Aguinaldo, el padre de la independencia de Filipinas que se arrepintió de levantarse contra España
El 12 de junio de 1898, Filipinas, bajo el mando de Emilio Aguinaldo, se declaró independiente de España
Noviembre de 1962, Kawit, Filipinas. El periodista Luis María Anson, corresponsal entonces de Abc, fue recibido por el héroe de la revolución filipina, Emilio Aguinaldo, quien por aquel entonces rondaba los 93 años. «Mire usted, en ese punto, entre estos dos pequeños cañones que usted ve, yo hice nación independiente a Filipinas», le indicó el nonagenario Aguinaldo al periodista durante su visita a la casa-palacio-museo del que fue el primer presidente de la República Filipina.
Hablaron un rato de España, de la «Madre España», como hizo referencia el honorable anciano: «Después de a Filipinas, yo amo a la Madre España y querría ir algún día a ella…», dijo en un perfecto castellano. Aguinaldo nunca aprendió inglés pese a que en la Filipinas de aquel entonces uno solo se podía entender en tagalo o en inglés.
Nacido en Cavite en 1869 fue el séptimo de ocho hijos. Su padre había sido alcalde de Kawit (Cavite viejo) y tras su muerte, un jovencísimo Aguinaldo –tenía tan solo once años– abandonó sus estudios para ayudar a su madre en la administración de las tierras. Con el tiempo fue tomando contacto con la ideología independentista hasta que en 1895 se unió al movimiento armado iniciado por el Katipunan, una organización secreta que lideraba Andrés Bonifacio, contra la presencia española en Filipinas.
En otra entrevista en 1958 con el periodista, escritor e hispanista Guillermo Gómez Rivera resumía la «historia de la revolución contra España» como un encuentro con la masonería: «Cuando aprendimos de los liberales españoles lo que es libertad, igualdad y fraternidad, hemos abrazado lo que es la masonería y nos adherimos todos al Gran Oriente de España», le explicó con franqueza a uno de los pocos compatriotas que seguía expresándose en español por aquel entonces en Filipinas.
Rivalidad entre Bonifacio y Aguinaldo
En 1897 estallaba la revolución filipina con el objetivo de conseguir la independencia a través de las armas. Aguinaldo obtuvo varias victorias en la provincia de Cavite; sin embargo, tras meses de lucha, las severas represalias de los españoles obligaron a los revolucionarios a retirarse a las colinas. Pero la determinación del líder revolucionario era tal que alcanzó el grado de general por «sus triunfos, seguidos y continuos», comentó Ante Radaic, escritor yugoslavo que estuvo también presente en el encuentro de 1962. «Los revolucionarios le reconocieron como el verdadero caudillo de las fuerzas filipinas, mientras Bonifacio, aun habiendo sido primero en organizar el movimiento, perdía su popularidad por sus desaciertos militares», consideró Radaic.
A líder supremo del Katipunan, Andrés Bonifacio, no le gustó el creciente protagonismo de Aguinaldo por lo intentó mermar su popularidad enfrentándose a él. Al tiempo que se producía esta batalla interna, continuaba la guerra contra el Ejército español, que trataba de contener el levantamiento de los filipinos. Finalmente, Aguinaldo salió favorable y elegido presidente del nuevo Gobierno revolucionario mientras que Bonifacio fue arrestado y encarcelado por sedición. Más tarde, fue ejecutado el 10 de mayo de 1897.
Con Gómez Rivera criticó la campaña de desprestigio que «la política yanqui» estaba haciendo contra él con mentiras como que él ordenó asesinar a Bonifacio: «Yo tuve mis diferencias con Andrés Bonifacio, pero esta nueva corriente de cosas quiere dejarme mal para a la vez que se va encubriendo injustamente los abusos y crueldades aquí del yanqui para justificar su invasión y sangrienta anexión de Filipinas», advirtió. Las confesiones que trajeron la conversación con este hispanista se prolongaron: «El comienzo de la revolución filipina es trabajo de la masonería; pero esa revolución terminó con el Pacto de 'Biacnabató'», subrayó una vez el que sería considerado el padre de la independencia de Filipinas.
