Ángel Ubach, psicólogo educativo: «Lo que más debe preocupar a los padres de adolescentes es estar presentes»
Bullying, identidad de género, adicciones, ansiedad, autoestima... todos los problemas de la adolescencia que se ha encontrado en sus más de 10 años como psicólogo educativo -y padre de 6 hijos-, Ángel Ubach acaba de ponerlos en forma de novela juvenil con «El Proyecto de Pablo»
Bullying, identidad de género, adicciones, ansiedad, autoestima... todos los problemas de la adolescencia que se ha encontrado en sus más de 10 años como psicólogo educativo –y padre de 6 hijos–, Ángel Ubach acaba de ponerlos en forma de novela juvenil con El Proyecto de Pablo.
–Parece una novela para adolescentes, pero en cuanto se lee uno percibe que hay mucho más de fondo. ¿Qué es exactamente El Proyecto de Pablo?
–El proyecto de Pablo es el fruto que resume mi experiencia como psicólogo educativo, y a la vez, es una herramienta para ponerla en juego. Es cierto que es una novela para adolescentes que resume algunos de los temas más importantes que deben abordarse con ellos. Durante los últimos cursos, he dado formaciones parecidas a chicos y familias: bullying, gestión del ocio y el tiempo libre, adicciones a videojuegos y redes sociales, técnicas de estudio, cómo afrontar la ansiedad... Para tratar estos temas, usar ejemplos es lo mejor. De ahí que surgiera el deseo de generar un material que pudiera servir a mis alumnos y a otros chicos. Mi sorpresa ha sido ver que también muchos padres lo disfrutan y lo aprovechan para tener conversaciones con sus hijos, así como profesores de la ESO y psicólogos educativos.
El adolescente siempre ha sido aquel que lucha por encontrar su sitioPsicólogo educativo
–Uno de los temas centrales es el bullying. Hoy hay cada vez más información, libros y hasta recursos públicos destinados a este tema. ¿Por qué abordarlo desde una novela para jóvenes?
–En parte, porque los chicos siguen necesitando modelos para aprender a reaccionar ante situaciones de acoso. No basta con concienciar e informar. Y por otro lado, porque en la novela quería destacar un aspecto que, a veces, pasa desapercibido: todos necesitamos ayuda. Mediante los personajes, los lectores pueden detectar la humillación que puede sentirse y reconocer determinadas conductas agresivas. No obstante, no es una novela sobre el bullying, aunque trate el tema. Tampoco es una novela sobre el asperger ni se centra en tener altas capacidades, aunque sea el caso del protagonista. El contexto de la historia es un colegio, y en las escuelas siempre se producen situaciones que, de alguna manera, deben trabajarse. La novela refleja esa realidad presente en sus vidas.
–En efecto, el libro aborda situaciones cotidianas: problemas de autoestima, dudas relacionadas con la sexualidad, la autopercepción de género, adicciones... El hilo conector es la crisis de identidad de los adolescentes. ¿Es un problema propio de la adolescencia, o es que hoy tenemos una crisis especialmente grave que empuja a los jóvenes a tener dudas de identidad?
–El adolescente siempre ha sido aquel que lucha por encontrar su sitio. Es una persona que se da cuenta de que está inacabada y busca respuestas. Por eso, según una de sus raíces etimológicas, adolescente es el que sufre, el que «adolece», porque lo siente todo de una forma muy intensa: acaba de dejar atrás la etapa de la infancia, en la que sus padres han sido el firme fundamento en el que desarrollarse, y pasa a un tiempo en el que trata de experimentar aquello que le han enseñado, de desconfiar de todo lo que ha aprendido para confirmar que eso que cree («eres querido, eres libre, estás llamado a algo grande»...) es cierto. Por eso no soportan las mentiras, las dobleces y las incoherencias. De ahí que sea la etapa de identificarse con sus iguales e idealizar a famosos para tratar de imitarlos. Mira a su alrededor, a su cultura, a las series, a los influencers, a los famosos, a cuantos le dicen «por aquí encontrarás la solución a tus problemas». En ese sentido, la materia prima no ha cambiado.
–Así que lo que ha cambiado ha sido la sociedad...
–Así es. Es obvio que lo que ha cambiado es su alrededor. No hace mucho, un alumno a quien ayudaba en su orientación profesional, me dijo: «Entonces me recomiendas que haga bachillerato y luego tal carrera, es decir, que entre en la rueda de hámster para seguir manteniendo un sistema que nos quiere controlar, ¿no?». Por supuesto, después de darle coba con un par de mitos más como ese que había escuchado en internet, nos acabamos riendo y viendo que, efectivamente, era lo más recomendable para él, y que no debía dejarse eclipsar por gurús que prometen la receta mágica del éxito. Nuestros chicos buscan experiencias sólidas y respuestas que calmen los anhelos profundos de su corazón, pero muchas veces en sus casas no encuentran eso.
