El rodadero de los lobosJesús Cabrera

De la que nos hemos librado

«Si Trudeau hubiese tenido el volunto de visitar Córdoba en algún momento aún estaríamos escondidos debajo de las piedras»

Actualizada 04:30

Una de las noticias de la esfera internacional que no ha ocupado el lugar que le correspondía, debido a la adrenalina descargada esta semana en el solar patrio, ha sido la dimisión del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, al verse abandonado hasta por los suyos. La irrupción de Trump con la ideaca de incluir este país en los Estados Unidos no ha amortiguado la importancia que tiene la renuncia al cargo de todo un personaje del que los canadienses, como se ve, se quedarán descansando.

Este apostol de lo ‘woke’ sale de la política con un reguero de meteduras de pata de las que nos hemos librado. Si Trudeau hubiese tenido el volunto de visitar Córdoba en algún momento aún estaríamos escondidos debajo de las piedras. De la vergüenza ajena, por supuesto.

Lo mismo que aún están abochornados por el viaje que hizo a la India en 2018. No sólo se le ocurrió invitar a un terrorista a la recepcion que organizó en la embajada canadiense, sino que tuvo el volunto de visitar el Templo Dorado, el lugar sagrado por excelencia para los sij, una creencia no muy bien vista en la India y de la que Trudeau tenía a varios seguidores en su Gobierno.

Lo peor no fue esto, sino que apareció vestido igual que los seguidores de este grupo radical, con impoluta vestidura blanca de holgados calzones, generoso pañuelo naranja alrededor de la cabeza y una tira del mismo color en el cuello, como el padre Ángel. Para colmo, saludaba a todos con las palmas de las manos unidas a la altura de la cara.

Si ustedes buscan en Google las imágenes de esta visita comprobarán que en esos ocho días se disfrazó de más cosas quien, curiosamente, pidió perdón públicamente por haberse vestido de Aladino en una fiesta de disfraces cuando era adolescente. Estas ocurrencias no sólo sucedieron en la India y la suerte que hemos tenido los cordobeses es que no se le cruzado por la cabeza venir a visitarnos.

Quien sí vino a Córdoba en abril de 1989 fue la alcaldesa de Manchester, Patricia Conquest, una venerable sexagenaria de amplia sonrisa, acompañado de su marido, un educado caballero británico, y un señor malencarado de cabeza rapada al uno que siempre iba de uniforme, con el escudo de Manchester en ambas solapas, como Ruiz de Lopera. Dijeron que era el responsable de custodiar un valioso collar de oro, pedrería y esmaltes que doña Patricia se ponía sólo en los actos de mayor relieve como símbolo de su ciudad.

Esta alcaldesa británica disfrutó de lo lindos en los días que recorrió Córdoba. El entonces alcalde, Herminio Trigo, se volcó para que todo saliera bien y le organizaron reuniones con diversos colectivos, visitó los principales monumentos, asistió a actos oficiales, firmó un acuerdo de hermanamiento y recorrió el Jardín Botánico cuando no era, ni por asomo, lo que es hoy día.

A diferencia de Trudeau en la India, la alcaldesa Conquest supo respetar todo lo que el Ayuntamiento le había organizado, como el encuentro con la tuna cuando recorría los patios de San Basilio o cuando la llevaron ese domingo al santuario de la Virgen de Linares porque había romería.

A la alcaldesa britanica le ofrecieron un medio de vino y se lo tomó, la invitaron al clásico huevo duro y lo peló antes de engullirlo para empapar el alcohol. La única licencia que se permitió fue la de pedir una pandereta a un coro rociero e intentar seguir el compás. Operación fallido.

Si en vez de Patricia Conquest es Justin Trudeau quien acude a la romería de Linares, llegaría con sus deportivas, pantalón de chandal, camiseta de Pryca y gorra de la Caja Provincial. Tampoco dudaría en decir «hoy guisamos los hombres» y anudarse un trapo de cocina en la cadera a la hora de ponerse con el sofrito, y antes de terminar la jornada ahorcándole el seis doble a su rival en el dominó. Los que no saben distinguir el bien el mal lo aplaudirían, pero para la gente sensata sería un horror de los gordos. Menos mal que ha dimitido y así nos hemos librado de este espectáculo lamentable.

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