El antes y después de la Revolución Francesa o su impacto en la organización militar
De fuerzas armadas formadas con unidades mercenarias extranjeras todavía importantes en el siglo XVIII sufrieron un proceso de impacto que les transformó en ejércitos europeos
Los gobiernos revolucionarios reformaron la organización militar francesa, su función y objetivos, sobre todo desde el periodo radical de La Convención (1792-1794). Del ejército del rey se pasó al ejército de la Nación, un cambio muy significativo. Su principal función no sería la obediencia a los planes de un gobierno sino la defensa de la patria revolucionaria contra enemigos internos y externos.
De esa manera, los soldados fueron utilizados por los dirigentes jacobinos contra las sublevaciones contrarrevolucionarias del campesinado en las revueltas de la Vendée, la Chouannerie, Toulouse y Bretaña, al ser declarados enemigos internos del Estado revolucionario entre 1793 y 1799. Con ello se sentaban las bases para considerar al Ejército una herramienta para la lucha política, para lograr el triunfo de las nuevas ideas. Todo lo cual se exportaría a los siglos XIX y XX.
París aprobó una ley de conscripción, disposición que garantizaba la existencia de unidades de infantería, artillería y caballería con un número suficiente de hombres para reponer sus propias filas. Además, se abolieron las pruebas de sangre, los privilegios de la nobleza, favoreciendo una apertura mayor al meritaje para los ascensos en las escalas internas y se procuró una mayor profesionalización. Se argumentó que, si la Nación ofrecía derechos a sus ciudadanos, éstos tenían el deber de defenderla por las armas, por lo que se impuso el servicio militar obligatorio, algo a lo que no estaban acostumbrados los campesinos franceses. Hubo protestas, pero el uso de la violencia las sofocó.
Se argumentó que, si la Nación ofrecía derechos a sus ciudadanos, éstos tenían el deber de defenderla por las armas
Napoleón, rector de los destinos de Francia entre 1799 y 1814, consolidó muchas de las ideas y cambios de la etapa republicana. Conocida fue su frase «todo soldado tiene en su mochila el bastón de mariscal», es decir, el mérito hacía que se pudiera llegar a escalar las más altas jerarquías militares en una época donde la Revolución provocó veinte años de conflictos bélicos. Su propaganda insistió en la guerra como defensa de la Nación francesa y se consideró heredero de la Revolución.
Bonaparte también insistió en la idea de la importancia decisiva de conseguir una gran batalla, puesto que el fin de la campaña venía determinado por una de ellas y de ahí su fe en Austerlizt, Jena y Borodinó, entre otras. Por otra parte, concedió importancia a la subdivisión de fuerzas para obtener mayor movilidad; argumentó que la distancia de marcha no debía ser excesiva para permitir reunión de fuerzas rápidamente y subrayó la importancia de la espera en la búsqueda del instante decisivo en el que enemigo empleaba todos sus recursos.
Los reinos europeos fueron adaptando o respondiendo a estas ideas, pero la experiencia bélica fue determinante para que, al final, los ejércitos de los enemigos de Napoleón supieran las bases de su táctica y la aplicaran, así como su organización militar. De esta manera, el reino de Prusia –cuya fama como potencia castrense era conocida gracias a la fama de sus reyes Federico Guillermo I y Federico II en el siglo XVIII– conoció diversas derrotas ante los ejércitos revolucionarios.
El gobierno de Berlín decidió imponer el servicio militar obligatorio, acabando con las unidades mercenarias extranjeras; abolió los humillantes castigos corporales a soldados; potenció una «conciencia popular» que divulgó la idea de «guerra de liberación» contra el francés y, por ello, guerra nacional, guerra justa y guerra donde ningún buen patriota podía negarse a participar pues defendía, en esencia, su libertad e independencia. Si no puedes con tu enemigo… cópiale.
Prusia, no obstante, contó con la figura de Carl Von Clausewitz (1780-1831), el gran teórico alemán, nacido en Magdenburgo. En su tiempo, su figura se asoció al modelo de militar tardoilustrado e intelectual. Apasionado por la teoría de la guerra, experimento la misma durante la época napoleónica. Escribió un libro, De la Guerra, que fue publicado a su muerte. En el mismo refutó a los teóricos del siglo XVIII, que privilegiaron las maniobras en la batalla. Él observó la batalla como el único momento álgido en el que se podía alcanzar la victoria definitiva para derrotar al adversario. Por otra parte, arguyó que la guerra era un fenómeno social significativo y trágico, que perturbaba a los soldados y a todas las ramas del Estado.
Se ha repetido hasta la saciedad su idea de que la guerra es la continuación de la política por otros medios; la política mueve la guerra y la guerra se agita por fines políticos. Pero Clausewitz siempre recordó que la guerra puede ser detenida por los políticos, por lo que antes que utilizar las armas había que esgrimir sabiamente la política y la diplomacia. Malas interpretaciones ulteriores, de pangermanistas y nazis, deformaron el contenido de su obra que, en el siglo XIX, fue definitiva para los centros de enseñanza europeos, junto a la herencia militar napoleónica.