Cervantes y Córdoba
Lo que está ahora en juego es el lugar de nacimiento. Unos lo tienen claro; otros no tanto y lo rebaten
La noticia de esta semana sobre el origen de Miguel de Cervantes no va a quedar opacada por una cortina de humo, como suele suceder a diario con la actualidad política. Los primeros cañonazos desde ambos lados del frente se han escuchado estos días, pero aún queda mucha munición por disparar. Ojalá nos distraigamos un tiempo con esta cuestión y no con lo que los políticos quieren que nos distraigamos.
El origen del autor del Quijote no es nada nuevo, ni mucho menos, pero siempre anima el que se resucite de vez en cuando para alimentar controversias, que si están al nivel adecuado siempre son bienvenidas. Las que no están al nivel son, entre otras, esas que la caverna catalana airea de vez en cuando espléndidamente financiadas con la finalidad práctica de alimentar un ego ficticio, aunque logre menguar intelectualmente cada vez más una región que fue vanguardia en materia cultural.
No, esta vez la polémica no está entre si es Miguel de Cervantes o Joan Miquel de Servent, que lo único que produce es vergüenza ajena como poco. En esta ocasión la disputa está en si nació en Alcalá de Henares o en Córdoba. De la primera localidad hay una partida de bautismo y de la segunda, aparte del arraigo familiar, hay indicios más que sólidos de su estancia infantil. Y ahora, además, un papel firmado, según José de Contreras.
La infancia de Cervantes en Córdoba está más que comprobada. En el documental ‘1553-2021. De Colegio de Santa Catalina a Reales Escuelas La Inmaculada’ se rastrea con bastante rigor el origen de esta institución docente cordobesa, la decana de la ciudad y una de las más antiguas de España. El trabajo realizado por el profesor Giuseppe Palmieri desentraña la génesis, donde se mezcla la figura de San Juan de Ávila, impulsor de la fundación; el deán Juan Fernández de Córdoba, que aportó la pasta, y aquellos primeros 18 jesuitas que pusieron en marcha un colegio de calidad en pleno siglo XVI dirigido a todas las clases sociales.
Era el colegio de Santa Catalina, por sus aulas pasó Luis de Góngora y también lo hizo Miguel de Cervantes. Esto último se sabe porque después ingresó en el centro sevillano y allí consta que venía del colegio cordobés. ¿Por qué no se conserva aquí documentación de eso? Cuando los jesuitas son expulsados en 1767, algo que dañó gravemente la educación en Córdoba, el archivo del Santa Catalina fue trasladado a Madrid, donde se vendió como combustible. Así se las gastaban los ilustrados. Aquel expediente escolar de Miguelito de Cervantes saldría por cualquier chimenea de la capital de la Corte y sus pavesas serían esparcidas por los aires del Guadarrama sobre los tejados de pizarra.
Estaría bien que alguna de las carpetas llegadas de Córdoba no se quemara finalmente y estuviese aún oculta a los ojos de curiosos e investigadores. Estos papeles llenarían de orgullo a la ciudad, pero también a las Reales Escuelas de la Inmaculada, herederas del colegio de Santa Catalina, que cada mañana llena de bullicio infantil la plaza de la Compañía.
Lo que está ahora en juego es el lugar de nacimiento. Unos lo tienen claro; otros no tanto y lo rebaten. En muy pocas ocasiones se produce un debate científico que interese al común de la sociedad y a la vista está la repercusión que ha tenido la noticia a todos los niveles. No vale ahora hurtar esta disputa al conocimiento general, por lo que estaría bien recuperar ese espíritu decimonónico, donde estas cuestiones se dirimían en público y cualquiera podía opinar, como está ocurriendo. Es lo que mejor que se puede hacer por Cervantes y por la cultura.