Grandes gestas de la Historia
La batalla de Tribola y la victoria de Viriato, el azote ibérico de Roma
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Viriato es, sin lugar a dudas, uno de los personajes más fascinantes de la antigüedad hispana. Una figura que se entronca en el final de la Segunda Guerra Púnica cuando Roma comenzaba la conquista activa de la península Ibérica. Derrotados los cartagineses, parecía que el proceso iba a ser para los romanos un paseo militar, pero tardarían 200 años en controlar el territorio. Para incorporar Hispania a su imperio tendrían que librar cruentas batallas, recurrir a la traición o a la presencia física y moral de su propio Cesar Augusto.
Y es que el comportamiento de los pueblos prerromanos fue dispar. La mayoría no pudo mostrar resistencia y se sometieron de forma voluntaria. Otros fueron a más y pasaron a incrementar el Ejército romano con tropas de mercenarios. Sin embargo, otros pueblos de origen celta y celtíberos no se comportaron así. Constataron que la invasión les impondría onerosos tributos, incautaría sus tierras y les obligaría a levas forzosas, lo que les condujo de forma inexorable a un enfrentamiento con Roma. Son las llamadas Guerras Lusitanas que de 154-139 a. C. asolaron el occidente de la península. Y en estas guerras brillaría con luz propia una figura espectacular: Viriato, al que solo una traición pudo vencer.
¿Fue un personaje legendario?
Sí y no. España y Portugal están repletas de leyendas en su torno, sus casas, sus escondites, los festejos de sus victorias… Incluso hoy se niega la historicidad de la potente frase lapidaria con la que los romanos recompensaron a sus asesinos «Roma no paga a traidores». Pero lo cierto es que tenemos decenas de fuentes que avalan su condición histórica: Apiano, Diodoro de Sicilia, Dión Casio, Tito Livio, Posidonio, Plutarco o Rutilio Rufo entre otros.
Los orígenes
Su origen sigue siendo un misterio: no se sabe si procedía del Norte de Portugal, Zamora o el Sur de Galicia. Tampoco si era un humilde pastor, cazador, bandolero, o era de condición aristocrática. Que fuese pastor transhumante, avalaría su gran conocimiento de la orografía, uno de los bastiones de su éxito. Pero su dominio de la estrategia e instrucción castrense nos indica que podría haber nacido en el seno de la élite guerrera de alguna tribu lusitana. Junto a ello, sus dotes de mando apuntarían su pertenencia a un clan aristocrático.
La traición de Galba
Pero Viriato salta a la palestra con un sangriento episodio desencadenado por las intenciones de lucro de los pretores que llegaban a Hispania, acciones de pura depredación. Éste fue el caso de Servio Sulpicio Galba, gobernador de la Ulterior en 151 a. C., un cruel y despiadado general que unió sus tropas a las del cónsul Lúculo. Atacó a los lusitanos en Andalucía y Extremadura, pero al ser derrotado tuvo que retirarse.
Un año después volvería a Lusitania y asoló sus terrritorios en venganza por la humillación recibida. Los lusitanos, habían firmado un acuerdo de paz con Atilio, su antecesor en el cargo, y enviaron una embajada denunciando la violación del tratado. Galba respondió tendiéndoles una trampa: les ofreció ricas tierras cultivables en las que podrían instalarse con sus familias a cambio de que abandonasen sus refugios en la montaña.
30.000 lusitanos aceptaron el trato propuesto por Galba. El romano les pidió que se dividieran en tres grupos diferenciados y que depusieran las armas en señal de amistad. Después, les haría entrega de lotes de tierra y se edificarían nuevas ciudades. Pero no fue así. Los rodeó con un foso y ordenó masacrar a hombres, mujeres y niños, sin posibilidad alguna de defensa porque estaban desarmados. Cayeron un total de 9.000 y 20.000 fueron vendidos como esclavos en las Galias.
