Picotazos de historia
El 'sendero de las lágrimas' o el camino hacia el destierro de los indios norteamericanos
La ley de Expulsión en Estados Unidos allanó el camino para el destierro forzoso de decenas de miles de indios norteamericanos y su traslado hacia el oeste ha sido recientemente catalogado como genocidio
El 28 de mayo de 1830 el presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, promulgó la denominada Ley de Expulsión de los Indios de 1830. Anteriormente, el gobierno norteamericano trabajó buscando la aculturación de las tribus –jamás su asimilación– pero desde el discurso sobre el estado de la Unión, de 1829, quedó claro que la verdadera intención del presidente era la apropiación de las tierras que ocupaban estos. Presentado un anteproyecto de la futura ley a los tribunales, la Corte Suprema dictaminó que los indios (o nativos americanos, como les gusta decir ahora) podían ocupar y controlar tierras, pero de ninguna manera tener título de propiedad sobre ellas.
La Ley de Expulsión inicialmente afectaba a las tribus: Chikasaw, Choctaw, Muscogee-Creek, Seminola y Cherokee. Pero una vez iniciado el procedimiento legal se aprovechó para incluir a los Kickapou, Polowalomi, Wyandot, Shawnee y Lenape. Con todo, el gobierno de Estados Unidos arrebataba a los indios unas tierras que sumaban más que el territorio nacional español.
Esta ley allanó el camino para la expulsión forzosa de decenas de miles de indios norteamericanos –«malos para la agricultura» según los define una de las notas al margen del texto legal– y su traslado hacia el oeste, un periplo que los propios indios llamaron «el sendero de las lágrimas», se ha catalogado, recientemente, como genocidio.
En 1831 los Choctaw fueron la primera nación india en ser expulsada de sus tierras, después les siguieron los Seminolas (1832), los Creek (1834), los Chikasaw (1837) y los Cherokee (1838). Para entonces, más de 60.000 individuos habían sido desarraigados y expulsados de sus tierras. Las tribus fueron obligadas a firmar documentos de permuta por los cuales cedían sus tierras ancestrales a cambio de otras en el estado de Oklahoma, lindando con el estado de Tennessee.
El sendero de las lágrimas fue el largo camino recorrido por esas gentes engañadas y expulsadas bajo una idea humanitaria –Jackson estaba convencido de que sería así– de trato justo con respecto al indio norteamericano. Alexis de Tocqueville fue testigo de estos hechos y lo cuenta en su obra La democracia en América.
De los 17.000 individuos –someramente contabilizados por las autoridades norteamericanas, aunque posiblemente fueran unos pocos miles más– del pueblo Choctaw menos de 10.000 llegaron vivos a Oklahoma y de estos unos 3.000 perecieron el primer invierno por agotamiento y falta de medios y alimentos para sobrevivir a la intemperie.
Los seminolas fueron obligados a emigrar y desaparecerían como grupo salvo una pequeña facción que se escondió en los Everglades (pantanos). Ellos son cuanto queda de esta orgullosa tribu, la única que jamás renunció a su soberanía ni firmó paz con el gobierno de Estados Unidos.
En 1838 se inició la fase final: la expulsión obligatoria de todo indio que se encontrara en las tierras recientemente adquiridas por el gobierno norteamericano
La última parte del sendero de las lágrimas fue la relocalización del pueblo Cherokee. Entre 16 y 20.000 individuos fueron expulsados y conducidos a unas inhóspitas tierras en Oklahoma. El 23 de mayo de 1838 se inició la fase final: la expulsión obligatoria de todo indio que se encontrara en las tierras recientemente adquiridas por el gobierno norteamericano.
Al mando de la operación militar de limpieza estaba el general Winfield Scott que comandaba una fuerza de unos 7.000 soldados autorizados a utilizar la fuerza. El general Scott, enfrentado al alto número de muertes, ordenó que ese invierno se construyeran campamentos improvisados para alojar a los indios durante el invierno. Durante las anteriores expulsiones a nadie le preocupó tal cosa.
El sendero de las lágrimas recorre nueve estados de la Unión a lo largo de 1.700 kilómetros. A cada indio que cruzó el río Ohio –que marcaba la separación entre estados– se le cobraron doce centavos de la época en concepto de regalía. Durante el camino, los indios fueron asaltados, robados y asesinados por colonos blancos mientras aquellos que estaban a cargo de su protección asistían al atropello sin mover un dedo.
El indio norteamericano careció de derechos: legalmente eran como menores tutelados por el gobierno de Estados Unidos. Gobierno que no los aceptaba por lo que carecían de nacionalidad y no podían aspirar al estatus internacional de apátridas. La situación legal del indio norteamericano empezó a cambiar a partir de 1957.