La traición de Estados Unidos
Aquella tregua se firmaría en diciembre de 1897 y cumpliendo con una de las cláusulas de ducho tratado, Aguinaldo partió a su exilio hacia Hong Kong con 46 de sus más directos subordinados tras recibir el dinero convenido, tal y como recoge el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. A pesar de los iniciales momentos de respiro que trajo Biacnabató, las reformas prometidas por los españoles tardaban en llegar y el descontento y rencor empezó a crecer en el pequeño reducto de rebeldes que se negaba a abandonar las armas. Por lo que pronto los enfrentamientos entre rebeldes y españoles volvieron a renacer.
Fue entonces, en 1898, cuando estalla la guerra hispano-estadounidense y aprovechando los nuevos recelos de los insurgentes filipinos con España, las autoridades norteamericanas engatusaron a los filipinos con la promesa de que serían liberados y obtendrían el derecho a construir su propio país si les ayudaban en la batalla contra España. «El almirante George Dewey me pidió que volviera a Filipinas para que reanudara la guerra de independencia, ofreciéndome la ayuda de sus tropas. Pregunté entonces lo que le concedería a Filipinas en caso de ganar, a lo que contestó que ellos ya eran una nación grande y rica y que no necesitaban colonias», narra el propio Aguinaldo en su libro Reseña verídica de la revolución.
Pero los estadounidenses les «traicionaron», aseguró tanto en la visita del hispanista filipino como en la del periodista español. «En vez de apoyarnos como aliados nos provocaron la guerra muy adredemente porque su intención era robarnos la reserva de oro y plata», aseguró al primero. «Después de a Filipinas, yo amo a la Madre España… Los norteamericanos nos traicionaron, nos traicionaron, nos traicionaron, nos traicionaron…», repitió al segundo.
Lejos de la imagen de «libertadores» con la que ha pasado a la historia Estados Unidos, el primer presidente de la República Filipina ponía sobre la mesa la imagen de «traidores». Y es que Estados Unidos engañó a los rebeldes filipinos para ganar su apoyo y luego realizar una brutal campaña con el objetivo de someterlos y acabar con el legado español en las islas.
Los últimos de Filipinas
En mayo de 1898 Estados Unidos entraba en la bahía de Cavite abriendo fuego contra la flota española. El Gobierno norteamericano expuso que la razón de este ataque era la defensa de las costas americanas en el Pacífico. Sin embargo, a pesar de conseguir lo que pretendían, las tropas norteamericanas no se retiraron de las islas Filipinas y además enviaron nuevas tropas al archipiélago hasta que en agosto «conquistaron» la ciudad de Manila. Con la posesión de Manila ya solo quedaba la anexión total de las islas, y así se hizo a través del Tratado de Paz de París, firmado el 10 de diciembre de 1898.
Defendiendo la isla de los revolucionarios solo quedaron 56 hombres, que tras 337 días de asedio en el sitio de Baler, dieron por terminada una resistencia «propia del valor de los hijos del Cid y de Pelayo», reconoció el propio Aguinaldo en la orden que firmó en junio de 1899 en el que dispuso que los héroes de Baler no fueran considerados como prisioneros «sino como amigos» y en consecuencia se les permitiese volver a España.
Por este trato que tuvo con los últimos españoles en la isla, la reina María Cristina le concedió la más alta distinción de la Cruz Roja. «Siempre he guardado un gran cariño a España y en los días de la guerra siempre ordenaba a mis soldados que tuvieran un gran respeto a su bandera. Siempre he querido y sigo queriendo a vuestro país como a mi propia madre», aseguraba al escritor yugoslavo en 1962.
Ese amor y respeto hacia España sería lo que le haría reconocer uno de sus grandes arrepentimientos: «Sí. Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España», aseguró al hispanista filipino. «Y es por eso, que cuando se celebraron los funerales en Manila del Rey Alfonso de España, yo me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Y me preguntaron por qué había venido a los funerales del Rey de España en contra del cual me alcé en rebelión –prosiguió su relato– Y, les dije que sigue siendo mi Rey porque bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles, pero que ahora, bajo los Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias, porque nunca nos han hecho ciudadanos de ningún estado de Estados Unidos…».