respetar el entorno urbano para evitar accidentes con la población civil. Solo se trataba, decía, de escenificar una situación política especial, limitada en el tiempo, «en provecho de España y la Corona».
Armada, por su parte, adujo que su entrada en Congreso fue para hacer un favor y resolver la situación que se había planteado tras su toma por Tejero, intentando formar un gobierno de concentración nacional. Por su actitud evasiva en el juicio, echando balones fuera, el resto de condenados e implicados lo tacharon de «desleal».
(...hace pocas semanas Estados Unidos ha ordenado levantar el secreto oficial sobre los documentos relacionados con el asesinato de Kennedy. Esperemos que algún día se haga aquí lo mismo y sepamos realmente qué pasó el 23F, que ya somos mayorcitos.)