La Córdoba provisional
Pasan las generaciones y se borra el rastro de que aquello era para un tiempo, era efímero y no tenía voluntad de perdurar en el tiempo
Un dicho antiguo que refleja muy bien la adicción que tiene esta ciudad a demorar los proyectos es el que hace referencia a las obras del murallón de la Ribera, cuyo retraso quedó en el imaginario popular de los cordobeses como ejemplo de incumplimiento de los plazos.
El cordobés desconfía de los anuncios. Y esto no ocurre desde tiempos recientes, ni mucho menos, cuando los políticos descubrieron la rentabilidad de la presentación de maquetas que luego, al poco, quedan relegadas al olvido. ¿Recuerdan la maqueta del Palacio del Sur? Costó 11 millones de euros y nadie la ha vuelto a ver desde 2005.
Cuando en Córdoba había un Carnaval que aún no estaba acomplejado frente al gaditano, las murgas cuestionaban la actualidad local con agudeza y gracia. A comienzos del siglo XX se anunció el derribo de unas viejas casas con la intención de prolongar la plaza del Potro hasta el río Guadalquivir. Una de ellas cantó: «Del Potro a la Ribera/ una calle va a abrir./ Deje usted que yo la vea/ y entonces diré que sí». Sana desconfianza.
Otra característica de esta ciudad es la de la provisionalidad que se hace casi eterna. El mejor caso es el de las casitas portátiles, de las que cuentan que se hicieron para solucionar un problema ocasionado por una riada, que iba a durar sólo unos meses y su presencia en Las Margaritas y en Las Palmeras se prolongó durante décadas. Provisionales, decían.
Este lunes, en la flamante Biblioteca Grupo Cántico, que abrirá a finales de enero, su director, el gran Curro del Río, aportó el dato de que las instalaciones usadas hasta ahora en la calle Amador de los Ríos eran provisionales. Allí se trasladó la Biblioteca Provincial en 1984 tras el cierre de la vieja sede de la calle Capitulares con la intención de estar el tiempo justo y necesario de encontrar una nueva ubicación moderna y capaz. Casi 40 años han pasado de aquello.
Pero también hay provisionalidades que se consolidan y llegan a olvidarse. Pasan las generaciones y se borra el rastro de que aquello era para un tiempo, era efímero y no tenía voluntad de perdurar en el tiempo. El mejor caso es el del icono por excelencia de la ciudad, el retablo de San Rafael en la iglesia del Juramento.
En los años finales del siglo XVIII abría sus puertas el nuevo templo pero los recursos económicos estaban exhaustos para rematarlo con un retablo acorde a la devoción y a la importancia en Córdoba que el arcángel requiere. Por este motivo se hizo ese retablo provisional, a modo de urna devocional, que con el paso del tiempo ha calado en los gustos de la ciudad y hoy, al cabo de más de dos siglos, es ya imposible de sustituir.