La vuelta al cole, una pesadilla recurrente
Los niños van ahora alegres y ufanos al colegio, incluso están expectantes ante el día lectivo por venir. ¿Cómo puede haber variado tanto la percepción de la clase?
Hace unos días, el exbaloncestista cordobés Alfonso Reyes -aunque para un aficionado un baloncestista nunca deja de serlo- ponía la foto de un aula en su cuenta de Twitter e indicaba a continuación: «Esporádicamente sueño con ella. Me queda una asignatura. Subo las escaleras, atravieso la puerta del averno y me ponen un examen sin tener ni idea. Los tableros son los antiguos, marrones con infinidad de anotaciones. Me despierto y voy rápidamente a por el título. Alivio máximo». La empresaria y experta en márketing Olga Rusu, de origen moldavo, le contestaba en una mención: «¿Por qué hay tantos españoles con esta pesadilla?».
Jamás se me habría ocurrido que una pesadilla pudiera tener nacionalidad. Mucho menos cuando es tan frecuente y comentada en círculos familiares y de amigos. En mi caso esta pesadilla no sólo es recurrente, sino que encima tengo tres versiones. En la primera, a punto de terminar la carrera, se descubre que no he asistido a varias asignaturas, cuestión que no me parece óbice para la obtención del título. Todas esas asignaturas están relacionadas con las matemáticas, que en periodismo no se impartía. Pero en el periodismo en sueños sí, por lo que sé que tengo que recuperarlas. Maldita sea, ¿cómo me han pillado? En la segunda soy más joven y sucede algo parecido, se descubre que, ay, no cursé matemáticas en COU o 3º de BUP (se nota que me gustan las matemáticas, ¿verdad?), por lo que tengo que repetir curso. Maldita sea, ¿cómo me han pillado? Pero la peor es la tercera. Ya estoy trabajando en los medios de comunicación y me indican que no aparecen mis notas de matemáticas de COU. Pero esta vez sí que había asistido a clase. Y me hacen repetir COU, por lo que vuelvo a clase mayor y encima tendré que hacer todo periodismo otra vez. Esta es la peor porque es un error del sistema, implacable incluso en el mundo onírico. De nada sirven mis reclamaciones. Vedme. Ahí estoy yo otra vez con uniforme y más años que la tos rodeado de chavales de 17 que se quirrarán de mí en el botellón.
En estos días se produce el comienzo de las clases en Córdoba. Y me sorprende las ganas con las que vuelven al cole un enorme porcentaje de alumnos pequeños. En mi época (cuando uno habla ya de «su época» es que le queda mucho menos por delante que por detrás), el sonido de la sirena que marcaba el final del recreo generaba algo que sólo más adultos pudimos descifrar como angustia existencial; el domingo como víspera del lunes era algo tan terrible que la desazón ese día se mantuvo durante décadas; y lo de empezar el nuevo curso en septiembre lo más parecido a lo que debe sentir el preso al volver a la cárcel tras un permiso. Los grandes recuerdos con amigos contrastan con una sensación de reclusión que pensaba inherente a la escuela, y de ahí esas pesadillas al parecer autóctonas.
Pero no, los niños van ahora alegres y ufanos al colegio, incluso están expectantes ante el día lectivo por venir. ¿Cómo puede haber variado tanto la percepción de la clase? Lo cierto es que ahora los padres son hiperprotectores, mientras que antaño éramos una jauría jugando en las calles, con el mundo adulto e infantil completamente disociados. La sensación de libertad contrastaba con el enclaustramiento del colegio, siempre escaso en tiempo libre. Hoy día los padres, muchos de ellos tardíos, están muy encima de los hijos, que desconocen por completo lo que es jugar sin supervisión hasta edades considerables. He visto a padres con las caras desencajadas por perder de vista durante unos segundos a sus hijos de diez años o más en comunidades de vecinos cerradas y sin peligro. He visto a padres dar la mano a sus hijas preadolescentes para que se tirasen de un tobogán, o a madres de cincuenta años montadas en un balancín de un parque con niños de alrededor de trece. Palabrita.
Quizá los niños vean paradójicamente hoy en la escuela la posibilidad de relacionarse entre ellos sin una observación constante, convirtiéndose en libertad para estas generaciones lo que antes produjo pesadillas por su opresión. No es mi intención comparar tiempos diferentes, pues todos tienen sus pros y sus contras, y desde luego la falta de vigilancia de antaño pudo traer disgustos irreparables. Sin embargo, el hecho de que los niños se sientan más independientes y autónomos en el colegio produce una sensación de tristeza. Algo nos dice que eso no está del todo bien, pues fueron desterrados de las calles hace tiempo.
¿Tendrán en el futuro pesadillas los españoles con las vacaciones y fines de semana en casa cuando fueron jóvenes? ¿Y encima con tres versiones? «No puedo soportarlo, sueño una y otra vez que llega junio y no salgo del piso hasta septiembre».
Al menos no los perseguirán las matemáticas, ese implacable Freddy Krueger que ni siquiera necesita garras para atormentar a sus víctimas.