El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Petalada para Begoña

Lo de Benalmádena no fue un acto de desagravio ni de rehabilitación, sino el inicio de una mitomanía que nos va a tener entretenidos durante un tiempo

Actualizada 05:05

La reacción del sanchismo a la imputación de Begoña Gómez por tráfico de influencias y corrupción ha rescatado del olvido la imagen de una España cañí hace tiempo olvidada y superada. Su aparición ‘deus ex machina’ en el mitin de Benalmádena fue una puesta en escena sólo apta para rancios nostálgicos y generadora de unas reacciones que si son llamativas en España más aún lo son en el extranjero, donde ya han calado a la perfección a quien preside el Gobierno de la nación. No hay más que ver los titulares de la prensa foránea.

Todo lo que diga o haga el PSOE actual tiene que ir como aquellas primeras fotografías de las cámaras digitales, con una sobreimpresión del día y de la hora para así poder ordenarlas mejor y apreciar los cambios de opinión y de criterio. Si, por ejemplo, hace sólo un año él le reía las gracias a sus socios de Gobierno, aquéllos que crearon el relato de que había que «deconstruir el amor romántico», ahora precisamente se ha convertido en un adalid de este amor romántico, con arrumacos y cursilerías más propias de Barbara Cartland que de un dirigente europeo del siglo XXI de un partido que se autoproclama progresista.

El uso que él hace de su esposa no resistiría los más mínimos estándares de calidad del neofeminismo o de las nuevas masculinidades, según prefieran ustedes. Todo es un bluf aliñado con manidos chascarrillos en medio de un mar de adhesiones norcoreanas.

Hoy la llama «mi mujer» -tomad nota, ultrafeministas-, otro día es «mi compañera» o «mi familia». Le da igual. Cosifica a su esposa hasta límites vergonzantes y hoy la saca de paseo a Benalmádena y luego la esconde, pero no deja que se explique y se defienda. Lo dicho: cosificada al máximo.

Vuelvo a lo de Benalmádena porque es la mayor aportación a las artes escénicas de la última centuria, a la vista de la reacción del público. El éxito, en este caso no es de Pedro Sánchez, ni mucho menos, sino de Juan Espadas, que actuó de jefe de pista, hiperbólico y campanudo, y de María Jesús Montero, que crearon el clima necesario para lo que se proponía. Esta vicepresidenta del Gobierno es la que cualquiera quiere tener en la familia o en el grupo de amigos. En un instante anima hasta lo más aburrido, hace fiesta donde no la hay y es capaz de subir la autoestima del más aburrido. Además, tiene un ojo especial para saber quién es el que paga la fiesta para emborracharlo de piropos y de adulaciones. Es lo que aquí conocemos como una ‘agradaora’, de esas que no se cansan de aplaudir con las manos muy altas, para que se le vean bien, con una postura en los meñiques que es imposible de imitar.

Lo de Benalmádena no fue un acto de desagravio ni de rehabilitación, ni mucho menos. En toda regla fue el inicio de una mitomanía que nos va a tener entretenidos durante un tiempo. Desde los gritos de su nombre, como si aquello fuera la calle Martín Rey en Cantillana, a las pulseritas de marras de estética quinceañera todo destilaba un culto al ego de alguien como hacía mucho tiempo que no se veía.

Me temo lo siguiente: harán estampitas y medallas con su cara y la próxima vez que vaya a algún sitio será recibida con una petalada desde los balcones, como si fuera una patrona de pueblo.

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