Grandes gestas de la Historia
La gesta de Betanzos: los gallegos que enviaron a 200 dragones napoleónicos al inframundo
Lea y escuche el nuevo episodio de esta serie de históricos acontecimientos
En la trágica Guerra de la Independencia, el pueblo español derrochó valor demostrado en capítulos gloriosos muy conocidos como el levantamiento del 2 de Mayo en Madrid, la Batalla de Bailén, la resistencia de Gerona y Zaragoza o la Batalla de San Marcial. Y algunos de sus protagonistas pasaron al Olimpo de los héroes de la patria: Agustina de Aragón, Espoz y Mina, Daoiz y Velarde o el General Castaños. Sin embargo, el periplo del ejército napoleónico en tierras gallegas ha sido muy poco difundido, pese a que Vigo fue la primera localidad de Europa que lograse expulsar a las tropas francesas de una plaza conquistada. Y que Galicia, fuese la primera región española en verse libre de la ocupación imperial.
Aunque podríamos enumerar grandes y pequeños encuentros de heroicidad acreditada como la Batalla de Sampayo o la gesta de las bravas mujeres de Petín o Lauroco en Valdeorras, hubo un suceso singular muy en consonancia con el carácter mágico, mistérico y telúrico de las leyendas gallegas. El episodio tendría lugar en la que otrora fue una de las capitales del Reino de Galicia: Betanzos de los Caballeros.
Galicia y la invasión napoleónica
La invasión de Galicia no constaba entre los planes inmediatos de Napoleón. Como sus consejeros afirmaban que no presentaría gran resistencia, era un objetivo secundario. Pero todo cambió por la necesidad imperiosa de los británicos de huir de la península. La evacuación de sus tropas al mando de Sir John Moore hacia La Coruña provocaría que, en su persecución, las tropas francesas avanzaran hacia Galicia.
Con esa misión, Napoléon ponía al mariscal a Soult al mando del 2.º cuerpo del ejército, con 45.000 hombres divididos en cuatro divisiones de infantería, tres de caballería y 54 cañones. Soult iba reforzado con el contingente del General Ney, que dirigiría a cerca de 20.000 efectivos con 30 piezas de artillería.
El ejército español del Norte estaba en precario. Las tropas del Marqués de La Romana habían entrado en Galicia por Valdeorras y situado su cuartel en la Puebla de Trives el 6 de enero de 1809. Pero su dimensión numérica era irrisoria, apenas 9.000 soldados por lo que fue inútil su resistencia ante la avalancha y superioridad aplastante del ejército francés. En apenas tres semanas de enero de 1809, los franceses tomaban con facilidad, y en este orden, Lugo, Santiago, Coruña, Ferrol, Orense, Pontevedra, Vigo y Tuy.
La dominación galaica estaba mostrando la peor faz del ejército francés que tanto se cacarea ahora que «nos traía las libertades». Faz que incluía devastaciones, saqueos, asesinatos, incendios de granjas, violaciones de mujeres, destrucción de patrimonio y una brutal furia anticlerical.
La Junta Suprema central había asumido el control y los destinos de la nación ante un rey extranjero José I que la inmensa mayoría de los españoles no reconocía como propio y ante el vacío de poder de dos reyes a los que sí reconocían, Carlos IV y Fernando VII pero que estaban secuestrados en Bayona. La Junta sabía que en Galicia las partidas guerrilleras eran su única baza y decidió impulsarlas e instar al pueblo a armarse y que colaborara en su lucha contra el invasor.
Betanzos en la Guerra de la Independencia
En esta vorágine conquistadora de las principales ciudades gallegas los franceses habían tomado la ciudad de Betanzos. El 11 de Enero de 1809, hacían su entrada allí tropas del 2º Cuerpo de Ejército francés. La primera División estaba al mando de general Jean Baptiste Franceschi seguido por otra división de Coraceros. La ciudad, sin protección militar alguna, había sido semi abandonada por sus habitantes y fue ocupada sin resistencia ni capitulación.
