La China de Marco Polo, entre lo fantástico y lo real en el 700 aniversario de su muerte
Los mongoles controlaron gran parte del territorio chino durante el siglo XIII, momento en el que los franciscanos y comerciantes europeos empezaron a descubrir aquella tierra milenaria
Famoso por las maravillas que vio, y otras tantas que se inventó, Marco Polo murió hace siete siglos y está enterrado desde entonces en la Iglesia de San Lorenzo de Venecia. Como comerciante exitoso, la fama que consiguió no se debió a la compraventa de especias en Asia, sino a las aventuras que vivió durante su largo viaje a China y que contó en su libro, Il Milione, un superventas que escribió Rustichello de Pisa, compañero de «celda» de Marco durante los años que pasó en la cárcel de Génova. El explorador veneciano habló de unos enormes pájaros que arrojaban elefantes y de una ciudad con miles de puertas, pero también describió a sus lectores europeos una China muy real.
El imperio mongol del siglo XIII dominaba un inmenso territorio que llegaba desde Bagdad hasta Pekín. Eran violentos guerreros de las estepas, pero también dieron importancia a las relaciones con los reinos cristianos de Occidente, cuyos comerciantes viajaban a través de la Ruta de la Seda hacia oriente. Ese camino es el que tomaron el joven Marco, su padre y su tío en 1271, cuando emprendieron el viaje hacia la capital mongola, Karakórum. Navegaron el Adriático hasta llegar a la ciudad de Acre, recorrieron la meseta de Anatolia, actual Turquía, y siguieron hasta Armenia. Allí, según cuenta el explorador, visitaron Laias, una ciudad costera a la que «todos los mercaderes de Venecia y Génova vienen a adquirir sus mercancías».
Atravesaron el desierto de Karakum, actual Turkmenistán, y las montañas de Pamir para llegar finalmente a China, donde gobernaba el Gran Kan. Algunos estudiosos creen que Marco Polo nunca fue a China, o que nunca llegó más allá de Pekín. Es razonable pensar que esto sucedió así al leer las descripciones fantásticas que realiza de criaturas y lugares sorprendentes, pero en su relato describe también cómo eran los sistemas comerciales, económicos, costumbres y lugares de la China del siglo XIII sobre las que demuestra un conocimiento detallado.
La China de Marco Polo
Hizo de su profesión su relato; centrando la mirada en los sistemas monetarios, explicó que los chinos utilizaban diversos formatos de papel moneda y divisas, y uno de ellos era la sal: «Cuecen sal en un caldero que después vierten en moldes, donde se cuaja, y se sirven de esa moneda; en efecto, ochenta de estos dineros tienen el valor de una barrita de oro». La sal es un producto empleado en otras regiones y ciudades como Taizhou, «no muy grande, pero en la que todo es abundante». Con Rustichello de Pisa habló también del sistema de correos chino, para el que utilizan postas en los caminos separadas por cinco kilómetros cada una.
También ofrece pistas de cómo era la vida cotidiana de ciudades como Quinsay, donde hay «alrededor de tres mil tinas muy grandes y bellas en las que se bañan con frecuencia los vecinos, que se cuidan muy mucho del aseo corporal», sin dejar de lado nunca su espíritu de comerciante veneciano que busca nuevos mercados: «A la vera del mar se encuentra la ciudad de Ganfu, donde hay un puerto excelente al que afluyen naves sin cuento desde la India y otras regiones».
Tomando como verdadera la historia que cuenta en su libro, Marco Polo pasó casi 23 años en China sirviendo al Gran Kan como consejero, y como «gobernador» de la «muy grande y noble ciudad» de Yangzhou durante tres años. No es seguro que Marco ocupase un cargo en el gobierno local, pero de ser así sería como un funcionario de bajo nivel. Estas dudas en torno a su historia vienen no solo por sus fantasiosas anécdotas: cuando regresó a Venecia como un exitoso comerciante ganó algunos enemigos que se encargaron de difamar al explorador para acabar con su carrera política dentro del Gran Consejo de la República de Venecia.
Esta mixtura de maravillas reales y extraordinarias de costumbres, religiones, geografías, alimentos, comercios, bondades y peligros fue la imagen de China que permaneció en el imaginario colectivo de los europeos durante algunos siglos. No obstante, Marco Polo no fue el primer europeo que visitó China: dos décadas antes habían llegado a Pekín, y otras ciudades, misioneros franciscanos, comerciantes persas, árabes e italianos. Tampoco sería el último. Desde la publicación de su libro, el comercio y las relaciones entre Asia y Europa aumentaron gracias a las misiones, la búsqueda de nuevos mercados (especias y plata) y la expansión globalizadora del Imperio Español.