El semanario de la anormalidadPaco Ruiz

Me niego a estar callado

Es posible que esto sea lo quieren los españoles, pero me cuesta mucho creer que seamos conscientes de la caja que hemos abierto entre todos

Actualizada 05:05

Alguien decía que para que el mal triunfase bastaba con que el bien no hiciera nada.

Y en algo así nos vemos por culpa de unos resultados electorales que ni en mis peores cálculos podía vaticinar (ya les decía que nunca he sido oráculo de nada). Pero sobre todo, por una actitud displicente cuando no incrédula y por qué no, abatida y desconsolada, de quienes no nos confesamos sanchistas, conformando así un terreno abonado y fértil para las barbaridades del poder.

Es posible que esto sea lo quieren los españoles, pero me cuesta mucho creer que seamos conscientes de la caja que hemos abierto entre todos.

Hay un serio problema de identidad en lo español, que arrastra desde hace tiempo y al que no se ha puesto remedio ni desde la derecha cuando tuvo el poder. Los resultados escolares supeditados a los gustos de los niños, los profesores subyugados ante las demandas de padres incultos de quienes no puede esperarse reflexión y sentido de la responsabilidad para con la educación de sus hijos; el continuo descrédito a lo patrio, a los valores de unidad, de comunidad y de solidaridad entre los pueblos de España; el uso discriminatorio del idioma para acceder a los puestos de trabajo; el trato vejatorio a los profesionales de la sanidad; los pandilleros campando a sus anchas por las calles, los okupas siendo protegidos desde las instancias públicas; el continuo descrédito a la labor de la justicia desde el gobierno, con el único propósito de salvar su nefasta labor legislativa; la tergiversación incesante de la historia de este país, el más antiguo de Occidente; las continuas insinuaciones sobre la monarquía cuando no su uso torticero; y, ya viene de camino, el ataque que se cernirá sobre la Iglesia Católica, entendida como la última reminiscencia del franquismo en su simplista y tendenciosa ideología .

La libertad ha pasado a un tercer plano, pues no es que ya quede supeditada al interés general, es que depende del interés del sanchismo, máquina de poder donde las haya, campando a sus anchas entre mentiras programadas y guiones preestablecidos para aparentar dedicación donde no hay más que interés, y resilencia donde no existe sino ambición.

Y la prensa escrita y radiofónica afín, pero sobre todo la televisiva, disparando constantemente con siniestros, sucesos y cuitas similares, cuando no distrayendo al personal con el cateto motrileño de Rubiales, cuyo folletín por el piquito a la Jenni le ha venido que ni llovido del cielo a Sánchez para, mientras nos peleamos entre nosotros por semejante sandez, mandar a sus huestes camino de la necesaria redención de España bajo el abrazo infame del cagón de Puigdemont, que aún sigue viviendo a costa del dinero público mientras mea seguramente mirando a España, como corresponde a la indignidad de un cobarde, y limpiándose con un papel higiénico que pagamos entre todos.

Hay que empezar a decir basta ya, precisamente porque quedan cuatro años en los que, a nada que sigamos callados, el sanchismo extenderá sus redes, cada vez más tupidas, como si de un barco arrastrero insaciable se tratase. Si no comenzamos, como hacen los de Greenpeace en los océanos, a echar piedras que rompan esas redes, el fondo de nuestros mares quedará esquilmado ante el empuje de este aparato de poder.

Y tales rocas no son otras que la educación, empezando por descubrir a los españoles su propia historia, la de verdad, la atesorada durante siglos, de honor, de gallardía, de amor a la patria y respeto a las instituciones, de garante de los valores liberales y democráticos bien entendidos, los que principian en el respeto y la observancia a las obligaciones como salvaguarda de los derechos que entre todos hemos conseguido.

Hay que trasladar y hacer partícipes a nuestros chicos de la satisfacción del esfuerzo, de que alcanzar metas está al alcance de todos, y no esta cultura de la subvención, de la sopa boba del mileurismo que a todos iguala por la cola, convirtiéndolos en marionetas manejables desde los hilos del poder, ajenos a la inquietud del conocimiento y la búsqueda de la verdad más allá del tik tok, la X y el Instagram con fotos de posturitas.

Debemos hablar de la responsabilidad de quien maneja los fondos de todos y distribuye a su antojo, de la voracidad del gasto público y por ende del sistema fiscal que ahoga literalmente la libertad individual y empresarial, de la salud del sistema de pensiones y de la deuda pública; del fraude de ley que supone prestar diputados a las formaciones independentistas para que se nutran del dinero de todos los españoles de quienes reniegan.

Me niego a estar callado, y no porque mis palabras representen lo correcto o lo bueno, sino porque al menos servirán para que otros puedan comprobar que hay maneras distintas de pensar, formas diferentes de componer esta canción, acordes disonantes y abiertos, clásicos e imposibles, locuras y certezas, todas ellas admisibles en este camino que hemos de recorrer juntos, que no emparejados ni revueltos tras las consignas de nadie.

PDA: Bajo tus alas protégenos, San Rafael.

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