Betanzos de los Caballeros, hoy perteneciente a la provincia de La Coruña, era una ciudad cuya antigüedad se cernía en la noche de los tiempos. La leyenda atribuía la fundación al caudillo celta Breogán y otros incluso, al mismísimo bisnieto de Noé. Su historia medieval estuvo ligada a la Casa de Andrade. Alfonso IX de León y Galicia le había concedido el título de villa, Alfonso XI por su auxilio a la Reconquista de Tarifa, privilegios económicos y Enrique IV el título de ciudad. En el siglo XIV, por su gran desarrollo comercial, los betanceiros serían conocidos como los genoveses de Galicia y los Reyes Católicos la designaron capital de provincia. En la Guerra de la Independencia era una de las siete que formaba el Reino de Galicia.
La Junta de Lugo ya había avisado a Betanzos de la llegada próxima de los ingleses que huían hacia La Coruña con los franceses pisándoles los talones. Las tropas británicas que pasaron por allí, apenas dos días antes de la entrada francesa provocaron graves daños. Incluso, aunque al final no lo hicieron, pensaron en hacerla volar por los aires para ralentizar la marcha de los franceses.
La llegada del ejército napoleónico no pudo comenzar peor. Se aplicó el mismo protocolo que en el 2 de mayo de Madrid: el primer día acometen una gran tanda de fusilamientos para sembrar el terror e instar a la sumisión absoluta. Gracias a la labor del cronista de la villa Núñez-Varela y Lendoiro que recopiló testimonios de vecinos, curas, soldados y los oficios del Ayuntamiento conocemos el terror que sufrió la población durante los días de ocupación.
Se dedicaron al pillaje, se apoderaron de la Casa Consistorial ocuparon los monasterios y conventos, así como del hospital. Obligaron a los vecinos a que les dieran cobijo, profanaron las iglesias, quemaron los órganos, abrieron las sepulturas e hicieron que sus caballos comieran en los altares. Lo que no quisieron o no pudieron llevarse lo quemaron. Las casas fueron objeto de brutales saqueos, arrasaron con viñas y cultivos urbanos, perforaban las barricas de vino en las bodegas, quemaban las cosechas recogidas y decenas de mujeres fueron ultrajadas. Un hecho especialmente reseñable fue la ocupación del Archivo Municipal que destruyó toda documentación, dejando sin apenas memoria el pasado de los habitantes.
Los betanceiros que pudieron escapar se habían guarecido en aldeas próximas para salvar sus vidas, las de los suyos y sus pertenencias más valiosas y unos cuantos además para formar parte de las partidas armadas que se enfrentarían - en las medidas de sus posibilidades- al cruel invasor. De hecho, se afrontaron con uñas y dientes la defensa del «Ponte do Porco» mítico puente erigido por los Andrade cuyo símbolo del jabalí todavía lo corona. Cerca de 700 «paisanos» allí se prepararon para defenderse o morir.
Los dos más hábiles generales de Bonaparte, elegidos por el mismo emperador para dominar la Península y curtidos en mil batallas, abandonaran Galicia
Y por si fuera poco, tras arrasar la ciudad, los franceses profanaron el santuario de Nuestra Señora del Camino, el gran lugar de peregrinación en el Camino Inglés de Ferrol hacia Compostela, de intensa devoción en la zona.
El francés Henri Jomini, Jefe del Estado Mayor del Mariscal Ney en A Coruña, había ordenado acampar en la aldea de Cesures a dos destacamentos de la División de Marchand, conde del Imperio, cuyo nombre por cierto está inscrito bajo el Arco de Triunfo de París.
Los destacamentos de Marchand estaban formados por doscientos dragones con sus respectivas cabalgaduras que emprendieron una operación en las feligresías próximas. iban armados de sable, pistola y carabina. Su modus operandi fue de idéntica crueldad al seguido en la ciudad.
