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Fernando Suarez fue ministro de Trabajo y vicepresidente del último Gobierno de Franco

Fernando Suárez fue ministro de Trabajo y vicepresidente del último Gobierno de Franco

El triunfo de la moderación: las enseñanzas políticas de Fernando Suárez, el último ministro de Franco

Su talante conciliador le fue sumamente útil en las muchas negociaciones a las que tuvo que someterse a tenor de los importantes cargos que ocupó en la administración y fuera de ella

Ayer 29 de abril falleció en Madrid, a los 90 años de edad, Fernando Suárez González el último ministro que quedaba con vida de los que se sentaron en la mesa del consejo presidido por Francisco Franco. Suárez sustituyó a Licinio de la Fuente como Vicepresidente tercero y Ministro de Trabajo el 5 de marzo de 1975 en el Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro.

Catedrático de Derecho del Trabajo, especialidad a la que dedicó su vida, Fernando Suárez fue definido por el profesor Álvaro de Diego en un reciente comentario a sus memorias publicadas el pasado año como «referente en el aperturismo franquista». Y esta apreciación resulta acertadísima y perfectamente contrastable en la lectura de esas memorias que tituló Testigo Presencial.

En este extenso repaso a toda su trayectoria vital Suárez muestra la importancia que, para la historia de España, tanto en el franquismo, como en la posterior transición a la democracia tuvieron esos políticos que, desde muy pronto entendieron que era imposible la continuación del franquismo sin Franco y laboraron, desde dentro del régimen para conseguir el mayor grado de apertura.

Este fue, sin duda, uno de los factores más trascendentes en el éxito del tránsito del régimen a la democracia que asombró al mundo. Afortunadamente Fernando tuvo tiempo para bucear en su archivo personal y redactar esas memorias. Nada menos que 893 páginas que repasan toda una vida y en las que sobresale su carácter leonés expansivo y franco, pero absolutamente firme en la defensa de sus ideas y del valor de la palabra dada. Mostraba su criterio moderado y abierto por encima de toda prevención basada en la defensa de sus propios intereses.

Su talante conciliador le fue sumamente útil en las muchas negociaciones a las que tuvo que someterse a tenor de los importantes cargos que ocupó en la administración y fuera de ella. Era un excelente orador como pudo demostrar en sus actuaciones parlamentarias, entre las que yo destacaría el discurso, siendo procurador en Cortes, que pronunció, el 16 de noviembre de 1976, en defensa de la Ley para la Reforma Política.

En una larga entrevista que mantuve con Fernando Suárez en su casa de Mirasierra le pregunté por qué aceptó ese encargo en aquel momento. Su contestación fue muy simple: porque me lo pidió Torcuato Fernández-Miranda. Y es que Suárez mantuvo, durante toda su vida una fidelidad sin fisuras hacia su maestro en la Universidad de Oviedo, por quien sentía esa especial devoción de discípulo que, por desgracia está desapareciendo en la universidad española.

También me refirió el interés de Fernández-Miranda en que la derecha fuera unida a las primeras elecciones democráticas, causa, seguramente, de su distanciamiento con Adolfo Suárez. A éste, junto al Rey Juan Carlos I y el propio Fernández-Miranda, atribuía Fernando Suárez el auténtico protagonismo del éxito de la Transición política, un logro que veía en estos momentos amenazado por la actuación de una izquierda empeñada en reabrir viejas heridas y en convertir la reconciliación, que tanto costó, en descalificación.

Fernando Suárez estuvo encantado con su nombramiento en 2007 como académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. No aceptaba ningún compromiso en las tardes de los martes porque, de ninguna manera quería faltar a la sesión de la Academia, en cuyos anales volcó buena parte de sus experiencias profesionales. Intelectual fino, su biografía de Melquiades Álvarez muestra perfectamente su categoría académica.

Cuando vemos ahora las fotografías y los videos de aquellos últimos años del franquismo y los primeros pasos de la monarquía parlamentaria, Fernando Suárez sobresale por su altura física y moral. Y esa compostura y elegancia, casi británica, a la que acompañaba su característico tono de voz, la supo mantener hasta el final. Lo mismo que su extraordinaria lucidez que puso de manifiesto a finales del pasado año en la entrevista que mantuvo en El Debate con Bieito Rubido y Ramón Pérez-Maura. Pero precisamente esto le permitió vivir plenamente su decadencia física que explicaba con todo detalle y sin dramatismo alguno a sus más allegados.

En unos momentos en el que parecen socavarse las bases de una convivencia basada en el consenso y demás valores de la Transición y prima el interés particular y el empeño por mantenerse en el poder, destaca especialmente el recuerdo de hombres como Fernando Suarez que tenían muy claro el servicio al bien común.

Quiso –en su última reflexión– Fernando Suárez pedir al gobierno y a los políticos de la oposición que predicaran a los jóvenes que la democracia no es sólo votar, sino que consiste en «no transgredir jamás los derechos constitucionales, en someterse sin reservas al imperio de la ley, en respetar las decisiones judiciales y en rechazar los ataques al Estado de Derecho». Nada puede ser más oportuno en estos momentos de incertidumbre que nos está tocando vivir.

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