El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Los toldos de nunca acabar

La respuesta es conocida: que si este edificio está protegido, que estos vecinos quieren pero los de enfrente se niegan, que si los comerciantes no colaboran, que si el presupuesto es el que es

Actualizada 05:05

Ea, pues ya hemos llegado a los 40 grados. No hace falta que la Aemet despliegue su colorido abanico de alertas para que el cordobés sepa bien lo que tiene que hacer y cómo comportarse ante temperaturas que desafían lo racional.

Uno puede cambiar sus hábitos diarios, adaptar su vestimenta y tener una dieta adecuada al calor. Habrá quien pueda esquivar las horas más infernales, encerrado en casa, pero quien no tenga más remedio que salir a la calle buscará esa franja de sombra por la que andar en fila india con el consuelo de ahí hace un par de grados menos.

Sin entrar en el cada vez más virulento debate sobre los árboles, en el que un activista pretende dar clase a un ingeniero agrónomo o forestal, la sombra rápida y a medida es la que proporcionan los toldos, algo que parece estar maldito en esta ciudad.

Hay unas fotografías antiguas en las que se ve una calle Gondomar entoldada muy distinta al aspecto que tiene en la actualidad. Con un toldo bajo, tupido y con unos telones en su extremo para que no entrara el más mínimo resquicio de cegadora luz vespertina desde la calle Concepción, Gondomar se ofrece en esta imágenes con un aspecto más refrescante que hoy día, invitando a pasear.

Aquellos toldos espesos se perdieron y hace unas décadas se recuperaron en un formato más liviano, perforado y traslúcido para reducir, que no quitar, la potente luz solar del verano cordobés.

La fórmula fue bien recibida y no ha habido gobierno municipal que no haya prometido que estas zonas de sombra se iban a extender por el centro y por las zonas comerciales de los barrios. Nada de nada. Los cambios han sido mínimos, insignificantes, hasta el punto de que más allá de la tajada política que todos sacan del caso cabría cuestionarse si merece la pena seguir con esta desdentada fórmula.

La respuesta es conocida: que si este edificio está protegido, que estos vecinos quieren pero los de enfrente se niegan, que si los comerciantes no colaboran, que si el presupuesto es el que es. En esta cíclica ciudad se repite este debate, como tantos otros, año tras año sin que realmente se avance de forma significativa.

Lo peor que puede ocurrir es que los cordobeses nos acostumbremos a esta situación, como parece que está ocurriendo, y que no neguemos a nosotros mismos de que, incluso, hay posibilidades de mejorar sin esperar a que Sevilla o Málaga nos cojan la delantera.

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