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12 de septiembre de 2024

La Corte del emperador Federico II en Palermo Arthur von Ramberg

La Corte del emperador Federico II en Palermo Arthur von Ramberg

El hijo borracho del emperador alemán que estuvo a punto de ser rey de Castilla

Casó con la infanta Berenguela cuando ella era la heredera al trono. Si su misterioso asesinato no lo hubiera impedido, este hombre violento y pendenciero se habría convertido en rey de Castilla

Era el año 1187 y los reyes de Castilla, Alfonso VIII y su esposa Leonor de Plantagenet, tenían un problema sucesorio: su único hijo había muerto con tres meses, y sólo quedaban para sucederles tres hijas. Hasta que llegara el deseado varón, la infanta Berenguela, de nueve años, sería reina de Castilla si, Dios no lo quisiera, algo le pasara al rey en sus frecuentes luchas contra los musulmanes o contra su tío, el rey de León. Era crucial, por tanto, encontrar un marido para la infanta que pudiera reinar a su lado y defender sus intereses.

El elegido fue el duque de Suabia: Conrado, o Konrad, de Hohenstaufen, quinto hijo de Federico Barbarroja. Este emperador era uno de los grandes actores de la política europea: bajo su gobierno se alcanzó el apogeo del Sacro Imperio Romano Germánico, afianzó el poder imperial tanto en Alemania como en el norte de Italia, donde las orgullosas ciudades-estado se habían hecho prácticamente independientes.

Un hombre como Conrado, cerca de los veinte y hábil en la guerra, resultaba un buen partido para defender el trono de Berenguela en caso de necesidad. Cerca de Fráncfort, se firmó el contrato matrimonial, que incluía una espléndida dote de cuarenta y dos mil maravedíes, y después Conrado llegó a Castilla, donde se celebraron los esponsales en Carrión de los Condes. Sin embargo, aquel duque alemán distaba mucho de ser un príncipe azul: pronto se hizo conocido en los alrededores por sus juergas y borracheras con los soldados alemanes de su séquito, por su carácter difícil y sus frecuentes peleas en tabernas.

Un cronista lo describió como «un hombre enormemente dado al adulterio, la fornicación, la violación y otras maldades». Añade también algún rasgo redentor que, probablemente, no fue de mucho consuelo para la infanta Berenguela: «sin embargo, era enérgico y valiente en la batalla y generoso con sus amigos».

Un año después de los esponsales nació el infante Fernando que, al ser varón, fue designado como heredero. El matrimonio entre Berenguela y Conrado ya no resultaba interesante al emperador Federico Barbarroja, por lo que declaró cancelados los esponsales que, por la tierna edad de la infanta, no se habían consumado. Conrado volvió a sus tierras, eso sí, sin devolver la cuantiosa dote, aunque podemos suponer que su marcha fue alivio para los reyes de Castilla y su hija.

Berenguela, sin embargo, quedaba en una especie de limbo jurídico. Los años pasaban y, aunque la boda no estuviera consumada, el compromiso seguía vigente, por lo que no era plenamente libre para contraer otro matrimonio. Tenía dieciséis años y, como mayor de las hijas de los reyes, la corona aún podía recaer en ella y, por tanto, el infame Conrado podía volver para reclamar su lugar como esposo prometido. La abuela materna de Berenguela, Leonor de Aquitania, enemistad además con los Hohenstaufen, compartía esta preocupación, e intercedió con su nieta para solicitar al Papa la anulación del compromiso.

Los temores de ambas mujeres resultaron ser fundados: años después, el heredero, Fernando, moría a los veintiún años en una campaña militar, así como el otro hermano varón de Berenguela, Enrique muerto en un accidente. La corona de Castilla acabó recayendo sobre ella, por lo que, de haber seguido casados, Conrado habría sido rey. Afortunadamente para el reino y para Berenguela, las malas acciones de Conrado acabaron precipitando su fin: fue asesinado en la ciudad alemana de Durlach, presuntamente por el marido de una mujer a la que había violado. Otra historia cuenta que, al violar a una virgen, ésta le mordió furiosamente en un ojo al defenderse, causándole una infección que lo mató en pocos días.

Esta muerte, que tiene algo de justicia poética, liberó a Berenguela para casarse al año siguiente con su tío, el rey Alfonso IX de León, por lo que en el momento de ser coronada reina de Castilla veinte años después, era ya madre de cinco hijos. Cedió inmediatamente la corona a su hijo Fernando, que contaba entonces dieciséis años, y fue su principal valedora en la defensa del derecho de su hijo a heredar el trono de León, ya que su padre no tenía intención de permitir que ambas coronas se uniesen, y emprendió batalla legal y militar para impedir que Fernando heredase.

Berenguela, afortunadamente, ganó la contienda y Fernando III el Santo fue coronado rey de Castilla y de León, engrandeciendo ambos reinos con conquistas militares, como la conquista de Córdoba, y obras arquitectónicas como la catedral de Burgos. Berenguela no sólo se libró con la muerte de Conrado de un pésimo marido, sino que quedó libre para contraer un matrimonio estratégico que resultó en la mayor ganancia para ella y su reino.

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