Por derechoLuis Marín Sicilia

Había una vez un circo

Actualizada 04:30

Tras cualquier representación teatral hay ocultos una serie de dispositivos que posibilitan la representación escénica, el cambio de decorados y la búsqueda del argumento pretendido en la obra. Es la llamada tramoya, que no está a la vista del público pero que dirige el espectáculo con la finalidad perseguida por el mismo.

A veces la tramoya es un mero enredo, un engaño o una trampa. Cuando el desquiciamiento es desconcertante, lo que puede ser una obra teatral bien articulada se convierte en un circo para engañar a los más inocentes e ignorantes.

En la esfera musical la tocata viene a significar el preludio de la fuga. La tocata y fuga de Puigdemont, más que una pieza sinfónica armónica y atractiva, ha sido una tomadura de pelo, programada por una pandilla de indecentes, soportada por una ciudadanía abochornada que ha perdido la consideración y el respeto a unos políticos que solo merecen el desprecio y el desdén por su abominable conducta.

Escapar después de conocerse el lugar y la hora en que comparecería el prófugo reclamado por la justicia, sólo ha sido posible por la connivencia de todas las autoridades que tenían la obligación legal de cumplir la orden judicial sobre su detención. Los órganos de seguridad del Estado que vigilan las fronteras, los servicios de inteligencia, la policía autonómica y el propio Ayuntamiento de Barcelona, que autorizó la tarima donde el fugado daría sus mitin, solo debieron coordinarse para no molestar al fugitivo. Los demás números montados son una tomadura de pelo vomitiva que solo soporta una sociedad adormecida y que va perdiendo sorprendentemente su propia autoestima.

Y es que Sánchez ha conseguido tratarnos como a niños que van al circo, al circo de sus abusos que le montan ese millar de asesores que organizan la tramoya del engaño circense, con relatos para ignorantes y sectarios, que repiten sin descanso los múltiples vividores de la opinión sincronizada. Porque la tocata y fuga de Puigdemont ofreció, aparentemente y en directo, los caracteres más frívolos de los espectáculos circenses: confusión, desorden, caos, follón, … pero todo era mentira. El relato del circo, la tramoya, estaba pactada por quienes tenían la obligación de actuar. Y aún hoy, en Suiza seguramente, se seguirá negociando con el fugitivo, porque la continuidad del sanchismo es la mejor noticia que los sedicentes de todos los colores pueden soñar.

Hay muchas cosas que lamentar, entre ellas que dos jueces metidos a políticos, como los de Defensa e Interior, estuvieran de brazos caídos sin activar al CNI ni a la policía de fronteras. ¡Que pena de jueces y que vergüenza de puertas giratorias!. ¿Hasta que nivel de indignidad puede llevar el sanchismo a personas independientes?. En un país normal, libre y democrático, se emprenderían, previsiblemente, acciones para determinar delitos de desobediencia, encubrimiento, omisión de persecución de delitos y obstrucción de la justicia, entre otras posibles infracciones.

La realidad de todo lo acontecido es que Sánchez nos distrae con montajes circenses de todo tipo, para desviar nuestra atención sobre la deriva insoportable a la que está llevando a la nación. Porque no conviene engañarse por más tiempo: Sánchez premia a los filibusteros, piratas y forajidos. A los que sangran los bienes comunes en beneficio propio; a los que incumplen las leyes y les da privilegios. Por ello los indultó, suprimió el delito de sedición, les rebajó la malversación y les dio la amnistía. Y por ello, tras esparcir fango maloliente sobre los demás, volvería a amnistiar a todos sus lacayos, que para eso cuenta con la Fiscalía, la Abogacía del Estado y el Tribunal Constitucional.

El circo de Sánchez seguirá mientras necesite a los enemigos del bien común para mantenerse en el poder. Cuando no hay principios ni valores, los dirigentes autoritarios se ríen del pueblo montando tramoyas que lo distraigan. Y nos tratan como a niños inocentes que se tragan, de manera servil, sus entupidos numeritos con mitos tribales, feudales, históricos y colectivistas, hasta llevarnos a esa ensoñación de la España Plurinacional que Salvador Illa proclama ahora, sin duda avalado por su oportunista señorito que no quiere perder el sillón.

Habrá llegado entonces el momento del cierre del circo y el fracaso de los nuevos tramoyistas. Una sociedad libre, comprometida y cansada de tanto circo, se despierta entonces y decide cambiar los malos gobiernos por otros más respetuosos con nuestra dignidad personal, con la decencia pública y con el orden constitucional. Y ese día podremos volver a entonar aquella canción infantil «Había una vez un circo», del que, por su mal gusto putrefacto, al fin logramos liberarnos. Era el circo de Sánchez. Un circo con muy poca gracia.

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