El hombre que cuida la vida del cementerio más visitado del mundo
Tres millones de visitantes al año y un millón de muertos en sus entrañas. El conservador del cementerio parisino de Pére-Lachaise
Allí donde otros solo ven muerte, Benoit Gallot ve vida. Allí donde otros solo ven lápidas, Benoit Gallot ve el orificio donde un petirrojo se resguarda de la lluvia. En ese ambiente difícil de describir que envuelve las necrópolis de una sociedad que tanto niega y oculta la muerte, Gallot es capaz de apreciar el ciclo natural de la vida con una sensibilidad especial. Como responsable de uno de los cementerios más importantes del mundo, Gallot tiene especial trabajo estos días. Al igual que todos los años desde que, en 2018, fue elegido conservador jefe del cementerio parisino de Père Lachaise, tras larga experiencia en el camposanto de Ivry. Le designaron al frente de un equipo de 80 personas con responsabilidad de velar por el cementerio más visitado del mundo, con tres millones de visitantes anuales, y última morada de personalidades como Chopin, Wilde o María Callas.
Su cotidianidad a la hora de moverse por lápidas, tumbas, mausoleos y panteones es fruto de la misma profesionalidad sin lugar para sentimentalismo con la que un forense se mueve por el depósito de cadáveres. Pero en ese caso, hay una familiaridad añadida que le viene de muy atrás, de su infancia temprana. Gallot es hijo de marmolistas sepultureros. Pero no se observa en él la falta de implicación de los sepultureros de Hamlet o de Luces de Bohemia, que parecían situar a estos personajes en otro plano; sino todo lo contrario. Porque lo que sorprende es su extraordinaria implicación con la vida de este paraje único en el mundo, su ojo para apreciar el latido imperceptible de los seres vivos, que parece ahogado por la presencia de tantos muertos.
Construido en 1803, por orden de Napoleón I, el cementerio de Père Lachaise fue el primer espacio verde de París y tiene una fuerte dimensión paisajística, gracias a la sensibilidad por la naturaleza de su diseñador, el arquitecto Alexandre-Théodore Brongniart. Como los grandes parques de la capital aún no existían, el nuevo cementerio se convirtió rápidamente en un lugar de paseo bucólico para los parisinos al tiempo que lugar de nacimiento en Francia de los ritos funerarios modernos, ya que hasta entonces se utilizaban fosas comunes. Ocupa una extensión de 43 hectáreas, casi el doble que el jardín de Tullerías. Acoge 70.000 tumbas y los restos de un millón de fallecidos. Pero también 4.000 árboles, algunos ejemplares centenarios de gran belleza y 140 especies de animales salvajes.
La familia de Gallot también vive allí, justo encima de las oficinas del cementerio, junto a una de las vallas de ladrillo que acotan el recinto. El hecho de que a veces les llamen la familia Adams, no parece ensombrecer la felicidad que transmite esta familia de cuatro hijos. Incluso vivieron la pandemia mejor que muchos de aquellos cuyos elegantes apartamentos se sitúan en lugares concurridos y elegantes como la Plaza de la Ópera. Con el cementerio cerrado, con ausencia de visitantes, tuvieron ese gran espacio verde solo para ellos durante meses. Y como ocurrió en otros lugares, la vida afloró de una manera inesperada. Fue un día de aquellos tiempos en los que parecía que la humanidad iba a sucumbir por un extraño virus llegado de Oriente, cuando Gallot tuvo un encuentro inesperado: un pequeño zorro le salió al paso entre dos lápidas en su recorrido matinal. Luego descubrió al resto de la camada. Ya creciditas e igualmente escurridizas, las crías siguen campando por el camposanto. Nadie sabe de dónde vinieron y se han convertido en pequeñas celebridades. Gallot les dio un papel protagonista en su libro «La vida secreta de los cementerios», publicado hace dos años y aparecen con frecuencia en su cuenta de IG, que siguen unas 100.000 personas. El responsable del Père-Lachaise aprovecha sus redes sociales para mostar ese lado del cementerio y mostrar y dignificar el espacio y la labor de quienes, de una forma casi invisible, trabajan en él. «Nos ocupábamos de que la mayoría de las personas que nos visitan solo tengan que venir a poner flores encima de las tumbas».
El principal cometido derivado de su puesto de conservador es garantizar el buen estado de la necrópolis, garantizar que las 10.000 «operaciones funerarias» que se realizan anualmente discurran con normalidad y procurar la mejor «coexistencia» entre visitantes de tan diferente perfil. A quienes visitan el lugar para dar un último adiós a sus familiares, o recordarles en fechas señaladas como este fin de semana, y esperan encontrar un ambiente de máximo respecto y recogimiento propio de un cementerio, hay que añadir un curioso abanico de visitantes. Mitómanos y nostálgicos que visitan las tumbas de las celebridades, aquellos turistas que lo consideran una atracción más o un lugar que refleja la historia de Paris, los jóvenes que ven en él el entorno perfecto para fotografiarse en redes sociales vestidos de fantasmas o de vampiros o quienes acuden a hacer rituales de diferente signo o incluso seguir modas que no se sabe ni dónde han empezado. Hace poco se puso de moda pegar chicle en la tumba de Jim Morrison, una de las más visitadas, que vendría a ocupar el lugar de la Gioconda en el Louvre. Los rituales no son siempre satánicos o relacionados con el llamado «turismo negro». La tumba del joven periodista Victor Noir, asesinado por un Bonaparte en 1870, está relacionada con la fertilidad. Especialmente hace unos años, causo cierto furor. Se decía que si se colocaba una flor en su sombrero, se le daba un beso en la boca y se le tocaba el miembro viril, la mujer que lo hacía conseguía llevar una vida sexual llena de placeres, aumentaba su fertilidad o conseguía un marido en menos de un año. Fue tal el frenesí que hubo que ponerle una valla protectora.
Especialmente interesante resulta visitar el Cementerio Père Lachaise para los melómanos, pues aquí se puede rendir un pequeño homenaje a algunos de los cantantes, compositores o intérpretes más famosos de los últimos 300 años, desde la ópera hasta el rock, pasando por la canción francesa. Chopin, Bizet o Rossini, entre los representantes de la música clásica y la ópera, a Jim Morrison, el célebre cantante del grupo de rock estadounidense The Doors, o Édith Piaf, una de las más célebres representantes de la chanson française de siglo XX Maria Callas. La última en llegar, Françoise Hardy, todo un símbolo de los años 60. Su tumba ayer rebosaba de flores.