La aceraAntonio Cañadillas Muñoz

Teletrabajo

Actualizada 04:00

Hoy salí al paseo rutinario a ultima hora de mediodía, pero caminé poco. Fue por la zona que habitualmente frecuento. Allí seguía el carril bici sin sus pasos de cebra pintados. Y mira que se echa poco tiempo en hacerlo. Me senté en una terraza a tomar un Montilla Moriles, fresquito y unos chochos sacados del mismo frigorífico.

1:30 horas del mediodía y el calor apretaba. Ya marcaba el termómetro cerca de los 37°. Se respiraba en el ambiente el día de la semana, viernes, y mientras los de la jornada completa esperaban que llegara la hora de salir del trabajo, otros ya en sus casas se daban prisa para preparar la pequeña maleta donde no podía faltar las chanclas, la toalla y el bañador. Había que irse a la playa. Yo, sin embargo, quedaría sofocado por el calor en mi casa, y el balcón me disponía a poner un lebrillo lleno de agua y un martillo al lado, por si había riesgo de ahogo ya que el flotador lo tengo pinchado.

Mientras estaba saboreando un sorbito del oloroso vino, escuché una voz muy cercana que me decía muy bajito «¿Tiene 5 céntimos?» Al mirarlo para contestarle, comprobé, que se trataba de un hombre de unos 45 años, medianamente vestido, aunque aseado, con un pequeño macuto en su espalda y unas monedas que sonaban en su mano hueca mientras la movía. Y le dije que para qué quería cinco céntimos. Me contestó que para completar las monedas que tenia y convertirlas en 1 euro.

Llevado con la curiosidad que anteriores situaciones me habían transmitido, le pregunté que de dónde era. Me dijo que de un pueblo de Andalucía. Que estaba en la prisión, pero que su tercer grado le permitía salir a la calle, viernes, sábado y domingo, que tenía que volver. Lo invité a sentarse a la vez que le preguntaba si quería comer algo. Me contestó que no solía beber alcohol porque había salido de él, pero que bebería una cerveza sin alcohol. Mientras la saboreaba junto a la tapa de bolitas de flamenquín que acompañaban a la misma, me confesó dormir en una pequeña entrada sobre un cartón porque en los jardines a partir de las 5:00 de la mañana refrescaba un poco. Y solo lo hacía viernes y sábado, porque el domingo volvía al Centro de Reinserción Social Carlos García Valdés del polígono industrial de Las Quemadas de Córdoba.

Este centro dispone de 125 plazas, que acogen a internos que cumplen condena en la prisión provincial de Córdoba en dos regímenes distintos, divididos entre quienes salen a trabajar y quienes disfrutan de permisos de fin de semana.

A la vez que terminaba la última bolita, pinchada en un palillo de madera, le pregunté que si quería comer más. Me dijo que no, que ya llevaba unas tarrinas de mantequilla y un pedazo de pan, que sacó para enseñármelo. Al verlo me di cuenta que tenía hambre y dispuse a la camarera que preparara, en un pan redondo, un serranito, es decir, lomo, jamón, pimientos y tomate. Me dio un abrazo, con la lógica expectación de las personas que ocupaban las mesas colindantes del restaurante. Con lágrimas en los ojos me dijo « Gracias por haberme escuchado».

Y se marchó lentamente hacia un parque cercano. Mi incógnita quedaba pendiente. No sabía por qué no había solicitado una casa de acogida a través de los servicios del Centro, o si bien esas monedillas que le sonaban en su hueca mano las utilizaría para darse un poco de respiro de droga. No lo sé. Y me quedó una pregunta sin respuesta. ¿Qué destino constaba en la ficha de registro de salida del centro en ese fin de semana?.

Automáticamente me acordé de los que trabajan con estas personas en la prisión, y llamé a una amigo funcionario del centro, de esos que trabajan de verdad con alto riesgo. También me puse en contacto con otro amigo de Emaús, que hace labor de apostolado dentro del centro penitenciario. Tengamos en cuenta que los internos también reciben apoyo y orientación, según sus creencias religiosas.

El primero me decía que en el centro no se vive mal si cumplen las normas y no se meten en líos. Que « se ha dado el caso que después de dos años internos hay quien ha salido mucho mejor y hasta con unos kilos de más». Se puede ganar algún dinerillo con los trabajos que quieras desarrollar.

« Cocina, panadería, internos de apoyo, talleres productivos y economatos, Además de estudios. Algunos han llegado a hacer una carrera universitaria y aprovechar el tiempo de interno.»

Sobre el apostolado, el segundo me comentaba que acuden allí un día a la semana y en unas dos horas charlamos con los reclusos. “La pastoral penitenciaria sirve para dar un poco de aire fresco a los internos e intentamos humanizar a estas personas. Tengamos en cuenta que algunos de ellos, por diferentes motivos, o han perdido la dignidad o se encuentran en situaciones extremas de relación familiar. Allí acudimos representantes de diferentes religiones y creencias. Esta labor de Pastoral es totalmente voluntaria y sin animo de lucro. Es cuestión de fe y de predicar el Evangelio». Ardua labor y entrega de personas que, utilizando su tiempo de ocio, lo dedican a ayudar a los demás.

Pero la realidad, en parte, es otra. Sobre todo basada en la reivindicaciones de los mismos funcionarios V1, V2 y Área Mixta, que desarrollan un trabajo intensísimo, y no libre de riesgo. Son los más cercanos a los internos y desarrollan un trabajo desmesurado en favor de lo mismos, y lamentablemente menos reconocido, a pesar de tirarse 24 dentro del centro, y donde han tenido que pagarse el café, la comida y lo demás. Son los destinados en interior.

Entre muchas peticiones de estos heroicos funcionarios, está la de conseguir la catalogación de «agente de la autoridad». Por son ellos los que, cuerpo a cuerpo y a todo riesgo, tienen que intervenir en cualquier motín que se levante y tratar de tu a tu a cada interno. Esperemos que el Gobierno con el apoyo de todos los partidos, por fin le reconozca tal condición, y lo que últimamente anuncian en el Congreso, no sea un verso suelto que se lo llevó el viento, como en otra ocasión.

Lo que sí está claro es que el asesinato de una trabajadora en la cárcel de Tarragona fue la gota que colmó el vaso. Los funcionarios de prisiones se han hartado: manifestaciones, protestas, cierres de centros, neumáticos quemados, barricadas y accesos bloqueados. Es la respuesta de los trabajadores de los penales al apuñalamiento mortal de una compañera de la prisión de Mas d’Enric (Tarragona), a manos de un reo el pasado 13 de marzo. La rebelión de los funcionarios de prisiones ha arrancado en Cataluña, donde las protestas son generalizadas y ponen de manifiesto el descontento del gremio. Allí han tenido un éxito total. En todos los centros penitenciarios catalanes ha habido seguimiento en mayor o menor medida, pero lo más importante es que esta protesta se está extendiendo a toda España.

Mientras unos funcionarios pueden hacer «teletrabajo» sin arriesgar nada, otros lo desarrollan en el mismo campo de trabajo, al pie del cañón y pidiendo urgentemente que le concedan el grado de agente de la autoridad.

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