Crónicas castizas
Ocasiones: de golpes de Estado y viajes espaciales machistas
La siguiente ocasión en mi memoria herida fue cuando mi padre nos levantó a todos de madrugada para ver en las pantallas de Televisión Española la llegada del hombre a la Luna en el Apolo XI. Del hombre, no de la mujer, ni de otro género si lo hubiera
Supimos del famoso golpe del 23 F cuando mi padre, que se echaba la siesta con la radio y pijama, salió de su alcoba para avisarnos a los tres hermanos y los refugiados habituales que algo estaba pasando en el Congreso de los Diputados. Las reacciones fueron diversas, como es cada uno. Mi hermana Elena se fue al mercado de Antonio López y compró kilos de comida seca: garbanzos, judías, lentejas por sacos. En su memoria bulleron los recuerdos de tantas veces que nos habían hablado unos y otras del hambre que se pasaba en la guerra. Siguiendo su carácter, Marisol cogió el coche, al que llamaba Enriqueta, y llenó el depósito de combustible echando gasolina incluso en los ceniceros y la guantera por si hacía falta llegar a Portugal o a Francia. Yo llamé a Emilio y Santiago. Y ocupamos el Renault 8 azul de Santi para ser testigos en primera fila.
Y nos desplazamos hasta la carrera de San Jerónimo. En la puerta del Congreso de los Diputados nos echaron una mezcla de militares y policías que no tenían nada claro qué hacer ni cuál era su papel allí. De regreso al barrio, cerca de la plaza Elíptica, nos quedamos sin gasolina. Y llegamos a una estación de servicio a pedir combustible en latas y botellas. Al ir a pagarlo el gasolinero se extrañó y exclamó: «¿Ah, cómo lo van a pagar?». Tres jóvenes llenando latas de gasolina en aquella ocasión no parecían clientes habituales ni buenos pagadores, más bien aficionados a los cócteles y no precisamente mojitos ni margaritas; éramos cualquier cosa menos una garantía de cobro.
También en Madrid, en otra parte, Manolo Cepeda, quien había mandado antes de aquel entonces la XVI centuria de montañeros de la Guardia de Franco, compuesta por veteranos de la Guerra Civil y de la División Azul, formada en la lonja del Monasterio, en la que estaba el profesor Sigfredo Hillers, fundador del Frente de Estudiantes Sindicalistas, que se dio media vuelta, la centuria, al paso de Franco en el Escorial antes de ir a rendir homenaje a José Antonio en su penúltima o antepenúltima tumba, recibió una visita en su casa de un directivo del diario El País –aún debe acordarse, pues vive–, quien le hizo serias protestas de lealtad y amistad, a lo que Manolo le contestó sereno que estaba errado con hache y sin ella y que él no tenía nada que ver ni de lejos con lo que estaba sucediendo en Madrid o Valencia ni tampoco se tragaba adhesiones inquebrantables forzadas por la premura de las noticias alarmantes que iban apareciendo de un golpe en las Cortes y propiciaron algunas peregrinaciones a Francia y Portugal.
La siguiente ocasión familiar a recordar en mi memoria fue cuando mi padre nos levantó a todos de madrugada para ver en las pantallas de Televisión Española la llegada del hombre a la Luna en El Apolo XI. Del hombre, no de la mujer. Ni de otro género si lo hubiera. ¿Que es una asignatura pendiente para todos ellos? Pues sí, porque fue la llegada del hombre y como tal, antaño representante de los seres humanos, pero vistas cómo están las cosas ahora, no representaba más que a los varones y va a ser necesario otro vuelo al satélite con el correspondiente alunizaje para llevar a la mujer y también otros sucesivos para las variantes que quieran inventarse los usuarios de «todes». Y del hecho que nos ocupa hay fotos, incluso de alguno de los astronautas con mandil identificativo de hijo de la viuda, pero todos pene portantes, expresión desafortunada que emplean las patrocinadas perturbadas corruptoras del lenguaje, que no es capricho inocente, sino perversión ideológica de a cuantas costean poniéndose el mundo por montero o consentidas de Iglesias.