El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Cristofobia y catedralfobia

Actualizada 12:58

En una reciente videoconferencia que ofreció el profesor de economía de la Universidad Católica de Pereira, Antonini de Jiménez, a una hermandad de Marchena, su pueblo natal, el sevillano, autor de libros como ‘¡Despierta!, razones contra una vida en aislamiento’, ‘Liberofobia’ o, el más reciente ‘¿Por qué deberías ser taurino?’, ofrecía varias tesis interesantes. La charla de Youtube se llama ‘Historicidad y presencialidad de Jesús de Nazaret’, y es más que recomendable. En ella se comenzaba hablando sobre la recurrencia en los argumentos que, un año tras otro, niegan la existencia de Cristo. Indicaba De Jiménez que se tienen muchos más documentos acerca de la existencia de Jesús que de Julio César, pero nadie negaba la existencia de César. ¿A qué se debe? Para el profesor y ensayista en que Julio César está muerto y Jesucristo vivo, en el sentido de que nos interpela a cada uno de nosotros, exigiéndonos no que seamos buenos, sino un camino de santidad. Como no interesa oírle, porque nos cuestiona, intentamos que no exista una y otra vez. «Nuestro corazón pecador es cristofóbico, una parte de nosotros le tenemos fobia a Cristo, esa es la verdad», indicaba.

Proseguía la conferencia ahondando en este sentimiento cristofóbico, incluso entre creyentes. Y añadía otros factores. Por un lado la doble condición de humano y Dios de Jesús y, sumada a ella, que sea Dios a la manera de Dios, y no a nuestra manera. Es decir, añadía De Jiménez, que Jesús no hace lo que esperamos, por ejemplo un supermilagro que le salve o fulmine a sus enemigos. Es hombre a nuestra manera, pero Dios a la de Dios. Es bueno reflexionar sobre ello ante la Semana Santa, cuando, entre aquellos que llaman «muñecos» a las soberbias esculturas de las hermandades y el ataque furibundo de los de siempre al catolicismo, se volverá a poner en duda la existencia de Jesús o su doble condición de Dios y humano, reduciéndolo como mucho a la segunda para intentar a la postre acabar con su existencia.

Podríamos permitirnos hacer un símil y adaptar las tesis de Antonini de Jiménez a nuestra Mezquita-Catedral, que sufre un asalto constante desde la inmatriculación del 2006. Desde entonces no hay año que no surjan intentos de dudar de su titularidad, bajo lo que subyace realmente el ataque a la condición de catedral consagrada al culto. Recientemente se presentaba un libro del deán del Cabildo, Joaquín Alberto Nieva, 'Marco jurídico de la Mezquita-Catedral de Córdoba: titularidad, gestión y uso cultual y cultural', que intenta poner fin a las controversias. Pero al igual que sucede con Cristo, nos encontraremos con la negación de los argumentos más sólidos. ¿Por qué? Existe igualmente un corazón catedralfóbico.

La Catedral nos remite a la doble condición de monumento y espacio sagrado católico, donde el monumento lo es al estilo histórico y turístico, pero su iglesia inserta al del culto y la tradición cristiana. A su vez, en un mundo que ataca furibundamente al catolicismo en la propia Tierra de María, o que propaga religiones foráneas como el islam, la catedral recuerda que España se constituyó precisamente frente al islam, y que Córdoba está completa y absolutamente ligada a la entusiasta espada de un santo y monarca modélico: Fernando III. Y algo más, la catedral nos inquiere sobre nuestras acciones, sobre nuestra obra cotidiana en vida y sobre lo que no hacemos y deberíamos haber hecho.

Y así, mientras la Mezquita está muerta, la Catedral está viva. Mientras la Mezquita queda en los libros, la Catedral está ligada a nuestros ancestros y por tanto a nosotros en presente. Una es ya sólo piedra, la otra espíritu y vivencia en acto. Una no tiene alma, la otra sí. En una no está ni estuvo Jesús, en la otra su presencia y ejemplo son constantes.

La ciudad de Córdoba parece tener un corazón catedralfóbico, forma complementaria de esa cristofobia analizada por Antonini De Jiménez. Ambas forman parte de este zeitgeist en el que el apabullante avance tecnológico apenas puede disimular que los problemas de la humanidad siguen siendo los mismos. En esta inminente Semana Santa, cuando las cofradías, en su carrera oficial, pasen por la Catedral, podremos intuir algunas de sus soluciones.

Y a partir de ahí seguir negándolas … o aceptarlas.

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