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John Graham Lough en su estudio, 1881. Pintura de Ralph Hedley

Detalle del cuadro titulado John Graham Lough en su estudio, 1881. Pintura de Ralph Hedley

Picotazos de historia

La pasión creadora de Lough: destrozó su piso para esculpir una figura de tres metros de alto

El estudio se encontraba hecho un desastre, sucio de arcilla y humedad y en el techo se podía ver un enorme agujero

John Graham Lough ( 1798 – 1876) fue uno de los once hijos de un humilde herrero del condado de Durham en el Reino Unido. Como la vida era dura, las bocas que alimentar muchas y los ingresos familiares cortos, desde muy joven empezó a trabajar como aprendiz de cantero. Desde el primer momento en que empezó en la labor mostró un talento natural en el dibujo y modelado, lo que llamó la atención del potentado local –que tenía el curioso apellido Silvertop–, quien le animó a ampliar estudios y explorar nuevas técnicas y formas artísticas.

Lough, a los veintiséis años de edad, animado por Silvertop, quien le aportó una modesta cantidad de dinero como ayuda, partió con destino a Londres con idea de estudiar los famosos mármoles de Elgin –partes del Partenón y otros monumentos de la Acrópolis de Atenas que Lord Elgin vendió al British Museum y siguen siendo, al día de hoy, motivo de controversia y disputa– para, después, continuar con un viaje de instrucción hasta Roma.

Partenón de Atenas

Partenón de AtenasCreative Commons

El joven cantero se instaló en la calle Burleigh, encima de la tienda de su casero que suministraba verduras y hortalizas a la población del barrio. Los primeros contactos con las esculturas de los grandes maestros clásicos y con los mármoles del Partenón produjeron una profunda impresión en el joven, quien se vio poseído por una fiebre creadora, por una pasión artística. Todo su ser clamaba que tenía que crear una escultura como las que había visto. Carecía de medios y espacio para adquirir un bloque de mármol y tallarlo, pero sí podía modelar la figura en arcilla.

Paciente y metódicamente preparó el humilde alojamiento donde moraba para ser su estudio y acoger a su obra. Reunió cuantas herramientas e instrumentos consideró necesarios. En su obsesión sacrificó cuanto tenía, viviendo literalmente de pan y agua. Rompió las escasas camisas que tenía para humedecer la tela y usarla para dar forma y fijar, mantener la humedad de la arcilla y dar forma definitiva a alguna parte concreta de su obra.

Todo su ser clamaba que tenía que crear una escultura como las que había visto, pero carecía de medios y espacio para adquirir un bloque de mármol y tallarlo

La escultura de John Lough creció y llegó un momento en el que la altura del alojamiento era insuficiente para la progresión de la escultura. Muy consciente de cuales eran sus prioridades Lough agarró el martillo y abrió un buen agujero en el techo. Ahora tenía espacio para continuar con su trabajo.

El casero de Lough llevaba un tiempo escamado con el comportamiento del amable y servicial joven al que había arrendado la vivienda. El comportamiento del joven artista se había vuelto errático y sospecho. Al principio el casero atribuyó el extraño comportamiento a los excesos de la juventud y extravagancias de artista. Pero cuando en el techo de su tienda fueron apareciendo grandes manchas de humedad de color marrón la cosa se puso preocupante.

John Graham Lough en su estudio, 1881. Pintura de Ralph Hedley

John Graham Lough en su estudio, 1881. Pintura de Ralph Hedley

Un día escuchó grandes ruidos que provenían del piso y, alarmado, subió para ver lo que sucedía. Encontró a su joven inquilino e un estado lamentable: delgado, macilento y con ojos ardientes, como de enloquecido. El piso se encontraba hecho un desastre, sucio de arcilla y humedad y en el techo se podía ver –¡horror!– un enorme agujero que prácticamente llegaba al tejado. Indignado, el casero fue a contratar los servicios de un afamado abogado quien, con el tiempo, llegaría a ser Lord Canciller del Reino. El nombre del abogado era Henry Brougham.

Cuando el abogado entró en el piso, conducido por el indignado propietario, no vio las manchas de humedad, ni el destrozo del techo ni el desastre en general. Lo que vio, y le dejó atónito, fue una gran escultura –más de tres metros de alto– modelada en arcilla y que, con la perfección anatómica de una obra de Miguel Ángel, representaba el momento en el que el atleta Milo de Crotona, con una mano atrapada en un árbol debido a su soberbia, era atacado y devorado por un león. La obra le pareció a Brougham una maravilla, digna de un museo o del palacio real.

El abogado hizo oídos sordos a las quejas del propietario del piso pero habló a cuanta gente pudo de la maravilla que estaba creando el delgado y macilento artista de Burleigh Street. A los pocos días el humilde hogar, encima de la tienda del tendero, era el lugar más visitado y centro de comentarios en todo Londres. Al casero le llovieron dineros para pagar los gastos y arreglos, a condición de que no molestara al artista e hiciera todo lo posible para mantenerlo caliente y alimentado. John Lough, desde el mismo día que recibió la visita del abogado Brougham, no volvió a suplicar ni necesitar el favor de ningún mecenas. Todos se peleaban por hacerle encargos, por conocerle. Su fiebre artística le había abierto el sendero de la fama y la fortuna.

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