Tergiversaciones del independentismo (III)
El mito nacionalista de la «Guerra de los Segadores»: ¿fue realmente una revolución heroica?
Un 7 de junio de 1640, por una de las puertas de Barcelona, entraron 400 segadores. Eran trabajadores eventuales y procedían del Delta del Llobregat. A las 9 de la mañana uno de esos hombres tuvo un altercado con un servidor de los alguaciles reales. El segador quedó mal herido. El resto se amotinó e intentaron quemar el palacio del virrey, varias casas nobles y de juristas de la Audiencia. Asimismo, asesinaron a 11 personas. Una de ellas era Dalmau de Queralt y Codina, conde de Santa Coloma de Queralt.
La intención de aquellos hombres era protestar contra el régimen señorial, el asentamiento de tropas y el incremento de impuestos. Delante del palacio del virrey gritaron vivas al rey y muerte al mal gobierno. El virrey, Dalmau de Queralt, en su huida fue interceptado por los segadores, en la playa frente al Castillo de Montjuic. Ahí, mal herido y extenuado fue apuñalado hasta darle muerte.
Este hecho –que podía haber sido intrascendente y enmarcado dentro de una revuelta campesina– se convirtió en un gesto de heroicidad, al ser novelado por Manuel Angelón en El Corpus de Sang (1857), mosén Jacinto Verdaguer en Nit de Sang (1866); Pitarra en Els Segadors (1876); o Antonio Rovira i Virgili en El Corpus de Sang (1932). La guinda de aquel suceso fue el supuesto himno reivindicativo y guerrero conocido como Els Segadors, con música de Emili Guayavents sobre un romane del siglo XVII. La obra es de 1882 y Valentí Almirall dijo que era un canto de odio y fanatismo, pero que desde 1993 es el himno nacional de Cataluña.
La anexión a Francia
El Corpus de Sang fue el principio de la Guerra de los Segadores. Al frente de estos estaba Pau Claris, presidente de la Diputación del General. El 7 de septiembre de 1640, en Ceret, firmaron un pacto Francesc de Tamarit, Francesc de Vilaplana, por parte catalana, y el cardenal Richelieu, por parte francesa. En dicho pacto se establecía que Cataluña recibiría apoyo militar de Francia y que Cataluña se separaba de la Monarquía Hispánica, quedando constituida como república libre bajo la protección de Francia. Así, con el pacto de Ceret, Cataluña formó parte del reino de Francia.
Francia nunca se comportó como un aliado, sino como una fuerza de ocupación
El pacto fue nefasto para Cataluña. Francia nunca se comportó como un aliado, sino como una fuerza de ocupación. Los mercaderes franceses compitieron con los catalanes, con la salvedad que los primeros estaban protegidos por Francia y los segundos no. Además, tuvieron que aceptar un ejército de 3.000 hombres y sufragarlo y ceder a Francia la administración. En definitiva, con Luis XIII vivían peor que con Felipe IV, a pesar del odio que le tenían a este Borbón.
El 17 de enero de 1641 los Brazos Generales –eclesiástico, militar y popular– proclamaron la república catalana bajo la protección de Francia. El 23 de enero fue proclamado Luis XIII como conde de Barcelona, poniendo el Principado de Cataluña bajo la soberanía de Francia. Al morir, en 1643 Luis XIII, nombraron a Luis XIV «el Rey Sol» nuevo conde. Pau Claris, el impulsor de todo aquello murió envenenado, el 27 de febrero de 1641, con acqua di Napoli, arsénico mezclado con hierbas. Lo sustituyó Josep Soler, canónigo de la Seu d’Urgell.
Se enfrentaron con el ejército español en la batalla de Montjuic. Ganaron la batalla y proclamaron que habían defendido Barcelona «del enemigo español». La evolución de la guerra fue un enfrentamiento en Francia y España con Cataluña como campo de batalla. El conflicto se cerró con el tratado de los Pirineos (1659), por el cual España perdía aquellos territorios que hoy el independentismo reclama como la Cataluña Norte. Es decir, el Rosellón, el Conflent, el Vallespir y una parte de la Cerdaña, fijándose la frontera siguiendo los Pirineos.
A pesar de que algunos han señalado que fue un alzamiento contra la política descentralizadora del Estado y un triunfo al proclamarse una inexistente república catalana, la realidad es que fue un desastre y un acto de inconsciencia. Como escribió Jaume Vicens Vives, «si la monarquía de mediados del siglo XVII hubiera tenido la décima parte de la fuerza que aparentaba su fachada, es indudable que el año 1714 se habría adelantado setenta años». Con esto está todo dicho.