'Vete de mi parte'
Don Quijote, el mejor guiso de cabra está en Santiago
Manolo García en sala y su mujer Matilde en la cocina son los anfitriones perfectos para una comida de lujo basada en la amabilidad y el respeto a la cocina tradicional
Santiago de Compostela es una de las capitales espirituales del mundo. Hasta su Plaza del Obradoiro llegan cada día, sobre todo en estos dos años jacobeos, miles de peregrinos que ven en la Catedral el final más hermoso a un largo camino de esfuerzo y espiritualidad. Pero Santiago es más, mucho más que el gran cruce de caminos de la fe. Las calles que bordean la Catedral son un constante ir y venir de gente de todas las nacionalidades, que buscan en las tabernas, restaurantes o casas de comidas del centro compostelano las excelencias de una cocina gallega que se ha ido haciendo grande mundialmente con el «boca a boca» de cada viajero. Sentarse en uno de estos templos del buen comer es dar buen a cuenta de una ración suculenta de pulpo, de una centolla de la ría más cercana, de unos pimientos de Padrón- Herbón únicos en el mundo, de unos percebes calientes recién cocidos, de una almejas de Carril de las de mojar pan, de una merluza a la gallega en su punto perfecto de cocción y ajada, de una nécora siempre apetitosa, de una caldeirada de rape, de una lubina al horno, que aquí se llama robaliza, de una empanada de maíz de berberechos o de trigo y bacalao con pasas…
Podría seguir con la lista interminable de delicias gallegas que enaltecen los escaparates de calle del Franco, de la Rúa del Villar, de la calle Raiña, que componen en la geografía santiaguesa de los sabores un mapa inolvidable. Pero, aparte de estas calles típicas, hay otros lugares donde la gastronomía de esta tierra bendita ha ido escribiendo su propia historia. Con motivo de la Vuelta Ciclista a España, mi amigo y padronés ilustre Arturo Reboyras me descubrió uno de esos lugares mágicos al que ya estoy deseando volver. Está en la calle Galeras, detrás de la Catedral, un poco lejos del bullicio jacobeo. Allí, con mis queridos colegas Heri Frade, Quique Iglesias y Gaby Dávila, disfruté de una de esas cenas que el cariño y el sabor convierten en inolvidables.
Entrar en Don Quijote es sumergirte en una atmósfera especial, es un restaurante de los de toda la vida, con mesas de las de toda la vida, con una carta extensa y variada delas de toda la vida y ese ambiente casero de las casas de comidas de toda la vida. Manolo García en sala y su mujer Matilde en la cocina son los anfitriones perfectos para una comida de lujo basada en la amabilidad y el respeto a la cocina tradicional. Empezamos por uno percebes, como dicen los expertos, como «carallos de home» y no hace falta decir nada más, la centolla era uno de esos ejemplares únicos que se ven muy pocas veces. Me quiero detener en lo camarones, porque como los que comimos esa noche es muy difícil encontrarlos.
Lo mejor de la noche vino después. Nos trajeron un guiso de cabra increíble, que me recordó aquellos guisos de cabra que hace un montón de cariños y recuerdos eran manjares obligados en las fiestas de Conxo. Sólo por el sabor y la calidad de ese guiso ya vale la pena acercarse a Don Quijote. Me pareció uno de los mejores platos que he comido en los últimos años. Y se lo recomiendo de todo corazón. Pero Manolo y Matilde tienen mucho más, hacen una lamprea a la bordelesa de categoría y una de sus especialidades es la caza, perdices, faisanes, corzos y, sobre todo, jabalíes se convierten en platos históricos de un restaurante que se llama Don Quijote porque éste era el nombre del primer restaurante del matrimonio en su periplo australiano. Si van a Santiago, no se olviden de acercarse –díganles que van de mi parte– a este lugar que se ha convertido en uno de los grandes de la ciudad de la fe. No olviden pedir Guiso de cabra y ya verán lo que es bueno. Y denle un abrazo a Manolo y a Matilde, que son un encanto de personas y les van a hacer disfrutar como nunca.