La extrema crueldad practicada de Galba fue causa abierta por el Senado romano, pero nunca tendría su castigo. Sin embargo, entre los que pudieron escapar se encontraba Viriato que acabaría vengándose y devolvería el golpe convertido en caudillo militar de su pueblo. La traición de Galba, sin saberlo, había sembrado la semilla de una guerra sin cuartel,
Cayo Vetilio los asedia
A partir de la traición, los lusitanos supervivientes, unos diez mil, se refugiaron en la Turdetania, que ocupaba las actuales provincias de Huelva y El Algarve. La sometían a intermitentes saqueos y desde Roma fue enviado Cayo Vetilio para hacer frente a estos desmanes.
Una vez localizados, los cercó por sorpresa y cuatro legiones romanas los mantuvieron bajo asedio, esperando su rendición.
Los lusitanos ante la imposibilidad de huida decidieron enviar dos emisarios para firmar un pacto de paz. Los romanos accedieron a negociar y ofrecieron, a cambio del fin de la violencia y el sometimiento a Roma, un asentamiento estable.
Los jefes lusitanos meditaron la propuesta y cuando estaban dispuestos a entregarse de entre la masa de guerreros surgió Viriato. Les instó a no rendirse, recordándoles la falta de palabra de los romanos y además les planteó una estrategia que les permitiría escaparse del cerco. Hasta la fecha, para las fuentes históricas, Viriato era un absoluto desconocido.
Huída a Tribola
La mañana siguiente a las deliberaciones, Viriato junto a mil lusitanos a caballo se plantaba frente a las legiones romanas fingiendo su rendición. Apiano, en Guerras en Hispania nos cuenta que a la señal convenida por Viriato el resto de los lusitanos que iban a pie comenzaron a dispersarse en distintas direcciones, aunque todos con un único destino, la ciudad de Tribola que aún hoy permanece ignota. Los romanos intentaban perseguirlos, pero sus acciones eran abortadas con escaramuzas por parte de los rápidos caballos lusitanos y no podían dividirse en atacar a tantos pequeños grupos.
Grandes gestas de la Historia
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Tras el desconcierto inicial, Vetilio decidió ir a por todas y lanzarse a la captura de la caballería del que ya parecía el líder: Viriato; pero fue imposible. Aparecía, desaparecía, les inflingía ataques por sorpresa. El joven evitaba en todo momento una batalla a campo abierto y comenzaría a desarrollar la táctica que le llevaría al éxito: la guerrilla.
Viriato y sus jinetes entretendrían varios días a los romanos para dar tiempo suficiente a los lusitanos de a pie para preparar una serie de embocadas en las cercanías de Tribola. Después huirían atravesando bosques protegidos por la noche y llegaron a la ciudad sin que los romanos pudieran alcanzarlos.
La emboscada
Dos valles y un desfiladero rodeados por densos bosques serían el escenario en el que se desarrollaria la venganza lusitana contra Galba, Quintilio y otros tantos pretores y cónsules que habían depredado la península y humillado tanto a su pueblo.
Vetilio mandaba a 16.000 legionarios con caballería, cuatro legiones en total, pero Viriato dominaba a la perfección el paraje y usándose como señuelo los condujo al desfiladero. Allí los lusitanos habían cavado grandes socavones que ocultaron con vegetación. La caballería romana fue sucumbiendo mientras bolas de alquitrán incendiado y lluvias de flechas que «oscurecían el sol» lograron que miles de romanos perecieran bajo las falcatas lusitanas, que despavoridos fueran empujados a despeñarse por los barrancos o a ser ensartados en trampas astilladas.
Una auténtica matanza de romanos en la que caería el propio Vetilio, según algunos a manos del puñal de Viriato, según otros a manos de un despistado lusitano que no sabía de la condición de pretor de aquel romano gordo y viejo al que pasó a cuchillo. Hubiera sido muy valioso capturarlo vivo o darle una muerte ejemplarizante.
El año 147 a. C. pasaría a la Historia como una de las más brillantes victorias jamás infligidas al poderoso Imperio romano y abrió casi una década de guerra en la que Viriato iría encadenando victorias y dominando más de la mitad de la Península. Su fama alcanzaría toda la Celtiberia y se perpetuaría para la posteridad como el gran caudillo lusitano.
Y es que antes de él los lusitanos habían combatido a duras penas a los romanos en pequeñas bandas. Viriato consiguió unir a todas las tribus con el mismo fin; expulsarlos de sus tierras.
¿Cuál fue el secreto de Viriato?
