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Luis de Francia, pintado por Hyacinthe Rigaud en 1697

Luis de Francia, pintado por Hyacinthe Rigaud en 1697

Picotazos de historia

El charlatán que popularizó la quinina: salvó a María Luisa de Orleans y a Luis de Francia

Fue Robert Talbor quien abrió el camino para el uso de la quinina en Inglaterra y de allí pasaría al resto de la Europa protestante

En un artículo anterior les hablé a ustedes del origen del remedio contra la malaria, la condesa de Chinchón y la quinina. En 1666 Alonso de Andrade en sus Varones Ilustres de la Compañía de Jesús nos habla que el teólogo Juan de Lugo «hacía particular provisión de los polvos de las Indias para las cuartanas, que les daba de su propia mano a los pobres que lo necesitaban».

También les hablé de la vinculación de este remedio con la Compañía de Jesús por lo que se le conocía como «polvo de los jesuitas» lo que ponía de los nervios a luteranos, protestantes, calvinistas, ortodoxos, etc. Este remedio era conocido en el reino de Inglaterra desde 1650. Las fiebres palúdicas eran endémicas en muchas zonas del reino, se las conocía con el nombre genérico de «Ague» y más adelante se utilizaría el termino italiano medieval de «malaria» (mal aire).

En 1658, en el periódico semanal londinense Mercurius Politicus se anunciaba que se podían adquirir «Polvos de los Jesuitas» en casa del señor James Thompson, comerciante de El Havre. Ese mismo año el remedio fue puesto a examen, encargando el Presidente del Real Colegio de Médicos, Dr. Prujean, que se administraran los dichos polvos a un concejal de la ciudad que se encontraba aquejado del «mal de fiebres».

El pobre concejal murió e, inmediatamente, se culpó de ello a los «malditos polvos de los católicos». Se cuenta que ese mismo año cayó enfermo de «Ague» el Lord Protector del Reino, el estricto Oliver Cromwell. Se le ofrecieron los polvos, pero indignado por la procedencia, como buen puritano que era, rechazó el remedio. Falleció en octubre de ese año para alegría de los seguidores del futuro Rey Carlos II.

En 1670 aparece en Londres un individuo que dice llamarse Robert Tabor o Talbor , afirmando poseer el remedio eficaz e infalible para la cura de «Ague». Pronto se hizo con una clientela que fue en aumento, tanto en número como en calidad. En 1672 publicó un opúsculo titulado Pyretologia: descripción razonada de la causa y cura de las fiebres. En esta obra nos describe en detalle el método de administración del remedio, del que sólo explica: «es una preparación de cuatro vegetales de los que dos son foráneos y dos domésticos».

En su librillo prevenía a los incautos sobre el uso de otras curas, en especial del llamado «polvo de jesuitas», el cual «administrado por manos inexpertas podía provocar los más horrorosos efectos». Informado el Rey Carlos II sobre los resultados del remedio del dicho Robert Talbor, quien no tenía titulo ni estudios de medicina, a pesar de afirmar los contrario, ordenó que se experimentara con el remedio que decía poseer. Los resultados asombraron al monarca quien lo nombraría médico de la corte y le acabaría ennobleciendo con el título de caballero, en 1679.

Respaldado por el propio Carlos II de Inglaterra Talbor fue enviado a París para curar de las fiebres a la princesa María Luisa que iba a casar con el Rey Carlos II de España. ¡Gran éxito! No tuvo tanta fortuna con el duque de La Rochefoucauld, aunque sin duda alguna el mayor éxito de su carrera fue el curar, en 1680 al Delfín de Francia.

Emocionado, Luis XIV pago una gran suma de dinero –se desconoce la cifra exacta pero debió ser elevada– y adquirió el secreto de la formula del milagroso remedio de Talbor, con la condición de no hacerlo público hasta cinco años después de su muerte. Junto con el precio de venta se acordó el pago de una pensión vitalicia de 3.00 francos anuales.

El Rey Luis tuvo suerte ya que al año siguiente –1681– fallecería el charlatán que tan buena fortuna había tenido con sus remedios. Luis XIV cumplió su palabra y en 1686 hizo publicar la formula bajo el título Conocimiento cierto y la rápida y fácil curación de las fiebres.

Fue Talbor o Tabor quien abrió el camino para el uso de la quinina en Inglaterra y de allí pasaría al resto de la Europa protestante. Aunque nunca dejó de ser más que un charlatán y un embaucador cumplió una importante función al generalizar el uso de la cura por encima de los prejuicios. Para que se hagan idea de como estaba el asunto, hasta principios del siglo XIX el remedio común seguido por los habitantes de Norteamérica consistía en «purgas, sangría e ilimitadas dosis de whisky y café».

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