El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Las rémoras culturales

Actualizada 05:00

En el año 2010, un presentador de una televisión local hablaba en un magacín sobre los conciertos de la semana, y destacaba en aquel caluroso julio lo que estaba por venir: Chuck Norris y Pelé. Quería decir, en realidad, Mark Knopfler y El Pele. Esa errata o gazapo que karatekizaba a uno y futbolizaba al otro, se convertía en un símbolo claro del desgaste del Festival de la Guitarra, que ya desde años antes había entrado en un debate sobre su modelo. Este evento, se consideraba entonces, había desvirtuado su origen, esencialmente flamenco y centrado en el instrumento, para convertirse en un batiburrillo de actuaciones inconexas sin relación con las seis cuerdas, aprovechando que tal o cual artista pasaba cerca de gira. Con el reciente anuncio de la contratación de la banda de metal Doro y la de rock duro Eclipse, y haciendo un repaso al resto de invitados, el Festival de la Guitarra 2024 entra directamente en la fase de representar su propia pantomima. Si hoy día se trajese de verdad al octogenario Chuck Norris y se le plantase entre las manos un ukelele en el escenario del teatro de la Axerquía, no desentonaría en absoluto con el carácter de la cita o incluso elevaría la categoría del cartel.
Si el Festival de la Guitarra parece abocado a una decadencia extendida sin solución, lo mismo sucede con Cosmopoética o Eutopía. Ambos nacieron ligados a los excesos de la época del ladrillazo, cuando el dinero público era más de nadie que nunca. Cosmopoética quedó indisolublemente unida al intento de conseguir la capitalidad cultural del 2016, y de Eutopía se debería escribir un libro. En su primera edición se invirtieron millones de euros para que, por ejemplo, en el concierto estrella de Paul Weller, teloneados por unos Nacha Pop todavía con Antonio Vega, sólo acudiesen un puñado de periodistas y funcionarios con entradas gratuitas. Seguir el rastro de aquel dineral daría para película de Rodrigo Sorogoyen con Antonio de la Torre de protagonista.
Cosmopoética perdió todo su sentido, si alguna vez lo tuvo, al descarrilar la candidatura por la capitalidad. Siempre fue un acontecimiento cultural donde las actividades menos relacionadas con la poesía, o sea, los cantantes, atraían más gente que unos recitales en muchas ocasiones vacíos y con horarios vespertinos imposibles para fomentar la asistencia. Tras sus dispendios iniciales, Eutopía derivó poco a poco hacia un surtido de actividades deslavazadas con presupuestos cada vez menores y una absoluta desvinculación con el público.
En Archipiélago Gulag, Alexander Solzhenitsyn, cuenta como tras la conclusión de una reunión del Partido Comunista en 1937 se pidió un aplauso para Stalin. Los presentes empezaron a aplaudir, siguieron aplaudiendo, continuaron… nadie se atrevía a parar. Tras más de diez minutos de aplausos enfervorecidos, una persona cesó por agotamiento. Esa noche fue arrestado por el KGB y condenado a diez años en el gulag.
Con estas tres rémoras culturales parece como si políticos e instituciones temiesen dejar de aplaudirlas, por considerar que podrían ser condenados al gulag de los enemigos del arte. Y así continúan completamente agotados el Festival de la Guitarra, Cosmopoética o Eutopía, eventos que deberían cambiar radicalmente de modelo o, sencillamente, terminar su recorrido sin problemas. Quizá sería esto último lo más beneficioso, pues ofrecería la posibilidad de repensar qué citas de peso debe tener Córdoba sin semejantes lastres, auténticos succionadores del presupuesto público y de la energía del verdadero sector cultural de la ciudad, que no hay que confundir jamás con los artistas subvencionados que se auto perciben como estandartes del saber.
Y si no, huida hacia delante y que nos traigan a Chuck Norris a dar un recital poético. Con un banjo.
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