La aceraAntonio Cañadillas Muñoz

El barbuquejo

Actualizada 05:00

Hoy en mi paseo quería ir dirección este y me adentré en un barrio en el que nací y vi expandirse poco a poco, hasta nuestros días; el que envuelve entre sus brazos edificios como el Rectorado de la Universidad y donde estuvo hasta hace poco ubicada una de las mejores facultades de España. Me refiero a la Facultad de Veterinaria.

Esta barriada, con una arteria principal, la Avenida de Medina Azahara, contenía, ya entonces, grandes edificios, como el actual de la Gerencia municipal de urbanismo y la central de Sadeco, afincadas hoy en lo que entonces era el antiguo Cuartel de artillería, que más tarde pasara a Cerro Muriano y se integrara en la Brigada Guzmán el Bueno X, (BRIMZ X).

¡Qué buenos recuerdos pude sacar del fondo de mi corazón, de ese baúl en el que vamos introduciendo las vivencias como si de un libro diario se tratara!.

Me acordé de un personaje que hoy no existe en nuestras vidas; me refiero al carbonero, que situado en un pequeño local bajo, vendía carbón y picón para la cocina y el brasero. Emilio estaba siempre allí, con su mono azul oscurecido por el polvo del picón, y con la cara y las manos manchadas de tizne. En los inviernos, servía a las casas los sacos de picón para los braseros. Se trataba del carbonero de la Calle Alvéniz, allí donde existía un cine de verano con el mismo nombre. Todo entorno a la Facultad.

Pero en este paseo por mi acera quiero hacer especial hincapié en un edificio que aún persiste, a pesar del tiempo pasado. Me refiero al lugar donde nací y que al paso por su puerta principal no pude evitar entrar y vivir algunos de mis recuerdos. Se trata del Cuartel de la Guardia Civil, antes más Casa Cuartel, porque allí vivíamos muchas familias que nos unían un solo objetivo: la disposición al servicio durante las 24 horas del día de los guardias civiles.

Los miembros de la Guardia Civil se han visto obligados a lo largo de sus más de 150 años de historia a desplazarse de un punto a otro del país con sus familias a cuestas. Los alquileres no siempre han estado tan a la orden del día como ahora y comprar casas no estaba al alcance de todos, así que, cada vez que se abría un cuartel, se habilitaba una zona para convertirla en la vivienda de los agentes y sus familias, por muy pequeños que los municipios fueran.

Después de que ETA atentara en Santa Pola, donde asesinó a un viandante y a la hija de un agente, y tras los numerosos ataques con muertes que le siguieron, numerosas voces pidieron la desaparición de las casas cuartel. Estos domicilios han sido objetivo constante de los ataques de la banda terrorista que, incluso, los señaló como 'objetivo militar'.

Al entrar por la puerta principal pude ver inscrito en sus paredes el mismo lema que veía de pequeño y que hace de los guardias civiles unas personas excepcionales, dignas de aplaudirles, apoyarles y tener en cuenta: «El Honor es mi Divisa» y que mi padre me explicaba una y otra vez diciéndome que este es el valor principal que debe asumir un guardia civil. El honor es un conjunto de obligaciones que, de no cumplirse, hacen que se pierda. El honor tiene un código: una serie de cualidades basadas en ideales de lo que constituye un comportamiento honorable. También lleva consigo, sacrificio, lealtad, austeridad, disciplina abnegación y espíritu benemérito. A pesar de la lejanía en el tiempo desde su adopción por la Guardia Civil, la esencia de estos valores no ha dejado de ser compartida y apreciada por la sociedad a la que sirve.

En la primera infancia aprendí también que fue un empeño del Duque de Ahumada, impulsor y fundador del Cuerpo allá por 1844, que mostró su interés en que los miembros de la Guardia Civil fuera un cuerpo cercano al ciudadano y le protegiera dotándolos de uniformes no solo prácticos para ejercer sus funciones, sino que, también fueran representativos y reconocibles.

Al atravesar la puerta y llegar a su interior vinieron a mi mente un aluvión de personas, recuerdos y vivencias que se sucedían una a otra conforme avanzaba por sus calles. Lo primero que vi es la 'H' de viviendas en la que nací y crecí hasta que fue sustituida por otra vivienda en «el patio grande». Este patio era el punto principal de encuentros donde los pequeños disfrutábamos de juegos, de preparación y de ensayos de desfiles y de la banda de cornetas y tambores, donde los pequeños habitantes, los hijos, intentábamos imitar jugando a nuestros padres cogiendo un palo sobre el hombro, tocando el tambor sobre una gran lata de sardinas y tocando la trompeta simulada sobre un puño cerrado en la boca.

Allí teníamos de todo, junto a las viviendas y oficinas existía la iglesia, la escuela de párvulo, la barbería, el economato, el médico y el practicante, y hasta el calabozo… Los pequeños éramos muy felices. Era como un pequeño pueblecito en el que todos sus habitantes iban todos a una. Sonada fue la llegada de las motos de tráfico, servicio que había sido asignado a la Guardia Civil procedente de la Policía Nacional.

Pero lo que en un principio solo era servicio rural fundamentalmente, se fue transformando año tras año, y a partir de la creación del destacamento de tráfico se fueron creando otros hasta dar forma a un cuerpo que hoy realiza funciones tan importantes como la de información a través de las unidades UCO, UCE y GAO, y otros como UEI, SEPRONA, GAR, GRS y Judicial, entre otros.

Un guardia civil es militar en cuanto a su disciplina, su honor y espíritu de sacrificio. Su abnegación, integridad, profesionalidad, lealtad y compañerismo lo convierten en uno de los cuerpos más queridos. Pero también es un ciudadano, con algunos de sus derechos fundamentales limitados, un funcionario cualificado de la Administración del Estado; un policía que vela por la seguridad de todos.

Que este escueto artículo sirva para reconocer el trabajo que llevan a cabo todos los guardias civiles del país, a la vez que para homenajear también a todos los que fueron asesinados por ETA, y a sus familias, o que cayeron en acto de servicio haciendo un control, en el socorro a personas, o montados en un coche o una moto. Y no olvidemos nunca que «el todo por la patria» que circula por las venas de estos hombres y mujeres de hoy, llega hasta entregar su vida por los demás a sabiendas de que en su caso caerán, pero el tricornio que portan permanecerá en sus cabezas porque llevan, aunque en estos tiempos sea imaginario, el barbuquejo.

Comentarios

Más de Antonio Cañadillas Muñoz

  • El polvo del camino

  • El camino

  • Le quitan la casa

  • Más de Córdoba - Opinión

    tracking