Lo que diga Don Manuel
Los seguidores de Sánchez podrían ser sustituidos por robots que levantarán la mano según indicaciones insoslayables del Don Manuel de la política
Hubo un momento relativamente reciente en la historia de un popular club de fútbol andaluz en el que, su propia supervivencia, parecía estar pendiente única y exclusivamente de las decisiones de su máximo dirigente. Era el Real Betis Balompié de Manuel Ruiz de Lopera, un bético que había logrado la presidencia de una forma, al parecer, poco ortodoxa, algo así como la que consiguió Pedro Sánchez prometiendo acabar con la corrupción, esa que, paradójicamente, afecta hoy a su entorno más cercano.
Los dictados del mandatario bético eran tan rotundos que nadie osaba rechistarle, y su masa enfervorizada de seguidores no tenía necesidad de inquietarse por el futuro del club que había dejado a la exclusiva voluntad de su dirigente: «¡Lo que diga Don Manuel!» era su grito de guerra, su forma de aceptar todo lo que la inmensa voluntad de su consagrado líder indiscutible decidiera en cada momento, porque Don Manuel era la luz que guiaba su desértica voluntad, su dejación de voluntad aherrojada, delegada sin fisuras en el salvador del pueblo entregado a su caudillo.
Cuando hoy se observa el entreguismo del socialismo a los caprichos de su máximo dirigente, no hay otra conclusión posible que acordarse de aquella dejación de responsabilidades de la masa más enfervorizada del beticismo, en virtud de la cual «Don Manuel» podía hacer lo que le viniera en gana porque, aunque fuera contrario a lo que medio minuto antes había dicho, la aclamación sería unánime ante un cambio de voluntad tan patente. Seguro, pensaban su masa de gregarios, que ese viraje no tenía más justificación que los beneficios para el ideario común a los que el amado líder había concluido que se llegaría con su meteórico cambio de criterio.
Hoy no cabe duda de que Pedro Sánchez es el «Don Manuel» de la política socialista para sus aborregadlos seguidores. El sometimiento a su voluntad despótica es total y a sus partidarios les da igual la discordancia entre las decisiones de hoy y los compromisos de ayer. Tan clara es la dejación de voluntad en los volantazos que decida Sánchez, que hoy nadie es capaz de atisbar algo parecido a un mínimo y coherente programa político socialista. Cualquier propuesta que alguien pretenda trasladar corre el riesgo de que, media hora después, Sánchez, conocido entre los suyos como «el puto amo», justifique un cambio de opinión más acorde con sus propias necesidades.
Los seguidores de Sánchez podrían ser sustituidos por robots que levantarán la mano según indicaciones insoslayables del Don Manuel de la política. Nos ahorraríamos sueldos, dietas y primas de asistencia, así como una innumerable cantidad de gastos en asesores, traductores, aduladores, vasallos y demás especímenes del servilismo más primario, ese que de forma tan notoria ha abdicado ante el cambio de opinión tan escandaloso acometido por Sánchez en todo lo relacionado con el separatismo catalán.
La cicuta última que el Don Manuel socialista está administrando a su claque de seguidores es la concerniente al concierto económico con Cataluña, ese que la «doctora en no sé qué» que administra el dinero de todos los españoles se empeña en vendernos como la panacea milagrosa del pan y los peces que, pese a sus empeños, vamos a pagar los más pobres.
La primera escudera de «Don Manuel», presa de su atrevimiento habitual, ha dicho que quienes se oponen al pacto fiscal catalán es que no se lo han leído. Y en seguida hay que concluir que ella, la simpar «Marisu», que dice que se lo ha leído, parece que no lo entiende. No estaría de más que su compañero Borrell, que algo sabe del tema, pusiera en marcha eso que ahora llaman «taller de conocimiento» al que debieran apuntarse todos los socialistas que cacarean como papagayos las consignas del puto amo para vendernos la mercancía averiada. Porque lo que queremos es que nos expliquen qué significa eso de «la plena soberanía fiscal, la relación bilateral con el Estado y la recaudación, gestión y liquidación de todos los impuestos».
Por si fuera poco, otra desahogada como la portavoz socialista Esther Peña reta a las demás autonomías a «que tengan agallas para plantear otras propuestas de financiación diferentes», para tapar la ruptura de la igualdad que ha decretado Don Manuel. Pues no estaría de más que todos los aborregados sanchistas interpretaran correctamente lo que dice su correligionario Illa, el nuevo presidente de la Generalitat, para el cual «a Cataluña le va muy bien que en España haya un Gobierno presidido por Pedro Sánchez». Desde los principios tradicionales de la izquierda solidaria e igualitaria, ¿no sería más aceptable decir que a España le iría mejor con un Gobierno presidido por cualquiera que no fuera Pedro Sánchez?.
Por muchas vueltas que le den y por muchas consignas que los gregarios de «Don Manuel» Sánchez expandan, hay un hecho insoslayable que todo el mundo entiende: dejar la solidaridad en manos de los que tienen que pagar, es como dejar a los ricos que regulen el impuesto sobre la renta. Ya me dirán ustedes si eso beneficia a los más desfavorecidos,… aunque lo diga Don Manuel.