Viriato fue un auténtico señor de la guerra que llevó hasta sus máximas consecuencias el desarrollo de la guerrilla.
Era consciente de su inferioridad numérica, pero sobre todo armamentística, por lo que en todo momento evitaba los combates a campo abierto. Su ejército, integrado por lusitanos celtíberos e iberos de diferentes tribus, iban armados de pequeños escudos redondos y espadas identitarias llamadas falcatas y lanzas de distinta envergadura. Se protegían con cascos adornados con crines de caballo y una pequeña coraza. Salvo excepciones, todo era de cuero.
Frente a ellos, hasta entonces el ejército más preparado de la historia se enfrentaría a un tipo de guerra que los romanos denominaban bellum latrocinium (guerra de bandidos) pero que desarrollada por Viriato alcanzará una dimensión nunca vista.
Su táctica de combate probablemente fue practicada en otras zonas del planeta y, siglos después, ayudaría a los españoles en su lucha contra el imbatido Napoleón
Viriato de momento no quiso ocupar el territorio sino esquilmarlo, así los romanos se veían obligados a importar los recursos para su ejército. Algo que se convirtió en crucial para los lusitanos: atacaban las caravanas, las legiones no se proveían y ellos se abastecían.
Su táctica de combate probablemente fue practicada en otras zonas del planeta, pero sería el hispano Viriato su más preclaro representante y, siglos después, la misma técnica tanto ayudaría a los españoles en su lucha contra el imbatido Napoleón. Tanto es así, que la palabra guerrilla, se dice así, guerrilla, en español en todos los idiomas del mundo. Emboscadas en desfiladeros, movimientos sorpresivos o escenográficos con falsas retiradas para atacar de nuevo, rápidos ataques de caballería con los cascos silenciados, golpear y huir, aparecer y desaparecer, robos intermitentes en los campamentos… Pequeños ataques que impedían al enemigo un combate regular y bloqueaban su capacidad de organizarse. Hay que destacar junto a ello un gran sistema de información en el que las mujeres celtíberas eran agentes valiosos en su contacto con los romanos.
Tres felones que sucumbieron al soborno romano y, mientras éste dormía, acabaron con su vida clavándole un puñal en el cuello
Viriato era muy austero, despreciaba el lujo y su justicia y generosidad basada en la meritocracia fue admirada hasta por los romanos. Adorado por su ejército y firme en el mando, su hombres le seguían hasta la muerte.
Considerado una pesadilla para el Imperio, decidieron cortar por lo sano. Muerto el perro, se acabaría la rabia. El caudillo dormía sobre una piel de vaca, apenas unas horas, armado y preparado para salir al combate. Muy pocos estaban autorizados a entrar en su tienda entre ellos Audax, Ditalcón y Minuro. Tres felones que sucumbieron al soborno romano y, mientras éste dormía, acabaron con su vida clavándole un puñal en el cuello. Era el único sitio vital que dejaba al descubierto su coraza. Los asesinos huyeron de noche, nadie los vio salir.
El funeral
Al conocerse la muerte de su líder, el dolor y la desesperación recorrieron los campamentos lusitanos El cadáver del gran caudillo fue adornado con galas e incendiado en una gran pira. Le dedicaron cantos y sacrificios rodeando la inmensa fogata cuyas llamas parecían alcanzar el cielo. Theodor Mommsen dijo de él: «Parecía que, en aquel prosaico tiempo, hubiera reaparecido un héroe homérico».
No existe constancia de que los tres ejecutores no fueran recompensados y despedidos con la famosa frase «Roma no paga traidores». Poco importa. Se ha convertido en una de las frases más conocidas de la historia y no resta en absoluto la grandeza del héroe. ¿Pudo haber sido Viriato como se ha escrito el Rómulo de Hispania?
¿Podría haber fundado una entidad política independiente del imperio nunca romanizada? Nunca lo sabremos, pero sin duda nuestra civilización hubiera sido otra ya que somos lo que somos por la impronta de Roma.
Hubo un tiempo, cuando en los colegios se impartía con pasión la Historia, Viriato se convirtió en un héroe nacional, no solo en España, sino también en Portugal. Sería un referente del heroísmo y de la épica de pequeños davides hispanos frente a imbatibles goliaths.