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Proclamación de la Segunda República en la plaza de San Jaime de Barcelona

Proclamación de la Segunda República en la plaza de San Jaime de BarcelonaWikimedia Commons

La política de renombrar las calles para desacralizar los espacios públicos durante la Segunda República

La idea inicial fue potenciar un nuevo santoral laico, donde junto a próceres civiles anticlericales, como Marcelino Domingo o Vicente Blasco Ibáñez, se exaltaran a militares y mártires republicanos

Los republicanos emprendieron una política de desacralización y nueva reterritorialización del espacio público durante la época de Gobierno social-azañista (abril de 1931-abril de 1933) y del Frente Popular (febrero 1936-marzo 1939). Así, en la localidad alicantina de Villena, a los ocho días del caer la Monarquía, las calles de San Francisco, San Antón y de la Verónica recibieron los nombres de Niceto Alcalá Zamora, Concepción Arenal y comandante Pastor.

La idea inicial fue potenciar un nuevo santoral laico, donde junto a próceres civiles anticlericales, como Marcelino Domingo o Vicente Blasco Ibáñez, se exaltaran a militares y mártires republicanos, cuyos nombres sustituirían, en el callejero del toledano pueblo de Villafranca de los Caballeros, a Isabel la Católica, la Santa Cruz, El Santo, La Virgen y San Juan. En la ciudad catalana de Martorell, el Ayuntamiento acordó modificar la denominación de calles y barrios con nombres de santos; aunque tardó más tiempo, el de Castuera (Badajoz), por acuerdo municipal de 8 de abril de 1933, decidió que la calle de los Mártires se dedicara al socialista Julián Besteiro, la de la Iglesia, a Marcelino Domingo y la de Santa Ana, a Margarita Nelken, la famosa diputada socialista anticlerical conocida, desde 1926, por su oposición a conceder el voto femenino ante su temor a que las españolas consultasen antes con sus confesores.

Emilio Castelar desplazó al padre Pascual Ibáñez, misionero en la Islas Filipinas, en el pueblo aragonés de Mallen mientras García Hernández desalojaba a la Virgen de la Ascensión en Monforte. En el jienense pueblo de Porcuna, la plaza de la Cruz se transmutó en Sanchís Banús, neuropsiquiatra socialista, mientras el socialista italiano Mateotti desplazaba en una calle al padre Lara, sacerdote y capellán de la ermita de Jesús Nazareno. En la plaza central el Ayuntamiento se sustituía el monumento al Sagrado Corazón de Jesús –realizado por suscripción popular– por una estatua de Pablo Iglesias.

En algunos casos, se llegó a laicizar no sólo el callejero sino el mismo nombre de la población

Hasta en Santa Cruz de Tenerife se modificaron nominaciones urbanas tempranamente, pues trece vías mutaron el 18 de abril de 1931, a propuesta del concejal socialista Pedro García Cabarera, y otras siete, el 13 de mayo. Entre ellas, la calle San Francisco de Paula –consagrada a los estudiantes en honor de aquellos que iniciaron el movimiento opositor contra la dictadura– y la plaza de la Iglesia, dedicada a la fiesta del 1 de mayo. Tras las elecciones de febrero de 1936, las plazas de San Telmo y de la Virgen de la Candelaria se transformaron en Adolfo Benítez y República, y la calle de San Carlos en sargento Vázquez, mártir izquierdista de la revolución asturiana de 1934. En el pueblo jienense de Jódar, la calle de la Concepción se transformó en Margarita Nelken a comienzos del mes de junio de ese año, y en Porcuna la plaza de San Juan se transformó en Carlos Marx a los cuatro días de celebrarse las elecciones. Un ejemplo de la soberbia autocomplaciente de los frentepopulistas.

Todos estos cambios en el nombre de los espacios públicos fueron hechos con notoria publicidad, como en el caso de la ciudad de Málaga donde el 1 de mayo de 1936, como una actividad más dentro del programa de la fiesta socialista, se descubrieron lápidas de las calles Luis de Sirval, Cayetano Bolívar, Aida Lafuente que sustituyeron a las dedicadas, respectivamente, a Santa María, Cruz Verde y Carmen. En algunos casos, se llegó a laicizar no sólo el callejero sino el mismo nombre de la población, como la gaditana ciudad de La Línea que, por acuerdo municipal de 5 de junio de 1931, borró oficialmente su calificativo «de la Concepción».

Para las bases sociales republicanas, la política municipal de reordenamiento de espacios públicos formó parte de un punto esencial de su cultura política

Para las bases sociales republicanas, la política municipal de reordenamiento de espacios públicos formó parte de un punto esencial de su cultura política, el anticlericalismo, el cual continuó siendo un «pegamento» en sus coaliciones electorales. Y para hacer frente al clero no cabía sino la confrontación directa con el mismo y con sus seguidores católicos, lo cual implicaba la imposición de reformas, límites legales, prohibición de actividades o bien su persecución hasta su definitiva erradicación. Pero en muchos núcleos urbanos se observó una resistencia pasiva, como en Santa Cruz de Tenerife, donde el concejal González Trujillo protestó públicamente por esa desobediencia civil, como se podía comprobar en algunos periódicos, donde los anunciantes continuaban rotulándose con los nombres del antiguo callejero, negándose a reconocer los otorgados por la conjunción republicana-socialista. En Porcuna (Jaén) un grupo de vecinos logró que la calle dedicada al beato Garrido, mártir en Argel, recuperara su nombre el 3 de junio de 1933, desplazando al escritor socialista y anticlerical Tomás Meabe, con el que se había rebautizado a las pocas semanas de implantarse el régimen republicano.

Durante la etapa de Gobierno del centroderecha (diciembre de 1933-febrero de 1936) se produjeron mutaciones en la rotulación y denominación de vías públicas, pero fueron en menor número y sin que por ello se pretendiera la restauración total de la toponimia monárquica ni de la religiosa, ya que esas medidas hubieran sido consideradas por las izquierdas como una intolerable provocación a la cual hubieran tenido que responder. Pero en algunas poblaciones, al calor de los sucesos revolucionarios de 1934, continuaron desacralizaron calles, como en Albacete, donde la calle de la Virgen se denominó de Asturias, en homenaje a la región sublevada.

Y, en definitiva, esta reterritorialización, conscientemente provocadora y generadora de conflictos, resulta ser un ejemplo más de la escasa capacidad nacionalizadora e integradora de la mitificada Segunda República.

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