Pepito Piscinas Municipales
El Ayuntamiento introduce elementos disruptivos y ajenos por completo a esos recintos, tomando una medida extremadamente rancia disfrazada de modernidad
La historia de la democracia en España se puede resumir como un eterno destape en el que, como de oca en oca, se avanza a trompicones de teta en teta hacia una unidad de destino en lo pectoral. De las de Susana Estrada o Nadiuska, pasando por las de Maribel Verdú o Sabrina, llegamos a las de Eva Amaral o Rosalía en un continuum que va paralelo a los postulados del 78. Autonomías y senos debió ser el lema asumido entonces, quizá en latín, sui iuris civitatem et ubera, donde ambos elementos parecen unir la burocracia y lo corporal en una extraña amalgama, como si a cada epígrafe de un informe le correspondiese obligatoriamente un sujetador desabrochado.
La década de los 70 llega ahora a Córdoba de la mano del Ayuntamiento, que ha autorizado por primera vez el toples en las piscinas municipales. Si a esta ciudad nunca llegaron las suecas, habrá que intentar tardíamente asuecar a las cordobesas. «La cordobesa no es coqueta sino muy prudente y sigilosa, y a nadie compromete», se puede leer precisamente en el artículo La Cordobesa, dentro de la recopilación de Juan Valera que el propio Consistorio está repartiendo por el 200 aniversario de su nacimiento en la Feria del Libro. Y así también se las desjuanvaleriza, que ese señor egabrense debe estar caduco aunque lo republiquen.
Tenían hasta ahora esas piscinas un halo familiar, y un puntito de barrio, siendo el ambiente muy distinto al de la playa. Hay que tener en cuenta que cuando el sujeto moderno atraviesa el límite del paseo marítimo se encuentra con un espacio tan peculiar como auto regulado. En él convive el niño impertinente y la abuela adormecida, el extranjero colorado y la joven semi desnuda, el hidropedal con tobogán y la hamaca con un colchón que sería digno de analizar en un laboratorio. Pero también los jugadores de palas, el que vende helados, el de la moto de agua, el alquitrán en todas partes, las pertinaces medusas, la tijereta, los parroquianos de chiringuito y, en tiempos modernos, el que lleva el dron de vigilancia y graba todo lo anterior desde el aire. En efecto, la playa es lo más parecido a Tierra 2 en Tierra 1. Tiene la misma atmósfera, las fuerzas magnéticas son equivalentes, operan las mismas reglas físicas y está habitada por seres idénticos a humanos. Pero es otra cosa: algo verdaderamente extravagante que cuenta con sus reglas y leyes no escritas seguidas a rajatabla por todo el que osa pisar la arena. Porque hay que ser un valiente para pisar la arena. Un planeta aparte dentro de un planeta más grande.
Sucede lo contrario con la piscina municipal, adaptada durante mucho más de medio siglo a la suave costumbre del chapuzón, el lanzamiento de cabeza o en bomba, y el niño no te tires al agua que hay que hacer la digestión. Todo ello con sus bocatas de filete empanao. Con el toples, e incluso con la posibilidad de reservar algunas horas o lugares al nudismo, el Ayuntamiento introduce elementos disruptivos y ajenos por completo a esos recintos, tomando una medida extremadamente rancia disfrazada de modernidad y rompiendo con las dinámicas asumidas en unos espacios que no requerían de añadido alguno salvo obras de mejora. Cobra aquí el Consistorio la forma de un Alfredo Landa o un Tony Leblanc que pensasen que ser hippy una vez al año no hace daño.
Pero ¿hace daño? En tiempos de hipersexualización, más bien pornificación, y con noticias de acosos y agresiones sexuales por doquier y a diario, semejante desbaratamiento de un ámbito extraordinariamente normalizado y comunitario es introducir y crear un problema donde no existía, en un sitio donde no había que tocar nada y menos eso. Y menos ahora. Luego vendrá el llanto y el rechinar de dientes con los primeros contratiempos.
¿Las reclamaciones? Pregunten en el Ayuntamiento por Pepito Piscinas Municipales.