El retorno de Napoleón al campo de batalla tras Fontainebleau: «En lugar de actuar, parlotea»
Dijo que su regreso no significaba iniciar nuevas guerras, sino que se mantendría tranquilo en el trono francés gobernando su pequeño imperio, pero no fue así
El 26 de febrero de 1815 Napoleón decidió partir de la isla de Elba y regresar a París. Se iniciaba el periodo conocido como «Cien Días». ¿Por qué se encontraba en Elba? El 11 de abril de 1814 aceptó el Tratado De Fontainebleau, que le pusieron encima de la mesa Austria, Rusia y Prusia. Estos países formaban parte de la Sexta Coalición. Napoleón debía renunciar a todos sus derechos de soberanía sobre los territorios bajo su dominio, a excepción de la isla de Elba. Su mujer, María Luisa de Austria, recibiría los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla, que heredaría su hijo Napoleón II. Devolvería la corona y los bienes que tuviera en su poder y permitiría que las tropas polacas regresaran a su país. El 13 de abril de 1815 Napoleón ratificó el tratado.
Parecía que habían finalizado las guerras napoleónicas, pero no fue así, sólo era una tregua. Aquel 26 de febrero, con 1.050 soldados, desembarcó en el sur de Francia y puso rumbo a París. Allí volvió a tomar el poder, apartando a Luis XVIII del trono, el 21 de marzo. Con los Cien Días también se dio paso a la Séptima Coalición. De aquel breve periodo el hecho más destacable fue la batalla de Waterloo.
Los ejércitos austríaco, alemán, ruso y español estaban preparados para asediar Francia y, con ello, conseguir la derrota de Napoleón. Éste, por su parte, creía que derrotando al prusiano Blücher y al británico Wellington lo tenía todo ganado. Aunque obtuvo una primera victoria, se equivocó.
Napoleón no era el mismo que antes de Fontainebleau. El ministro del Interior, Nicolás Léonard Sadi Carnot, escribió que «no lo reconozco; el audaz retorno de la isla de Elba parece haber agotado su energía, fluctúa, duda; en lugar de actuar, parlotea; pide consejos a todo el mundo». Estaba solo, su mujer no quiso regresar con él y tampoco permitió que lo hiciera su hijo. También estaba preocupado por las traiciones que podía sufrir. Para calmar los ánimos y establecer en sus hombres confianza, comentó que «he pasado un año en la isla de Elba. Y allí, como en un sepulcro, he podido escuchar la voz de la posteridad. Sé lo que hay que evitar, sé lo que hay que querer».
En junio redactó una nueva Acta adicional a las Constituciones del Imperio, que fue aprobada por mayoría. Se celebró aquellos resultados en un acto llamado «Campo de Mayo». A pesar de los faustos, Napoleón no consiguió explícitamente el compromiso de la burguesía, las élites civiles ni militares. Vendió a las potencias que lo habían recluido en Elba que su regreso no significaba iniciar nuevas guerras. Al contrario, se mantendría tranquilo en el trono francés gobernando su pequeño imperio. Como escribió «después de haber ofrecido al mundo un espectáculo de grandes combates, será más dulce no reconocer otra rivalidad que la de las ventajas de la paz». Nadie le creyó. Reino Unido, Rusia, Austria, Prusia, Suecia, España y Portugal lo declararon enemigo y perturbador de la paz mundial.
Todos ellos formaron la Séptima Coalición, que concentró en Bélgica a 220.000 soldados. Teniendo en cuenta aquello, Napoleón no se quedó quieto, a pesar de sus buenas intenciones. Logró formar un ejército de 120.000 soldados. El primer enfrentamiento tuvo lugar el 16 de junio de 1815, donde ganó a los prusianos en Ligny.
La batalla decisiva tendría lugar el 18 de junio en Waterloo. Napoleón se enfrentó a las tropas británicas, neerlandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington y el prusiano mariscal de campo Gebhard von Blücher. Napoleón quiso impactar con su táctica a través de los cañones. Sin embargo, el mal tiempo complicó sus planes. Esto le impidió llevar a cabo los desplazamientos necesarios de la artillería para atacar al enemigo.
Tampoco la caballería fue efectiva debido a que el terreno estaba embarrado. Wellington situó a sus hombres en posiciones claves para contrarrestar los movimientos franceses. Napoleón no pudo hacer nada para romper las líneas enemigas y tuvo que dar por perdida la batalla.
Aquel dia en Waterloo fallecieron 38.000 soldados franceses y 24.000 de la Séptima Coalición. A las 21 horas Wellington y Blücher se reunieron en el cuartel general de Napoleón. A las 21.30 horas Arthur Wellesley, duque de Wellington, en su informe, concluía «al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada».
Al regresar a París, el 22 de junio abdicó a favor de su hijo en el Palacio del Elíseo. Acto seguido proclamó a Napoleón II, su hijo, emperador de los franceses. El niño tenía 4 años y se encontraba en Austria, al cuidado de su abuelo, el emperador Francisco I. Se constituyó un gobierno provisional encabezado por Joseph Fouché. Este, el 25 de junio le notificó que debía abandonar París. Se retiró al Palacio de Malmaison, que había sido propiedad de su primera esposa Josefina de Beauharnais.
Temeroso que los prusianos pudieran detenerlo o asesinarlo, el 3 de julio se estableció en Rochefort, y el 9 de julio marchó a Îille-d’Aix. Allí quería embarcar rumbo a los Estados Unidos. La monarquía se restableció en Luis XVIII y a Napoleón lo exiliaron a la isla de Santa Elena, donde falleció el 5 de mayo de 1821, como consecuencia de un cáncer de estómago.