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Tradición y legado

Actualizada 05:00

Aunque no se puede ni se debe separar la raíz cristiana de esa manifestación de religiosidad popular como son las hermandades y cofradías, y que muestran su esplendor en la Semana Santa que hoy comienza, sí resulta conveniente ampliar la perspectiva y mirar a la Semana Mayor como algo más que una cita festiva en el calendario y en el año litúrgico. Si bien desde hace mucho tiempo estos días se ofertan y disfrutan como un paréntesis vacacional en el que proliferan los destinos turísticos y se convierten en una oportunidad de satisfacer al ocio más que de experimentar una vivencia recogida, cristiana y espiritual, todavía una gran parte de españoles, y de una manera muy característica en nuestra tierra, viven la Semana Santa como lo que es: el nudo central del cristianismo, el misterio de un Dios humilde que se hace hombre en su hijo y que muere sacrificándose por la humanidad. Y que resucita, anunciando una trascendencia que vence al tiempo y mostrando a los hombres la inmortalidad del alma. Ese sentido de la trascendencia, también moral, es el que ha servido a los hombres a caminar por gran parte de la historia, con sus aciertos y errores, con sus logros y fracasos, con todo lo mejor que el corazón puede dar y también con lo peor.

Seguimos siendo civilizados, educados, solidarios, corteses, avanzados y pacíficos gracias al cristianismo, a pesar de todo. A pesar del relativismo existencial que el posmodernismo ha depositado en occidente, del globalismo diluyente, de las identidades tóxicas que pretenden sustituir a las objetivamente sanas y validas. Y en una semana como esta muchos españoles se encuentran de nuevo con lo que fueron, con lo que crecieron, con sus vivencias y con una fe que quizá abandonaron sin preguntarse muy bien a donde les llevaría ese camino.

Hace algunos años, monseñor Asenjo, siendo arzobispo de Sevilla y tras su paso por el cordobés sillón de Osio, dijo en una entrevista que «las cofradías y hermandades son y han sido un dique de contención contra la secularización, y han actuado como una gran carpa que ha impedido que se secara el humus cristiano de nuestra tierra». Más allá de cómo funcionen estas asociaciones públicas de fieles que no escapan tampoco de la mundanidad, sí que son las depositarias de una tradición y un legado no solo religioso y cultural sino identitario. Mantienen los que nos hizo cristianos y nos permiten mirarnos como pueblo, como territorio, como nación. Pero sobre todo salvaguardan unos valores que ahora, desde el poder político y mediático, se tratan de minar día a día. El valor indiscutible de la verdad, de la auténtica solidaridad, el respeto a la historia y el compromiso con el futuro para las nuevas generaciones no es precisamente lo que viven hoy en día los españoles desde las instituciones públicas, políticas y mediáticas. La destrucción sistemática de toda una nación y lo que ello supone se sustenta en la amnesia generalizada y el relativismo que se nos han ido imponiendo taimadamente desde hace décadas, casi desde la misma Transición.

Por eso la Semana Santa, más allá de su sentido religioso pero sobre todo debido a él, es una oportunidad magnífica para recordar quiénes somos, de dónde venimos y lo que todo esos ladrones nos quieren robar. Ladrones que, como Gestas, no alcanzarán el Paraíso.

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