Picotazos de historia
El último día del acorazado Bismarck, el orgullo del Tercer Reich que Hitler creía invencible
El último combate estaba listo para iniciarse. A las 08:47 los británicos abrieron fuego contra el acorazado alemán mientras avanzaban rápidamente para acortar distancias, conscientes de que su presa no podía maniobrar y mucho menos escapar
El 26 de mayo de 1941 a las 20:47 horas se inició el ataque de los aviones torpederos que habían despegado desde la cubierta del portaaviones Ark Royal. El objetivo era la joya de la Kriegsmarine alemana: el acorazado Bismarck, de la clase del mismo nombre (su buque gemelo sería el Tirpiz) con 42.000 toneladas de desplazamiento que llegaban a las 50.000 a plena carga. El potente acorazado recibió dos impactos. El primero no perforó el potente cinturón blindado que le protegía pero el segundo fue un impacto de milagrosa buena (o mala, según se mire) suerte.
Cuando el navío alemán metía 12º a la caña del timón para iniciar un giro fue alcanzado en la popa por un torpedo inglés. Los daños resultarían mortales para la nave. Los timones quedaron bloqueados en la posición última y el Bismarck quedó ingobernable ya que solo podía navegar en círculos. Eran daños que no podían ser reparados ni permitían la opción de la navegación alternando las diferentes turbinas de las hélices. Sabedor de lo inevitable el almirante Lutjens envió un telegrama informando del inminente fin de la gran nave.
Durante la noche el Bismarck fue acosado por cinco destructores (cuatro británicos y uno polaco) y milagrosamente consiguió esquivar los torpedos contra él enviados y mantener a raya a los destructores, dañando a dos de ellos. A las 08:15 horas del día 27 de mayo desde el acorazado alemán se avistaron a los acorazados británicos Rodney y George V y al crucero pesado Norfolk comandados por el almirante Tovey. El último combate estaba listo para iniciarse. A las 08:47 los británicos abrieron fuego contra el acorazado alemán mientras avanzaban rápidamente para acortar distancias, conscientes de que su presa no podía maniobrar y mucho menos escapar. A las 09:04 horas se unió al combate el crucero pesado Dorsetshire.
Muy pronto el navío alemán fue horquillado por las salvas de la artillería enemiga y una lluvia de acero y fuego se abatió sobre su proa, deshaciendo las torres proeles de su artillería principal (torres «Anton» y «Bruno») y los puestos de dirección de tiro. A las 09:15 horas, y con los navíos británicos a 11.000 metros de distancia, fueron destruidos el telémetro y el puesto de observación dejando a las torres de la toldilla de popa (torres «Cesar» y «Dora») con una posibilidad de fuego limitada e ineficaz Mientras llovían proyectiles de 406, 356, 302 y 152 milímetros de calibre sobre el gigante alemán que disparó su último proyectil a las 09:31 horas, quedando después indefenso al haber perdido su capacidad de fuego.
Los navíos británicos castigaron al moribundo coloso con todas las piezas que llevaban a bordo y con el alza a 0º. Esto es, a bocajarro. Imposible fallar. Y así continuó hasta que a las 10.25 horas el almirante Tovey dio la orden de alto el fuego y que se echara a pique la masa humeante del Bismarck con torpedos. Durante todo ese tiempo la bandera del Bismarck no fue arriada del palo mayor y es que cualquier intento hubiera sido un suicidio seguro en medio de la lluvia de proyectiles que caían sobre el acorazado alemán. De hecho la tripulación se había refugiado en el interior, protegidos por la coraza blindada.
Lutjens había dado orden al crucero pesado Prinz Eugen de que abandonara la formación y tratara de alcanzar la seguridad en el puerto francés de Brest. Cosa que logró. Una vez deshecha la formación Lutjens dejó el mando al comandante del Bismarck, que era el capitán de navío Ernst Lindemann y a quien por última vez se le vio, de pie, saludando a la bandera que aún flameaba en el palo mayor mientras las aguas del Atlántico se abrían para acogerlo en su seno. Esto ocurrió a las 10:39 horas. De los 2.200 hombres que marinaban la nave alemana solo sobrevivieron 114.
El Estado Mayor de la Kriegsmarine solicitó a la Armada española que enviara naves para ayudar a los náufragos por encontrarse el punto del combate al norte de las costas de Galicia. El crucero pesado Canarias alcanzó la zona de hundimiento el día 29 pero solo pudo recuperar los cuerpos de dos marinos y que fueron devueltos al mar con todos los honores.
Con todo, el hundimiento de aquel leviatán no fue debido al terrible castigo que recibió por parte de la artillería británica ni por los ocho torpedos que impactaron contra él. El Bismarck, que aquel día entró en la leyenda, se hundió porque su propia tripulación lo echó a pique.