El doble juego de Prada

Hace años me compré a toda prisa una gabardina negra en un estupendo establecimiento parisino, pues la lluvia me había sorprendido a finales de septiembre. Cuando me vi reflejada en un escaparate por la calle comprobé ante mi horror que por detrás, la preciosa prenda hacía un efecto de chaquetilla y falda, algo que me resultó ridículo y que me apresuré a modificar con una modista días después. Y esta incomodísima idea del «de un modo por delante y de otro por detrás» ha sido la consigna de Miuccia Prada en su último desfile para mujer en Milán.

En la colección de ayer, como en todas desde que la ayuda el discreto, aburrido y por eso contratado Raf Simons, siempre hay un punto destartalado. Si bien Miuccia fue la primera creadora de los desfiles con cierto feísmo o aparente descuido, un habitual «si pero no» muy exitoso, el conjunto final era normalmente armónico y sentaba tendencia cada temporada.

Pero Raf Simons, de la escuela belga de Amberes, nacido en Neerpelt, junto a la frontera con los Países Bajos, estudió inicialmente diseño industrial. Y esto es lo que pasa cuando transformas a un cubista o a un fabricante de lámparas en creador de moda y colaborador de Van Beirendonck y Margiela: que se su trabajo de concepto, de curiosidad, de inventar lo más imposible y del más difícil todavía le hace olvidar que la moda es un negocio y como mucho, una de las artes aplicadas con más impacto en la vida real.

Si los desfiles de Fendi y de Alberta Ferretti han reinventado en cierto modo las marcas, es cierto que Prada ha vuelto a ser una de las más deseadas. Con un vídeo de Jordan Hemingway, las primeras imágenes muestran a una modelo perdida en el bosque, a una suerte de caperucita oscura y delgada que escucha grillos y maullidos de fondo, sin mucha relación con el desfile posterior.

Las modelos han desfilado con atuendos absolutamente maravillosos (por delante): abrigos sencillos con cierres dobles, cordones y cinturones curiosos, trajes de chaqueta blancos e impecables, bombers, twin-sets y faldas clásicas de Prada, para luego mostrar por su envés una combinación rara de prendas que frontalmente quedaba escondida: pantalón por delante, falda por detrás; abrigo por delante, pantalón por detrás. Muy comercial no es, aunque Miuccia vende ideas y luego la gente acude a su redil a comprar atraída por su liderazgo. Así es la vida y así es la moda.

En cuanto a los accesorios, punto fuerte de las ventas de Prada, la casa milanesa siguió con los tacones sensatos y ponibles. Sus fábricas propias en Montevarchi bordan las colecciones. Las gorras de «poli malo» con plumas moradas y otros inventos a buen seguro salidos del vídeo de los YMCA visto por enésima vez por Simons, un parche, una concesión de Miuccia a su dúo creativo. Los bolsos, normalmente sus best-sellers, iban decorados con flores y –como punto extraño para epatar, a buen seguro surgido en alguna prueba de fitting– colgados de la muñeca con una pulsera elástica para tal propósito. La moda se inventa a veces sobre la marcha.