El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Antonio Casas y el Gran Capitán

Todos pudimos ver en la pantalla que se jugó la vida al poner la mano, como cariñoso saludo, en el occipital de don Gonzalo, como sí le diera una cordial colleja

Actualizada 04:05

No vi el plano exacto en la magnífica retransmisión que hicieron Raúl Díaz y Alex Balsera en PTV el pasado domingo sobre la fiesta del ascenso del Córdoba CF en la plaza de las Tendillas. La noche, el humo, los focos oscilantes, el bullicio y la distancia impidieron distinguir con nitidez qué es lo que pasó momentos después de que Antonio Casas vistiera de blanquiverde al Gran Capitán y bajase de la escalera montada al efecto en el lateral del monumento.

Las cámaras no captaron el momento, pero estoy convencido de que los servicios médicos del club, bien protegidos con sus correspondientes EPI, cogieron a Casas y se lo llevaron inmediatamente para hacerle un reconocimiento en profundidad. Es lógico. Todos pudimos ver en la pantalla que se jugó la vida al poner la mano, como cariñoso saludo, en el occipital de don Gonzalo, como sí le diera una cordial colleja y le dijera: «Ea, otro ascenso más».

El primer plano de ese momento entrañable encendió las alarmas al ver la suciedad que envuelve al monumento. Si desde abajo es algo que escandaliza a cualquiera que lo vea, desde arriba, simplemente, abochorna. Ese cogote del Gran Capitán no sólo mostraba deyecciones de palomas, por no llamarlas de otra manera, sino que también era un catálogo de mugres diversas, cultivos biológicos y, desde la óptica de un avispado activista climático, también tendría residuos contaminantes de la peor especie.

El futbolista rambleño, que según mis noticias se encuentra afortunadamente bien de salud a día de hoy, corrió hace ahora una semana un grave riesgo de contraer un amplio catálogo de infecciones de todo tipo, de esas que la OMS puntúa con tres calaveras. Se jugó la vida.

Este año se están organizando actividades por diversas instituciones para conmemorar el centenario de Inurria y estaría bien que se repasara el estado de su obra situada en la vía pública de la ciudad. Hay unas que están mejor y otras es mejor no mirarlas. Entre estas últimas está el monumento al Gran Capitán, ofreciendo una penosa imagen de abandono a todo el que la quiera ver.

Los excrementos de paloma son visibles desde decenas de metros de distancia, así como los despojos del en su momento novedoso sistema antipalomas que dejó de funcionar hace tiempo y que aún muestra sus restos, en forma de verrugas gigantes, tanto en la grupa del caballo como en los hombros del glorioso cordobés. Aquella tecnología se instaló hace ya casi un cuarto de siglo con cargo al Plan de Excelencia Turística. ¿Recuerdan? Al poco dejó de funcionar y la suciedad comenzó a aparecer y a extenderse por todos los rincones. Y así hasta el día de la fecha.

No hace falta ser un avispado lince para saber que una restauración es siempre más cara que una labor de mantenimiento, periódica, constante y eficaz. Si el Ayuntamiento fuese sensible al patrimonio monumental, que siempre ocupa un lugar destacado en los vídeos que se hacen para Fitur, otra imagen se llevaría de Córdoba ese turismo, fundamentalmente cultural, que tantos esfuerzos dedicamos para su fidelización.

La situación del monumento al Gran Capitán no es exclusiva. Dele usted un rodeo, entre otros, al de Ramón Medina en la plaza de San Agustín o al de Eduardo Lucena, al que desgraciadamente nos hemos acostumbrado a ver con su nariz vandalizada y comprobarán que necesitan un poco más de atención. El de don Luis de Góngora, en la plaza de la Trinidad, meca del visitante mínimamente leído, también pide a gritos salir del estado de abandono. Si se fijan, en su parte trasera tiene unos grandes chorreones de color rojizo que pueden ser, incluso de la calima de hace dos años. Qué pena.

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