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07 de septiembre de 2024

El Rey Alfonso XIII repasando las fuerzas destinadas en el protectorado del Rif en 1921

El Rey Alfonso XIII repasando las fuerzas destinadas en el protectorado del Rif en 1921

¿Por qué al rey Alfonso XIII se le conoce como el «primer africanista»?

Fue la pérdida de las provincias en Ultramar la razón por la que Marruecos se consideró una oportunidad de «regeneracionismo exterior»

En enero de 1909, antes incluso de que tuviera lugar el trágico episodio del desastre en el barranco del Lobo, la revista Europa en África, otorgaba al monarca el calificativo de «primer africanista». El significado de esta consideración no era arbitrario. Alfonso XIII no fue una pieza pasiva del mecanismo constitucional levantado por Cánovas del Castillo. Durante su reinado, la implicación del rey en la zona de influencia española fue manifiesta.

Desde el momento en que se coronó, en mayo de 1902, mostró interés por la política activa. Tendió a tomar en serio las funciones que el marco constitucional le otorgaba: inviolabilidad, potestad compartida con las Cortes para legislar, sancionar leyes, hacerlas ejecutar, concesión del mando supremo de las FF. AA., designación del presidente del Consejo de Ministros, nombramiento de funcionarios públicos, concesión de títulos, declaraciones de guerra, tratados de paz... Nada extraño si tenemos en cuenta que la monarquía en el sistema canovista de la Restauración era la médula espinal.

Un análisis de sus discursos y alocuciones, además de los documentos que nos brindan los archivos, nos permiten interpretar los rasgos que definen su actitud política. Se observa una confianza entusiasta en su pueblo y una visión romántica y nacionalista de la historia afín a la sustentada en los medios militares del país. Para la mayoría de los generales, jefes y oficiales el sistema político de la Restauración había supuesto un replanteamiento del papel del Ejército y una involución de sus convicciones políticas. Tras el desastre del 98, el Ejército español se tornó conservador y reaccionario.

Esa afinidad de ideas políticas entre ambas instituciones reforzó su vocación, orientada desde la infancia hacia el Ejército. Al iniciar el reinado, el binomio Corona-Ejército se consolidó y actuó como principal engranaje de un sistema que fue tendiendo hacia la militarización de la sociedad al aplicar soluciones castrenses para resolver asuntos civiles. Fue la pérdida de las provincias en Ultramar la razón por la que Marruecos se consideró una oportunidad de «regeneracionismo exterior». La política de recogimiento de la Restauración durante el último cuarto del siglo XIX se había basado en la inhibición frente a cualquier intervención activa en la política continental. Al iniciarse el siglo XX, a España solo le quedaban como posesiones exteriores las dos plazas de soberanía en el norte de África, Ceuta y Melilla, y algunas islas próximas: Peñón de Alhucemas, Peñón de Vélez de la Gomera e islas Chafarinas.

En los albores del siglo XX, cuando surgió la oportunidad de repartir Marruecos con la República de Francia, el monarca, los militares y los políticos liberales del turno vieron con buenos ojos la posibilidad de ampliar el territorio y asegurar una amplia zona de seguridad para las plazas de soberanía. Recordemos que Melilla, en 1893 sufrió un violento ataque por parte de la harca de las cabilas limítrofes de Guelaya y fue necesario enviar unidades, pues la guarnición compuesta por las compañías disciplinarias se vio superada. Marruecos, además, significaba un asunto de seguridad nacional. Dominar el litoral norte del país magrebí se convirtió en una prioridad estratégica.

La idea de llevar la frontera más allá del Estrecho era recurrente en el pensamiento político español. Abundando en esta interpretación, Antonio Maura expresaba en 1904 con motivo de la firma del Tratado franco español: «y si aquello solo fueran riscos, sangre y dinero habría que gastar para que fueran nuestros». Sin embargo, los nativos pronto manifestaron que no estaban dispuestos a permitir injerencias externas dando paso a un largo proceso de pacificación que se extendió entre 1909 y 1927.

Durante este periodo, encontramos al monarca atento a la evolución de los acontecimientos. Mantuvo contacto permanente con las personas que ocupaban cargos, cuyas competencias se relacionaban directamente con la zona de influencia en Marruecos, a partir del 27 de noviembre de 1912 reconocido oficialmente como protectorado. En Madrid se reunía con los presidentes del Consejo de Ministros y con los representantes de las carteras de Estado y de la Guerra. Desde Marruecos recibía información diaria de las operaciones militares. Compartía puntos de vista con los militares destacados en el Protectorado, con aquellos que merecían su confianza y ocupaban puestos relevantes al frente de la Alta Comisaría o dirigiendo las Comandancias Generales de Ceuta, Melilla y Larache.

A lo largo de este tiempo mostró especial interés en la operación de desembarco en la bahía de Alhucemas, planteada una y otra vez desde 1911. Un triunfo de las armas españolas mediante una operación tan compleja como era desembarcar unidades en playa hostil serviría para mostrar al mundo occidental la capacidad del ejército español lo cual persiguió con ahínco. Designó incluso informadores personales que le trasladaban las noticias casi en tiempo real. Información detallada, pues, que a partir de octubre de 1924 le comunicaría el presidente del Directorio Militar y alto comisario de España en Marruecos, Miguel Primo de Rivera. Fue un enamorado de la operación de desembarco en Alhucemas; sin embargo, cuando en septiembre de 1925 se llevó adelante, el monarca manifestó su rechazo. La razón debemos buscarla en la impresión que le causó el desmoronamiento en tan solo tres semanas del conglomerado estructural de la Comandancia General de Melilla.

Con todo, Alfonso XIII, no condicionó la estrategia de las campañas de Marruecos. Esta fue una cuestión que correspondió a los altos comisarios, a los comandantes generales y a los ministros de la Guerra. A pesar de que su nombre apareciera relacionado con los hechos de Annual, lo cierto es que nadie, hasta el momento, ha demostrado este extremo.

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