Somos los adultos los que no estamos haciendo bien el nuestro: responder y proponerPsicólogo educativo
–¿La actual crisis de identidad de los adolescentes tiene que ver con la deserción educativa de las familias?
–La debilitación de los vínculos familiares, unida a ideologías que atentan contra la naturaleza y que nos llegan a través de los medios de comunicación, de la cultura y el arte, hace que nuestros chicos tengan cada vez más difícil la difícil tarea de desarrollar su identidad sobre firmes fundamentos. En muchas ocasiones, el horizonte que se les plantea es más desolador que esperanzador. Las firmezas, los valores, luchan por mantenerse en pie frente a esa serie de ideologías que tratan de presentarnos el bien como mal y el mal como bien. Bauman llevaba años hablando de una sociedad líquida. Los adolescentes hacen su trabajo: cuestionarnos y buscar. Somos los adultos los que no estamos haciendo bien el nuestro: responder y proponer.
–De hecho, en el libro aparecen diferentes padres y madres que se comportan de un modo muy distinto. ¿Qué imágenes de la familia muestra en la novela y con qué objetivo?
–Como psicólogo, cada día aprendo de situaciones nuevas con familias de lo más diversas. Cada una es un laboratorio espectacular de relaciones humanas. Según la forma en que te relaciones y te percibas dentro de tu núcleo familiar, y según las conductas que te hayan servido para interactuar con los demás y encontrar tu lugar, así actuarás fuera. Sin embargo, existen muchas tipificaciones interesantes sobre los tipos de familia, como la teoría de los estilos parentales de Diana Baumrind, que las divide en función de dos ejes: la exigencia y el afecto. Basándonos en esto, las habría con mucha exigencia y poco afecto (autoritarias), con mucha exigencia y mucho afecto (con autoridad o autoritativas), con poca exigencia y mucho afecto (sobreprotectoras) y con poca exigencia y poco afecto (negligentes). Es una simplificación, pero en mi labor profesional veo estos tipos de familias. Algunas muy heridas, algunas perdidas, otras enrocadas, etc. En la novela, simplemente doy una pincelada acerca de cuánto y cómo puede afectar en la educación de los hijos el estilo que tenga cada una.
–Además de psicólogo escolar es padre de seis hijos. Por su experiencia, ¿de qué aspectos de la vida de nuestros hijos debemos estar particularmente pendientes en este momento social?
–Se me ocurren infinitas circunstancias. Podría hacer un listado de posibles peligros a los que debemos estar atentos: los contenidos que consumen, su capacidad para empatizar, sus aptitudes para soportar la frustración (y esto no se desarrolla de mejor manera que educándolos en la obediencia), el que conozcan sus emociones y entiendan que son un termómetro para ellos... Sin embargo, no quiero hacer una lista interminable de tareas que lo único que consiguen es sumar presión a la labor, tan hermosa como compleja, de ser padres. Por lo que, si tengo que limitarme a nombrar una de ellas, diría lo siguiente: a nuestra ausencia.
El aspecto que debemos cuidar más es el de nuestra presencia y nuestra paternidadPsicólogo educativo
–¿A qué se refiere?
–El momento social que nos toca vivir nos está llevando a demonizar muchas cosas y ver peligros a nuestro alrededor: covid, los smartphones, la pornografía, la ansiedad, la baja tolerancia a la frustración... Sin embargo, todo eso ha venido para quedarse. No vamos a evitar el sufrimiento a nuestros hijos, sería un error. Pero sí debemos estar y acompañar aunque nos rechacen. En el colegio lo vemos: los padres de Infantil están absolutamente implicados, vienen a las formaciones, a las tutorías, te preguntan por sus hijos y por cómo ayudarlos... Pero a medida que crecen, esta presencia, especialmente la paterna, va desapareciendo, como si ya no nos necesitaran tanto. Por ser autónomos en determinadas tareas, nos apartamos y vamos dejándolos solos. Solo reaparecemos para decir, «Te lo dije», «Ya te vale», «Eres un...», en lugar de asumir que siguen siendo personas en desarrollo que necesitan de nuestro consejo y nuestra confianza. Por eso, debemos estar, aunque ellos se alejen, permanecer en la casa, como el padre de la parábola del hijo pródigo.
–¿En qué sentido?
–Ese padre no se va con él, ni aprueba su conducta desordenada, ni entra en casa y pierde la esperanza de que vuelva. Con la de padres que me han dicho: «Yo ya he tirado la toalla»... No, ese padre lo espera. Ese padre está. Está como un faro que, cuando sea necesario volver a la costa, le iluminará el camino. Nuestro mayor peligro es dejar de estar para nuestros hijos. Y no es fácil: los divorcios, el trabajo, las redes sociales, los cientos de compromisos (a veces muy buenos) con los que nos atamos… Así que, respondiendo a tu pregunta, el aspecto que debemos cuidar más es el de nuestra presencia y nuestra paternidad. Como veo en mis propios padres (ya bisabuelos), no se deja de ser padre nunca.