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Antonio Pimentel de Prado y Blanca

Antonio Pimentel de Prado y Blanca

Un español en la corte de la reina Cristina de Suecia

Pimentel no falló en causar una buena impresión en la corte de Suecia y fomentar la amistad entre las dos grandes Monarquías

Antonio Pimentel de Prado y Blanca (1602-1671) fue un noble, militar y diplomático, al servicio del Rey Felipe IV. Criado en Italia y Flandes, llamó la atención de sus superiores castrenses por su valor e inteligencia, lo que le valieron rápidos ascensos en su carrera militar. Su ejemplar conducta no pasó desapercibida y fue otorgado, el 24 de marzo de 1645, el hábito de la Orden de Santiago por el monarca.

Dos años antes había finalizado la etapa de gobierno del conde duque de Olivares, sustituido por Luis de Haro. Uno de los hombres de confianza del valido, el duque de Alburquerque, recomendó a Pimentel para que fuera tenido en cuenta por las nuevas elites de poder. De ahí logró su nombramiento como gobernador de armas de Bruselas. Durante el levantamiento de la nobleza francesa contra la regente Ana de Austria, conocido como «la Fronda», Pimentel fue enviado varias veces a París para tratar de apoyar a la hermana del rey de España. El Parlamento de París expulsó a su principal ministro, el cardenal Mazarino, en marzo de 1651 y fue precisamente nuestro personaje quien le escoltó hasta la frontera alemana y le propuso que entrara al servicio de Felipe IV.

En 1651, el Consejo de Estado recibió en Madrid una petición proveniente de la corte sueca, que acababa de adquirir notables ventajas territoriales en la guerra de Treinta Años (1618-1648), para el envío de un caballero para ofrecer la mediación de la reina Cristina, hija del famoso Gustavo Adolfo VI.

En consecuencia, el 20 de abril de 1652 se decidió el nombramiento de don Antonio, siendo la finalidad principal de ese negocio diplomático lograr la separación de la reina Cristina de los tratos con los rebeldes portugueses, que se habían rebelado contra la autoridad de Felipe IV. Pimentel no falló en causar una buena impresión en la corte de Suecia y fomentar la amistad entre las dos grandes Monarquías. De hecho, a lo largo de sus años como embajador de España, don Antonio recibió innumerables y singulares honras y agasajos de la reina Cristina, con la cual tuvo una relación bastante estrecha.

A lo largo de sus años como embajador de España, don Antonio recibió innumerables y singulares honras y agasajos de la reina Cristina

Un caballero de 48 años no era precisamente un joven apuesto que podía llegar a seducir a la reina. Cristina apreció más sus modales, su sonrisa perpetua, su agudeza, profundidad y perspicacia, sin olvidar sus grandes aptitudes para el disimulo. Como ella misma escribió en su autobiografía, «¡Su rostro era tan bello, tan despejado! Traía de los países meridionales un ardor que no me disgustaba; así se adueñó de mi corazón. Y como vigilaba los progresos de mi afecto, por las gradaciones de la condescendencia a la pasión me condujo a mi derrota».

Algunos suecos acusaron a Pimentel de ser la persona que logró convencer a la protestante reina de Suecia que se convirtiera al catolicismo, pero una cuestión de tanta profundidad no fue obra de una sola persona. Además de un camino interior que recorrió personalmente Cristina, las voces del embajador de Francia y del filósofo Descartes deben también ser contadas.

Cristina de Suecia por Jacob Ferdinand Voet

Cristina de Suecia por Jacob Ferdinand Voet

Al dejar su misión en Estocolmo, Antonio de Pimentel fue homenajeado por la reina con un gran baile palatino de despedida en el cual, como recuerdo, le hizo entrega de un diamante que se encontraba en el turbante del traje de morisca con la que se presentó disfrazada. Pero lo que Madrid valoró más fueron los gestos de la soberana reconociendo a Felipe IV todavía como rey de Portugal, gracias a la labor del diplomático español.

Cuando Cristina de Suecia decidió abdicar el trono, abandonar Suecia y emprender su conversión al catolicismo, Pimentel le ayudó. Reservó alejamiento para ella y su séquito en casa de su agente de negocios en Hamburgo desde donde llegará a Amberes, en el Flandes ligado a la Monarquía española. Diez días antes, Felipe IV escribió al Papa la decisión de conversión de la ex reina, comunicándole que había aceptado ser su padrino en la ceremonia. Así, Cristina hizo en Bruselas su abjuración de la fe protestante y en Innsbruck, su conversión, encaminándose a vivir en la Roma papal.

A comienzos de 1655, don Antonio escribió al rey de España declarando no poder servir con acierto a la reina por no tener genio capaz de conformarse con el de los cortesanos romanos, y, al mismo tiempo, pidiendo permiso para volver a Flandes y continuar sus servicios militares. Sin embargo, se le destinó a administrar unos dominios en el ducado de Milán. Dos años después, en 1658 fue llamado otra vez por Felipe IV con la importante misión diplomática de preparar la paz de los Pirineos con Francia, tras muchos años de guerra.

En 1660, Pimentel fue nombrado maestre de campo de Andalucía y gobernador de Cádiz siete años más tarde. El gobernador y capitán general de los Países Bajos, Íñigo Melchor Fernández de Velasco, necesitando una persona de completa autoridad y satisfacción, entendió que concurrían en la persona de Antonio Pimentel todas esas condiciones, por su larga experiencia y prudencia que había demostrado, y lo nombró para sucederle interinamente en 1669. Esa fue su última misión pues murió en Bruselas el 2 de marzo de 1671, siendo ejemplo de esa elite cosmopolita que recorrió y sirvió en ese conglomerado de territorios y población que fue conocido como la Monarquía de España.

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