Y aquí comienza un relato en el que se mezcla la leyenda y la memoria olvidada, y sobre todo, unos hechos inexplicables en la esfera de esos mundos intangibles ancestrales que poblaban la Galicia rural. Tanto, que incluso el conocido Iker Jiménez hace unos años le dedicaba uno de sus esotéricos programas. Lo sucedido sería uno de los más ignotos y sorprendentes misterios de la Guerra de Independencia.
Y es que al llegar la oscura noche, los doscientos soldados literalmente se desvanecieron. Las armas, uniformes, los pertrechos, junto a sus cabalgaduras se evaporaron sin dejar rastro alguno, como si se los hubiera tragado la tierra. Desparecieron.
En un breve lapso de tiempo, al no tener noticias, las autoridades francesas de la zona, enviaron un contingente de tropas a localizarlos, pero volvieron sin información. No había rastro. Ni de ellos, ni tampoco huellas de que hubieran perecido en algún tipo de enfrentamiento, ni ningún vestigio de destrucción.
Las represalias
Se descartó la deserción y procedieron a interrogar a los campesinos ante las sospechas de que los soldados imperiales pudieran haber sido asesinados y enterrados en los montes de la zona. Pero ¿Cómo no había rastro alguno? ¿Cómo pudieron hacer desaparecer nada menos que a 200 cadáveres?
Se les sometió a torturas, pero no consiguieron ni una sola pista, nadie sabía nada y/o nadie dijo una sola palabra sobre la identidad de aquellos guerrilleros que habían acabado con los «200». En la obra La ocupación de Betanzos y su tierra por los franceses en 1809. 163 días de suplicio en la voz del pueblo de Núñez-Varela y Lendoiro se expone cómo la desaparición de los 200 fue presentada a los ojos del Emperador como de «horrible provocación», y activaría una terrible venganza.
Torturaron a los habitantes de estos lugares sin miramiento hacia mujeres, ancianos y niños; violaron a cuanta mujer encontraron a su paso, profanaron las parroquias, redujeron a cenizas aldeas y procedieron a ejecuciones de castigo como aparece recogido en las partidas de decesos y libros de difuntos Informado el mariscal Ney, impuso además a la provincia de Betanzos una onerosísima multa como indemnización.
Galicia y la guerrilla
Aunque solemos asociar a los guerrilleros sobre todo al sur peninsular, el británico Napier, en su obra Guerra de la Península afirma que la eficacia de la guerra de guerrillas, se acreditó por primera vez en tierras gallegas. Y es que enfrentamientos como el de Casal del Eirigo (Setecoros), Valga, Las Galanas, Santiago, así como la victoria definitiva de Puente Sampayo lograron en solo cinco meses que los mariscales Soult y Ney, los dos más hábiles generales de Bonaparte, elegidos por el mismo emperador para dominar la Península y curtidos en mil batallas, abandonaran Galicia. Y fueron expulsados por tropas de gallegos de aldeas, pueblos, villas, y ciudades. Sin instrucción y mal armadas dirigidos por caudillos inexpertos que triunfaron sobre huestes aguerridas y veteranos oficiales.
Una lucha religiosa
La resistencia al invasor tuvo unos tintes hoy casi nunca recordados en los manuales de historia: fue también una de lucha religiosa. Los franceses revolucionarios y con odio furibundo a los símbolos católicos, profanaban lugares sagrados y no le temblaba el pulso a asesinar curas, frailes y monjas, venerados y respetados por el pueblo gallego profundamente católico. Por eso entre otras razones la Iglesia se entregó en favor de la lucha; se colgaron hábitos y sotanas y se empuñaron las armas y, los sacerdotes de retaguardia, exhortaban a la lucha desde púlpitos y confesionarios.
Nunca los campesinos gallegos se habían entregado tan vehementemente a una causa como en esta ocasión. La guerra fue, pues, una epopeya popular. Interpretaciones presentistas ahondan en el dislate de que estos campesinos, azuzados por los curas y por los absolutistas, habían luchado contra la democracia. Aparte de que calificar a Napoleón de demócrata es un disparate, es una ofensa a la memoria de los que dieron su vida por una causa honorable; la defensa de su hogar, su patria y religión. Las Actas Capitulares de 1811 así lo recogen.
