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Batalla de Lepanto por Jose Ferre Clauzel

Batalla de Lepanto por Jose Ferre Clauzel

Lepanto, una lucha entre la cristiandad y los musulmanes por el Mediterráneo

Los comandantes de las galeras cristianas prometieron la libertad a los galeotes (remeros) que luchasen en la batalla de Lepanto

«Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos en la estimación de los que saben dónde se cobraron» escribió Miguel de Cervantes después de perder la mano izquierda en la batalla de Lepanto que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571. Este histórico enfrentamiento no se entiende sin su contexto, en el que los reinos cristianos tuvieron que enfrentarse en numerosas plazas al poderío naval otomano, que buscaba expandirse a lo largo del Mediterráneo. La cristiandad debía hacer frente a estas incursiones que amenazaban sus costas.

En 1570, los turcos tomaron la isla de Chipre, un ataque que movilizó a los reinos cristianos para crear la Liga Santa, una coalición militar formada por tropas del Papa Pio V, caballeros de la Orden de Malta, fuerzas de varias repúblicas italianas como Génova o Venecia, y del ducado de Saboya, y, por supuesto, los tercios y marinos de la Monarquía Hispánica de Felipe II, que se haría cargo de casi la mitad de la financiación de la liga.

En total, unas 200 galeras, galeazas y otros buques, con unos 30.000 marineros y 20.000 soldados de mar, entre los que estaban los Tercios españoles

Todos reunieron material, hombres y buques en Mesina, con la intención de atacar y acabar con la flota otomana. «En estas galeras había mucha gente señalada por su nobleza y valor, y además de ochocientos aventureros españoles, había –por orden del rey– cien caballeros, capitanes y gentilhombres», explica Fernando de Herrera en su Relación de la guerra de Cipre, y sucesso de la batalla naval de Lepanto, de 1572.

El escritor del Siglo de Oro también detalla que en la agrupación naval que se formó en Nápoles había «doce galeras del sumo Pontífice, que eran las de Florencia, con su general Marco Antonio Colonna, caballero del Toisón de oro, gran condestable de Nápoles […]; tres galeras de Malta, cuyo general era Pedro Justiniano, prior de Mecina, con muchos caballeros de la religión […]», o que «Enmanuel Filiberto, duque de Saboya y príncipe de Piamonte envió tres galeras», y «de Venecia se hallaban ciento nueve galeras». En total, unas 200 galeras, galeazas y otros buques, con unos 30.000 marineros y 20.000 soldados de mar, entre los que estaban los Tercios españoles. La liga comandada por el Almirante Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, puso rumbo al golfo de Lepanto (Patrás) para luchar contra los otomanos.

Cinco horas de sangrienta lucha

El 7 de octubre las naves de la cristiandad avistaron a la flota otomana en Lepanto, que estaba formada por unas 290 naves de diferente tipo y 40.000 hombres entre marinos y soldados. Durante la mañana ambas fuerzas colocaron los navíos en formación en tres líneas de ataque. Al norte, pegado a la costa, se situaron 63 galeras lideradas por Barbarigo, que debían atacar a las naves turcas de Mohamed Sirocco. El grueso de la flota se concentró en mitad de la formación con 63 naves al mando de Juan de Austria que tenían el apoyo de Álvaro de Bazán en la retaguardia con más de una treintena de galeras.

Frente a ellos formaban casi 100 galeras otomanas, incluida La Sultana, desde donde el almirante supremo Alí Pachá organizaba su ataque. Al sur se dispusieron las galeras genovesas de Andrea Doria, que jugó un papel controvertido en Lepanto, porque decidió alejar la formación y algunos lo consideraron un traidor, aunque la opinión mayoritaria es que se separó del resto para atraer las naves otomanas de Uluch Ali, que lideraba la sección sur de la flota. Según cuentan las crónicas, en torno al mediodía del 7 de octubre empezaron los combates.

Las naves de la Liga avanzaron hacia las enemigas con la intención de abordarlas y abrir fuego contra ellas en cuanto estuvieran a tiro. Cuando las primeras naves embistieron entre sí, se creó una escena «confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres», en la que la artillería destrozó las cubiertas de varios buques otomanos, mientras la infantería y los tercios abordaban las naves enemigas espada en mano. Fueron cinco horas de escabechina «terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían, el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos», según describió Luis Cabrera de Córdoba, en su crónica a Felipe II.

Los turcos habían dejado de ser invencibles en el Mediterráneo y la Monarquía Hispánica se consolidó como potencia mundial frente al enemigo

La cristiandad había vencido en la cruenta batalla naval de Lepanto, aunque a un precio bastante elevado: 15 naves se perdieron, hubo más de 7.500 muertos y casi 8.000 heridos. Cifras irrisorias comparadas con los casi 30.000 muertos otomanos, según las estimaciones porque se desconoce el dato exacto. Además, se hundieron 15 galeras y la Liga Santa consiguió capturar otras 160. Los turcos habían dejado de ser invencibles en el Mediterráneo y la Monarquía Hispánica se consolidó como potencia mundial frente al enemigo. La victoria en Lepanto se convirtió en la mayor epopeya bélica del momento y los textos de Cervantes, Luis Cabrera, Fernando de Herrera y los epitafios preservados en iglesias de toda la cristiandad dan fe de aquella gesta naval.

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