La fascinante vida de la primera española que triunfó en Hollywood
Fue la gran estrella del cine español y venía precedida por su fama en Hollywood y por las buenas críticas a su trabajo además de una exuberante belleza
Aunque me gusta mucho el cine tengo que reconocer que carezco de gran cultura cinematográfica, por eso me tropecé con este interesantísimo personaje de manera tardía y por casualidad. Estando destinado en Riga, a finales de los 2000, presentamos la exposición «Cine español: una crónica visual». El comisario de aquella muestra era el cineasta, ya fallecido, Jesús García de Dueñas, que con paciencia y un conocimiento apabullante del séptimo arte nos iba explicando la historia que escondía cada una de aquellas fotos. Se paró, especialmente, en una dedicada a una elegante señora, de pelo azabache, ojos oscuros, cejas amplias, finas y arqueadas, nariz recta y labios sensuales.
«Es Conchita Montenegro, la primera española que triunfó en Hollywood –me dijo–. La retiró del cine un compañero tuyo, el diplomático Ricardo Giménez- Arnau, al casarse con él».
Aquella fue la primera vez que me hablaron de esta actriz y dada mi curiosidad innata enseguida me puse a investigar sobre ella. Su biografía me pareció realmente fascinante y cuando el gran escritor Javier Moro sacó la novela biográfica Mi pecado, basada en su vida, me acuerdo que la devoré en un santiamén. Me apasionan los libros de Moro, pero este, en particular, tiene un encanto muy especial. También han escrito sobre esta actriz la periodista Carmen Ro y el escritor Xavier Rey-Ximena, posiblemente la última persona que entrevistó a Conchita.
¿Pero quién era, en realidad, Conchita Montenegro? ¿Cómo recaló en Hollywood? ¿Por qué su figura, que en su momento brilló a la altura de otras divas del cine clásico, quedó relegada incluso en su propio país?
De San Sebastián a París y California
La donostiarra María de la Concepción Andrés Picado, más conocida por su nombre artístico de Conchita Montenegro estudió danza en París, donde aprendió a hablar correctamente francés. La bailarina, en 1927, con tan solo 16 años, dio el salto al cine, arte en el que pronto fue considerada una joven prodigio, hasta tal punto que en 1930 la Metro-Goldwyn-Mayer le ofrece un contrato en Estados Unidos.
¿Cómo podía ser eso posible sin hablar inglés? Pues porque en los inicios del cine sonoro no existían los doblajes, de tal manera que la misma película se rodaba con diferentes actores en diferentes idiomas, por lo que Conchita pasó a ser una de las imprescindibles en todas las producciones dedicadas a la audiencia de habla hispana. Al vivir en California y dada su facilidad para los idiomas aprendió enseguida a hablar en un excelente inglés, adaptándolo incluso al acento de personajes de distintas nacionalidades que tenía que interpretar, por lo que pronto da el salto al cine en versión original.
De sus inicios es la famosa anécdota del sonoro bofetón que le propina a Clark Gable por el atrevimiento de darle un beso en una prueba de un rodaje. Lo que le provocó una gran carcajada al actor, entonces ya consagrado y amor platónico de miles de americanas que hubiesen «matado» por estar en los zapatos de la Montenegro. Se ve que ya entonces las españolas no toleraban los «Rubiales».
Aquella fue una época feliz para Conchita. Frecuentaba las veladas en la mansión de Charles Chaplin en Hollywood, la que Scott Fitzgerald bautizó como «casa de España», porque allí convocaba todos los sábados a actores estadounidenses y españoles, (el periodista Alfonso Vázquez cuenta que a Groucho Marx se le ocurrió la escena del camarote en una de aquellas atestadas fiestas). Allí Conchita compartió juerga con algunos de los mejores actores patrios de la época, como Antonio Moreno, José Crespo, Rafael Rivelles, María Alba, escritores como Jardiel Poncela o diplomáticos metidos a cineastas, como ese otro compañero de descomunal talento que fue Edgar Neville.
