La universalidad de la Iglesia
Dando un paseo por la ciudad de Gante el pasado mes de diciembre, tuve la oportunidad de acercarme hasta la iglesia de Santiago. La primera construcción que existió en este lugar fue una iglesia de madera, en el mismo espacio que ocupa la actual, que siendo una construcción románica, recoge diferentes estilos arquitectónicos, producto de las diferentes intervenciones realizadas en ella a lo largo de los siglos. La plaza en la que se ubica es, además, el núcleo en torno al que se celebran en el mes de julio las fiestas de verano, lo que hace que no sea un lugar más de la ciudad sino un espacio relevante que aglutina a los ganteses.
Tal vez me dejé guiar por la curiosidad de conocer un punto de referencia en los caminos a Santiago o quizá por esa llamada que parece que el apóstol me hace en todo lo concerniente a la peregrinación hasta su tumba. Lo cierto es que percibí el sentido de la universalidad de la Iglesia. Si el significado de la palabra «católico» es universal, la Iglesia católica obtiene esta denominación. Así lo recogen las notas de la propia Iglesia: una, santa, católica (universal) y apostólica; y así lo profesamos en el credo. Es decir, lo abarca todo: todas las personas, todos los pueblos, todas las naciones. Por tanto, se puede descubrir que en Gante, como en cualquier ciudad o punto del mundo, está la Iglesia; nuestra Iglesia, de la que todos formamos parte.
Las conchas en el suelo me recordaban la multitud de rutas jacobeas que conducen a Compostela, cayendo en la cuenta del arraigo que tiene en Bélgica este itinerario. Además vino rápidamente a mi mente una de las imágenes del retablo de El cordero místico, esa pintura sobrecogedora de los hermanos Van Eyck que custodia la catedral de San Bavón de la misma ciudad de Gante en la que pude admirar la jornada anterior cómo aparecen, entre otros, unos ermitaños y unos peregrinos. Estos últimos, encabezados por San Cristóbal, un santo muy conocido entre los viajeros, caminantes, conductores…, y que parece guiar al grupo de penitentes. Y de ahí, a meditar de nuevo en la iconografía de esta tabla cuyo centro es Cristo, simbolizado en la figura del cordero de cuyo pecho brota sangre que se recoge en un cáliz. Una pintura cargada de sugerencias para la meditación sobre el punto que nos une, Jesús eucaristía.
Al hilo de lo expuesto, tengamos presentes las palabras pronunciadas por Benedicto XVI en una audiencia desarrollada en el año 2012 «incluso en la liturgia de la comunidad más pequeña, siempre está presente toda la Iglesia. Por esta razón no hay «extranjeros» en la comunidad litúrgica. En cada celebración litúrgica participa junta toda la Iglesia, cielo y tierra, Dios y los hombres».