Picotazos de historia
El mayor desastre británico de la Segunda Guerra Mundial: Singapur
Singapur era la mayor y principal base militar del Imperio Británico en el sudeste de Asía
La campaña del Pacifico, durante la Segunda Guerra Mundial, supuso un tremendo enfrentamiento cultural entre dos mundos (Oriente – Occidente) formados por pueblos con características raciales muy definidas, con prejuicios e incomprensión mutua que darán lugar a un brutal encarnizamiento, a medida que el conflicto se prolongaba.
Singapur era la mayor y principal base militar del Imperio Británico en el sudeste de Asía. Se encuentra situada en la isla del mismo nombre, al sur de la península de Malaca o de Malasia y separada de esta por el estrecho de Singapur.
En diciembre de 1940 el mariscal del aire Robert M. Brooke-Popham, comandante en jefe de las fuerzas aéreas en Asia escribió, en relación a prisioneros de guerra japoneses que había visto en China: «He echado un buen vistazo, a través de las alambradas, a varios especímenes de subhumanos vestidos con sucios uniformes de color gris. Se me informó que eran soldados japoneses. Si representan la media del ejército japonés los problemas para su alojo y alimentación serán simples. No puedo creer que sean capaces de formar una fuerza de combate inteligente».
Semanas después nos dejó esta otra perla, tras haberle sido sugerido que se mejorasen las defensas antiaéreas de Singapur: «Podemos manejarnos con los Búfalos que tenemos (se refiere a los cazas Brewster Buffalo de fabricación norteamericana, completamente obsoletos y desfasados con respecto a la aviación japonesa)».
Singapur, diseñada como una fortaleza marítima, estaba protegida por cañones navales orientados hacia el mar. Cuando se señaló que sería prudente levantar defensas y fortificaciones por si sufrían un ataque desde la península, el teniente general Arthur Percival –comandante en jefe de las fuerzas de la Commomwealth en Asía– respondió: «Creo que el tipo de defensas que propone levantar sería perjudicial para la moral de la tropa y de la población». Y así les fue.
En las horas previas a la rendición, tanto los militares como los civiles, se emborracharon o comieron cuanto pudieron encontrar
La campaña de Malaya y toma de Singapur fue un desastre absoluto, tanto militar como en prestigio, para las fuerzas británicas. Los japoneses sufrirían 3.507 muertos y 6.150 heridos frente a los 5.703 muertos, 7531 heridos y más de ¡130.000! prisioneros de las fuerzas del Imperio Británico. Las tropas del general Yamashita, que ocuparon Singapur, apenas suponían un tercio de la guarnición de la fortaleza.
En las horas previas a la rendición, tanto los militares como los civiles, se emborracharon o comieron cuanto pudieron encontrar. Otros hacían cola frente a las oficinas de los dentistas para que les arrancaran cualquier pieza dental con signos de caries, en previsión de un largo cautiverio. Otros se desesperaron o buscaron consuelo en la religión. Unos pocos –muy pocos– consiguieron huir utilizando los escasos medios aéreos y navales con los que contaban. Un ejemplo clásico fue el comandante de la 8ª división australiana, general Gordon Bennet, a quien le echarían en cara el abandono de sus tropas durante el resto de su vida.
Unos pocos se enfrentaron a la parca con dignidad, entre ellos el artillero Walter Brown (1885 – 1942), un héroe de la Primera Guerra Mundial condecorado con la Cruz Victoria. Al estallar el conflicto Brown había mentido sobre su edad para poder alistarse. El veterano de 57 años, la última vez que le vieron sus compañeros del 2/15 regimiento de artillería, estaba guardándose algunas granadas de mano y aprovisionándose de cargadores para su arma. Cuando le preguntaron qué hacía, respondió: «No hay rendición para mi». Sonrió, dio media vuelta y se internó en la jungla para no volver a ser visto jamás.