En aquel Hollywood de los treinta del pasado siglo, que sorteó la gran depresión de manera mucho más cómoda, también conoció a músicos como Xavier Cugat y a Margarita Carmen Cansino, la que podemos considerar la segunda actriz de origen español en triunfar en Hollywood, mucho más conocida por su nombre artístico de Rita Hayworth (la tercera sería Sara Montiel), fue buena amiga de Greta Garbo y conoció, también, a los mejores actores latinoamericanos de su tiempo. De hecho, se casaría brevemente (su primer matrimonio solo duró dos años), con el actor y cineasta carioca Raul Roulien.
Buster Keaton, Clark Gable, Leslie Howard...
En Hollywood Conchita pasa a trabajar con los mejores actores de aquella década: Buster Keaton, Clark Gable, Leslie Howard, Robert Taylor, Victor McLaglen... Hay que tener en cuenta que otros actores del Hollywood clásico que llegarían a ser incluso más icónicos que estos, aún no habían triunfado. John Wayne estaba encasillado en westerns de muy bajo presupuesto y no fue hasta final de los 30 que John Ford lo lanzó al estrellato con La diligencia, una de sus muchas obras maestras y Bogart, cuya carrera se la debe por cierto a Leslie Howard, no rodaría El halcón maltés hasta 1941.
De todas las películas de la Montenegro de esta época hay una que la marcaría muy especialmente. Se trata de Never the twain shall meet (1931), titulada Prohibido en su versión española, en donde compartió protagonismo con Leslie Howard, con quien vivió una intensa historia de amor.
Su historia de amor con Leslie Howard
Howard, junto con Gable, fue una de las indiscutibles estrellas de los 30. No es por casualidad que ambos fuesen contratados para la superproducción Lo que el viento se llevó; en el caso de Howard, en el papel del amor platónico de Scarlett, Ashley Wilkes. El de Leslie y Conchita era un amor imposible. El primero estaba casado desde 1916 con la británica Ruth Evelyn Martin y aunque al parecer no estaba enamorado de ella, nunca se planteó romper el matrimonio. Sin embargo, fue aquel un romance apasionado que dejaría una profunda huella en la actriz española. Howard, prototipo de actor inglés, era curiosamente hijo de emigrantes húngaros judíos. Quizás esos antecedentes pesaron en el activismo antinazi del actor en la segunda guerra mundial.
En 1942 Conchita había regresado a España y había iniciado una relación con el diplomático Ricardo Giménez- Arnau, aunque seguía manteniendo la amistad con un Howard que, para entonces, compatibilizaba su profesión de actor con la de agente británico. En este segundo rol e informado de la cercanía a Franco del novio de su antigua amante (Ricardo había sido, además, delegado del servicio exterior de falange), viaja a Madrid, en 1943 y le pide que le consiga una entrevista con el dictador, a lo que ella accede. ¿Además de hablar de cine, que más se trató en aquella reunión? No se sabe a ciencia cierta, pero, tras la misma, la posición de España con respecto al Reich cambió notablemente. Se pasó del estatus de no beligerancia al de neutralidad y se ordenó regresar a la división azul.
Los alemanes no perdonarían el activismo de Howard (nunca resultó muy creíble la teoría de la confusión con Churchill), y así en su vuelo de regreso a Reino Unido, a la altura de la preciosa ciudad cantábrica de Cedeira, su vuelo comercial, que había salido de Lisboa, fue interceptado por ocho Junkers Ju 88 que habían despegado de Burdeos y fue abatido. Se encontraron los restos del avión, pero a ninguno de sus ocupantes. Desde el año 2009, una placa en San Andrés de Teixido recuerda a este inmortal actor y su lucha por la libertad.
En 1944, Conchita se casó con Giménez-Arnau y abandonó su carrera de actriz. Desde entonces y hasta su muerte en 2007 no aceptó ningún homenaje, ni reconocimiento y apenas concedió entrevistas. Quizás, por ello, la que fuese considerada la Greta Garbo española alcanzó un curioso anonimato que autores, como los citados, se esfuerzan meritoriamente en violentar. Porque su vida y su obra fue realmente fascinante y es justo que sea reconocida.