La aceraAntonio Cañadillas Muñoz

Ser o no ser

Es la pregunta fundamental de la experiencia humana

Actualizada 04:00

Ante larga noche de celebraciones y un siguiente día de reposo bajé a mediodía. Ya en los pasillos de la planta se respiraba un ambiente diferente. La calle era un puro revuelo de comentarios, aplausos y expectación. Se respiraba alegría. Solo se hablaba de España. De una España que ahora se veía diferente. Era como si hubiéramos tomado una pastilla para soportar los baches de la vida, los problemas de las familias, los del trabajo, los de los autónomos y los del futuro de los jóvenes.

Me esperaban tres amigos en un bar cercano para tomar un Montilla-Moriles. Por cierto ya iba tarde. Eran las 13.10 horas y habíamos quedado a la en punto. Tras saludarlos, me senté. Y uno rompió el hielo del silencio comentando el buen ambiente que se respiraba tras la lección ejemplar de Carlos Alcaraz, los jugadores y cuerpo técnico de la selección española de fútbol y la de la mayoría de los españoles, que habían conseguido unir en un «todos a una» a todo un país.

Sobre Carlitos decía que su carrera va tan rápida que con solo 21 años ya tiene dos Wimbledon y ganando a un mito que parecía invencible en la central del complejo londinense. También comentaba que el mismo rey Felipe VI y la reina Letizia habían felicitado a Carlitos Alcaraz tras ganar por segundo año consecutivo el torneo de tenis de Wimbledon al imponerse en la final a Novk Djokovic. Otro gran hito en la carrera del deporte español, una mezcla perfecta entre coraje, talento, deportividad y unión.

A raíz del apoyo constante de Felipe VI al deporte español, que vivía con los deportistas en primer plano, mi amigo otro amigo extrapoló este apoyo del monarca al momento vivido con la selección española de fútbol en el partido de la final de la Eurocopa contra Inglaterra. Vociferó, aplaudió, sintió, cantó, salto y hasta alzó la copa como un jugador más. El ejemplar apoyo y comportamiento había llegado a calar en los españoles. Y unas acertadas palabras en la recepción. «Lograr en la fase final siete victorias consecutivas es algo que no se ha dado nunca. Me imagino que se os han pasado todo tipo de recuerdo e imágenes pero esto es un recuerdo de generaciones, es una generación mezclada que da a entender el futuro, gracias por vuestro esfuerzo, por jugar como jugáis, no sólo técnicamente, sino con esa alegría, espero que de verdad lo disfrutéis. Gracias por lo que habéis regalado a España».

En la cara opuesta de la moneda estaba la actitud y circunstancias que ocurrieron con el presidente Sánchez. Acudía a la final totalmente desprotocolado y descorbatado y con ciertas heridas en la relación de éste con los jugadores de la selección española de fútbol. El núcleo duro del vestuario piensa que el motivo por el que Sánchez les recibió es el de sumarse al calor de esta selección y tener su foto junto a ellos, algo que no ha podido tener en ninguna de sus visitas a Alemania. Aquel olvido de Sánchez, que no quiso recibir a los campeones de la Liga de Naciones, enfadó al equipo hasta el punto de llegar a vetarle tras ganar a Alemania en cuartos de final de la Eurocopa. Los futbolistas decidieron que no bajara al vestuario tras clasificarse para la semifinal en Stuttgart, el mismo día en el que su mujer, Begoña Gómez, acudía al juzgado a declarar.

No me quiero imaginar las uñas de las manos del presidente sentado en segunda línea y detrás de Felipe VI en el palco del estadio, viendo a todo un rey disfrutar y compartir la alegría con los jugadores y saliendo en todas las televisiones y medios del mundo mundial. Los dirigentes de la RFEF tenían una patata caliente y la resolvieron gracias a que Sánchez se distrajo al querer sentarse con el canciller alemán, el socialista Olaf Scholz. El presidente, al término del encuentro, no encontró la manera de bajar a hacerse la foto con los futbolistas de la selección porque no había nadie que le guiase hasta los vestuarios del Mercedes-Benz Arena.

Otra cosa fue el montaje de recepción de la soledad que organizó en la Moncloa, donde se vieron caras serias en los jugadores ante tal acto y algunas actitudes de desprecio simulado por parte de algunos representantes del cuerpo técnico hacia el presidente. La verdad es que ya sabían que no existía sintonía a causa de ciertos comportamientos de alguien que tuvo que recurrir a las familias de los trabajadores de la Moncloa para, tras vestirlos con camisetas y darles banderas de España, verse algo acompañado en una recepción que se identificó desde el primer momento forzada, con falta de calor y con un ambiente no adecuado para el momento.

Sin ningún deseo de comparación, ni mucho menos, en aquel momento me vino a la cabeza Hamlet, que con una pregunta, abre lugar en el teatro al drama humanístico esencial que se descubría en la época de Shakespeare: el ser humano es más que el rol al cual ha sido «destinado» por los hilos de la historia. El ser humano puede deliberar sobre su destino. ¿Lo hace Hamlet o se queda en la duda?

En realidad, Hamlet vacilaba siempre entre dos escenarios profundos, uno el deseo de venganza y otro la necesidad de autodominio.

Tradición, modernidad, locura, pasión, razón y conciencia son algunas de las cuestiones que se dejan ver en este monólogo. En medio de todo, «Ser o no ser, esa es la cuestión» contiene la duda ante sí mismo.

Ante la terrible posibilidad de la venganza, la propia muerte parece mejor destino que la vida. El monólogo sienta a la conciencia en el banquillo de los acusados. La conciencia luce como la justificación de la cobardía ante la única salida que parece digna, el sueño eterno, antes que el sufrimiento sin sentido.

Ser o no ser, ahí está el problema.

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