«…Betanzos… se cubrió de gloria por que sus habitantes prefirieron vivir en las Sierras por no ser esclavos de unas Legiones destructoras de lo más Sagrado…»
Las consecuencias
La memoria de la Guerra de Independencia se fue transmitiendo generación en generación y se perpetuó en las leyendas y tradiciones populares. También el escarnio a los enemigos fue omnipresente los perros palleiros o sin raza de las aldeas rurales se llamaron durante décadas Ney y Sul, sin saber algunos que era una adaptación de los nombres de esos generales tan prestigiosos y condecorados que habían salido de los montes gallegos, nunca mejor dicho, con el rabo entre las piernas y que ahora revivían en cada aldea reencarnados en canes.
Las consecuencias de la guerra acarrearían para Betanzos una decadencia de la que tardaría en recuperarse. Además la pérdida de los archivos provocaría cientos de problemas administrativos, conflictos entre colectivos y particulares, testamentos, legados, disputas por propiedades… fue una hecatombe documental que todavía se agravaría más con los brutales ataques en julio de 1936 en los que el archivo y biblioteca del convento, que encerraba tanta riqueza en manuscritos incunables, fueron quemados públicamente en la hoguera.
¿Y qué pasó con los dragones desaparecidos y sus caballos? En el Museo das Mariñas de la ciudad de Betanzos algunos indicios permiten intuir lo que sucedió. Todo apunta a que esta desaparición masiva no se debió a un agujero negro ni a un triángulo de las bermudas napoleónicas, ni se fueron a un inframundo bélico.
Los gallegos, hartos de los abusos de los soldados, se decantaron por una decisión implacable. Perfectamente organizados los aldeanos y los vecinos de Betanzos refugiados en las montañas habrían sorprendido y masacrado al contingente imperial.
Los habrían asesinado mientras dormían, y con cierta probabilidad pudieron estar al frente los abades de las parroquias, frailes y sacerdotes que sentían que actuaban en defensa de todos y en defensa de una fe ultrajada. ¿Lo consiguieron con una acción de sabotaje de la guerrilla introduciendo en el agua o en la comida de los franceses ciertos compuestos de plantas gallegas? No lo sabemos. Tras ello, perfectamente coordinados, habrían hecho desaparecer toda evidencia de su cruel pero defensiva acción.
El cronista Núñez-Varela y Lendoiro habla de que la tradición oral apunta a unos hornos que trabajaron día y noche para hacer desaparecer todo. No quedó ni un arma ni un uniforme, ni un hueso. Para él lo más sorprendente es que «nadie guardó memoria» o «no quisieron guardarla».
Pero ¿Y los caballos? Pues es que los doscientos caballos de los franceses no desaparecieron con ellos. Esa misma noche, los animales al galope fueron conducidos «a uña de caballo» hasta Ribadavia que distaba de Betanzos más de veinte leguas. Allí los entregaron al Marqués de La Romana, jefe español del ejército del Norte. Era la segunda gran contribución de los betanceiros a la causa tras haber aniquilado a los 200 fieros dragones del Ejército Francés.
Afortunadamente la heroica resistencia gallega durante la Guerra de Independencia está siendo reivindicada en la historiografía reciente, pero y continúa el misterio de lo que ocurrió y sigue sin hallarse ni una sola prueba, rastro o huella del destino de los cuerpos de los doscientos desaparecidos en la noche gallega.
Pero unos meses después del suceso el Semanario Político, Histórico y Literario de La Coruña publicaba en 1809 esta enigmática estrofa: «¿Quién de la montaña las gentes movió, / Y a Ney y su gente llenó de terror? / El fiero bramido de nuestro león, / que en los montes guarda todo su vigor».