De Carlos IV al Watergate: la evolución histórica de la prensa como cuarto poder
Los periodistas y escritores celebramos este viernes san Francisco de Sales, nuestro patrón desde 1923, cuando el Papa Pío XI le otorgó este reconocimiento
Albert Camus dijo que «una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala». Es una premisa que se ha repetido en el periodismo a lo largo de su historia, al igual que la censura y las presiones. Ya en el siglo XVIII, tanto gobiernos, como monarcas o los revolucionarios franceses crearon sus propios medios afines o leyes que limitaban la difusión de esas nuevas publicaciones que criticaban al poder.
En este tándem entre libertad y censura es en el que la prensa «buena», como la llama Camus, se convirtió en el cuarto poder, como garante de la libertad de expresión, información y crítica.
En plena Ilustración se crearon unos 40 diarios dedicados a la cultura, la economía, los sucesos, la crítica u opinión o la política
Durante el reinado de Carlos III, el rey que puso a Madrid en el mapa, empezó el florecimiento de los periódicos literarios. En plena Ilustración se crearon unos 40 diarios dedicados a la cultura, la economía, los sucesos, la crítica u opinión o la política. Grandes escritores españoles aportaron su pluma, y otros personajes no tan conocidos se convirtieron en referentes del periodismo de la época.
Uno de ellos fue Francisco Mariano Nipho, creador del primer diario español y otros 19 más, entre los que se encuentran: la Estafeta de Londres, donde plantea lo que piensa del periodismo, Diario curioso-erudito y comercial público y económico, Cajón de sastre, El murmurador imparcial, El bufón de la corte, entre otros. Puso las bases para muchas cosas que hoy consideramos normales, porque creó la primera sociedad periodística de España, reguló las cartas al director e impulsó las suscripciones privadas.
Al mismo tiempo, aparecieron otras publicaciones por toda España, como el Diario curioso, histórico, erudito de Barcelona y el Diario de Valencia, ya en el siglo XIX. En este contexto de esplendor también hubo censura, especialmente durante el reinado de Carlos IV, cuando el conde de Floridablanca implementó un «cordón sanitario» a ciertos diarios críticos, y suprimió publicaciones no oficiales.
De la censura anglicana y revolucionaria al cuarto poder americano
Fuera de España también se aplicó la censura. En Inglaterra se aprobó la Ley del Sello en 1712, con la que se aplicaban nuevos impuestos sobre la impresión de hojas impresas, anuncios y publicaciones. Esto limitó mucho a los diarios ingleses y el primer ministro, Robert Walpole, lo utilizó para silenciar las críticas.
La prensa empezó a establecerse como mecanismo para influir en la opinión pública
Aparte de las limitaciones, la prensa empezó a establecerse como mecanismo para influir en la opinión pública. Uno de esos casos sucedió durante la Revolución Francesa y el establecimiento de la república posterior, cuando las publicaciones sirvieron para difundir las ideas revolucionarias, al igual que había ocurrido con las ilustradas. Jean-Paul Marat, líder revolucionario, creó El amigo del pueblo, un periódico dirigido a las masas donde alentaba a la violencia y fervor revolucionario.
Además de este uso propagandístico, las exageraciones y las noticias falsas (fake news) también han sido una constante. Uno de los casos más conocidos es la explosión del Maine en 1898. Cuando la noticia llegó a Washington, los periódicos como el Evening Journal o el The World, cuyo propietario era Joseph Pullitzer, ya hablaban de que había sido un ataque con torpedos realizado por España. Figuras como Pulitzer y William Randolph Hearst popularizaron un estilo de periodismo sensacionalista, donde la búsqueda de lectores superaba los límites éticos.
No obstante, ya en el siglo XX, la prensa de Estados Unidos se mostró como poder independiente y capaz de enfrentar a gobiernos e instituciones. Dos ejemplos emblemáticos del periodismo como cuarto poder son el caso Watergate o los Papeles del Pentágono. En el primero, los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, del Washington Post, destaparon una red de espionaje político que provocó la dimisión de Richard Nixon en 1974.
En el segundo caso, el New York Times y después The Washington Post publicaron unos documentos que demostraban falta de transparencia del gobierno durante la guerra de Vietnam. Más allá de los casos concretos, lo que está claro es que desde los diarios ilustrados de Nipho hasta los grandes casos de corrupción política destapados en el siglo XX y en la actualidad, la prensa «buena» ha sido –y debe seguir siendo– el baluarte de la información rigurosa, la libre expresión y vigilante del poder, a pesar de las limitaciones económicas, la competencia sensacionalista o la censura.