Historias macabras: cuando un brigadier quiso hacer chorizos con la carne de una infanta
En España, la Tercera Guerra Carlista comenzó en 1872 mediante una serie de levantamientos que, si en principio fueron fallidos, finalmente supusieron un nuevo alzamiento militar contra la revolución liberal
En 1873, ante las buenas noticias que anunciaron la consolidación de los carlistas en Navarra y Vascongadas, aumentaron paulatinamente sus fuerzas en Cataluña, hasta un total, aproximadamente, de 12.000 soldados, aunque sus mandos no consiguieron dominios territoriales estables. A fines de diciembre de 1872, habían cruzado la frontera pirenaica el infante don Alfonso –hermano de Carlos VII– y su esposa, María de las Nieves, para ponerse al frente de esos catalanes, aunque sus discrepancias con algunos líderes guerrilleros, como Francisco Savalls, fueron inmediatas. María de las Nieves pronto adquirió fama de valiente, indómita y fiel compañera de su esposo, al que acompañó en sus incursiones por las provincias, considerándola los liberales como un enemigo más.
Las partidas poseían su propia forma de hacer la guerra y sus jefes se resistían a ponerse a las órdenes de los oficiales regulares. Tenían en su mente la tradición guerrillera de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), trasmitida y mitificada de generación en generación de forma oral o escrita. El número de sus miembros variaba constantemente –sobre todo en función de los trabajos del campo– pese a que, tras la proclamación del régimen republicano el 11 de febrero de 1872, el número de carlistas en armas había aumentado sensiblemente.
Las principales actividades de las partidas consistieron en la recaudación de fondos y contribuciones, destrozos de líneas férreas y telegráficas, incendio de estaciones, entradas en poblaciones, quema de registros civiles, apresamiento de armas y escaramuzas con las columnas, sin olvidar algunos fusilamientos y secuestros. Pero unas guerrillas no habían ganado una guerra, por lo que los mandos carlistas insistieron constantemente en organizar un ejército regular, uniformado y coordinado.
En los primeros meses del año 1873 prosiguieron las escaramuzas y el viejo sistema de marchas y contramarchas –utilizado en anteriores guerras–, siempre escapando de las tropas liberales, mal organizadas e indisciplinadas. Las fuerzas carlistas atacaron algunas poblaciones de Norte y el Centro catalán, saldándose los lances con victorias. Las tropas liberales perdieron Ripoll el 16 de marzo y, once días más tarde, Berga.
Los carlistas, en esta última ciudad, tomaron como un importante botín formado por 500 fusiles Remington, 8.500 fusiles Berdan, 1.200 carabinas y 340.000 cartuchos. El día 30 de junio, las fuerzas legitimistas subieron al monasterio de Montserrat porque el infante Alfonso de Borbón y su esposa quisieron consagrar su ejército al Sagrado Corazón de Jesús, para subrayar la idea de que eran modernos cruzados en lucha contra una República anticlerical y anticatólica.
Pero la batalla más importante librada en tierras catalanas fue la de Alpens, donde falleció uno de los más destacados militares liberales, el brigadier José Cabrinety. La contienda se desarrolló entre los días 9 y 10 de julio, destacando en esta acción el batallón de zuavos carlistas, inspirado en los uniformes de los soldados argelinos de infantería al servicio de Francia. Se habían hecho famosos en la guerra de Crimea y en la defensa de Roma, al crearse un regimiento de soldados pontificios zuavos en 1861.
Según las memorias de un soldado carlista, Constantino Mori, el día 10 llegó a Savalls «la noticia de que Cabrinety salía de Prats de Llusanés para Alpens y ordenó a Auguet que con un batallón se dirigiera a paso ligero sobre este pueblo para apoderarse de él antes de que llegara el enemigo. Entre tanto llegó el general Savalls con el grueso de las fuerzas y ordenó al comandante de mi batallón que con cinco compañías atacase por retaguardia y a mi compañía, con la de guías, que atravesásemos el pueblo para apoyar a Auguet».
Como el enemigo no avanzaba, ordenó Savalls atacar a la bayoneta, acción que realizó con tal empuje y rabia que fueron hechos prisioneras dos compañías que permanecían en la retaguardia. Según Mori, «todas nuestras fuerzas no llegaban a mil cuatrocientos hombres, sin artillería, mal armados, pues los voluntarios lo estaban con escopetas de distintos sistemas. Se dio orden de atacar a las casas ocupadas por el enemigo que habían intentado salir por cuatro veces, cayendo en una de ellas el brigadier Cabrinety atravesado por dos balazos, uno en el pecho y otro en el cuello y quedando muerto en el acto».
El cadáver del jefe militar liberal, que había jurado hacer chorizos con el cuerpo de la infanta María de las Nieves si caía en sus manos, fue llevado a presencia de ella y su esposo, que ordenaron se le diera cristiana sepultura, encargándose además, de los más de mil prisioneros liberales que se hicieron como consecuencia de su victoria. Pero si la batalla de Alpens significó un duro golpe para el ejército republicano, el asalto a Igualada, los días 17 y 18 de julio, supuso la muerte para uno de los más destacados militares carlistas, el comandante Ignacio Wills.
Sin embargo, entre medias de estas acciones bélicas, el 12 de julio se había sublevado el cantón de Cartagena, lo que aumentó el desconcierto y la división de las fuerzas militares liberales que tuvieron que hacer frente a los legitimistas, a los revolucionarios cantonalistas y, en la lejana Cuba, a los insurrectos. Estos hechos favorecieron el alzamiento carlista y su consolidación durante ese año en medio de la desastrosa situación del régimen republicano.