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18 de septiembre de 2024

Martín-Miguel Rubio Esteban

La amistad rusoalemana

Alemania se convirtió en la primera gran potencia en reconocer de iure a la Rusia soviética. Entre ambas potencias se estableció una estrecha cooperación en los campos comercial, económico y militar

Madrid Actualizada 04:30

El káiser alemán Guillermo II y el zar ruso Nicolás II, 1905

El káiser alemán Guillermo II y el zar ruso Nicolás II, 1905

Si uno utilizara solamente la estadística de sucesos y experiencias históricas favorables y perjudiciales de Rusia relacionadas con su política exterior, habría que decir sin lugar a duda que la gran amiga de Rusia por lo mucho que le ha aportado ha sido Alemania, aunque tal estadística se intente adumbrar con los más de veinte millones de muertos que la Segunda Guerra Mundial causó a la URSS, y el alineamiento antinatural de Rusia en la Gran Guerra.

La Gran Guerra patria fue una catástrofe ideológica, una locura del poder, no un producto del devenir histórico y mucho menos una dinámica de hostilidad entre dos grandes pueblos. Porque el pueblo ruso ha sintonizado siempre muy bien con Alemania, como mínimo desde el siglo XVII. Así, el gran Leibniz, que quería instaurar en el mundo como peculiar ecumenismo «la república universal de los espíritus», había mantenido contacto con Pedro el Grande desde 1694, a causa –al principio– de su interés por la lengua rusa y las lenguas asiáticas. Pero su primera audiencia personal con el zar la obtuvo el 30 de octubre de 1711, con motivo de la boda de la princesa de Braunschweig, Carlota Cristina Sofía, con el zarevich Alexei, momento a partir del cual inicia su correspondencia y estrechas relaciones de amistad con Pedro I sobre sus planes para promover en Rusia las ciencias, y relaciones recíprocas y proficuas entre Prusia y Rusia.

A la Alemania aún no unida Rusia le abrió las puertas de Asia, principalmente China. Al margen de fundar una Academia en Rusia, la primera, la famosa Academia Grecolatina, las relaciones diplomáticas con Pedro el Grande eran importantes para Leibniz en cuanto que Rusia representaba el paso hacia Asia, tanto con fines culturales-científicos como comerciales. Desde principios del XVIII, con el ministro de Exteriores, Nikita Panin, Rusia y los Estados alemanes tuvieron unas relaciones recíprocamente ventajosas. La última hazaña del general Aleksander Suvorov fue la de defender los estados alemanes del sur frente a Francia.

Rusia era la compañera ideal de viaje gracias a la cual un día llegaría la unidad del Imperio alemán: Bismarck llegaría a reconocer que la nodriza de la unificación alemana fue Alejandro II, al mantener amigo el frente oriental en el ataque de Alemania a la Francia de Napoleón III.

Por otro lado, ya tras el desastre de la Guerra de Crimea y el bloqueo anglofrancés, el apoyo de Prusia había sido de vital importancia para el Imperio ruso. En abril de 1873, por invitación de Alejandro II, el emperador alemán Guillermo I y el jefe del Estado Mayor, Helmuth von Moltke, llegaron a San Petersburgo con motivo de la firma de un convenio defensivo entre Prusia y Rusia. En caso de ataque a una de las dos por parte de una tercera potencia, ambas partes se comprometieron a brindar asistencia militar «en el menor tiempo posible, con la forma de un ejército de 200.000 efectivos listos para el combate».

Los ministros de exteriores rusos, Gorchákov y Girs, así como el canciller alemán Otto von Bismarck, mantuvieron siempre una relación muy estrecha y amistosa de sus respectivas potencias, sacando incluso a la gran potencia de Gran Bretaña, el mayor y constante enemigo de Rusia, del Mar Negro.

El apoyo ruso a Francia y a Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial no obtuvo jamás las simpatías del pueblo ruso, máxime además cuando los fracasos de las tropas rusas en 1915 se debieron a que Francia y Gran Bretaña, contrariamente a sus obligaciones como aliados, prácticamente no emprendieron acciones ofensivas contra las tropas alemanas en el Frente Occidental, y se limitaron a la defensa, lo que permitía que el bloque austro-alemán mantuviera 80 divisiones en el Frente Occidental y mandara 150 al Oriental, por lo que Rusia cargó con la peor parte de la guerra, no agradeciéndole el ataque del general Aleksander Samsónov para que no cayese París.

Confraternización de tropas alemanas y bolcheviques en la zona del río Yaselda , Rusia, febrero de 1918

Confraternización de tropas alemanas y bolcheviques en la zona del río Yaselda , Rusia, febrero de 1918

También fueron desagradecidas las tropas francesas situadas cerca de Verdún, que fueron salvadas por la ofensiva de los ejércitos rusos del frente sudoeste, bajo el mando de Aleksei Brusílov. El avance de Brusílov obligó al mando alemán a detener el ataque a Verdún y transferir doce divisiones al Frente Oriental. Todo este comportamiento desaprensivamente desagradecido repugnaba al pueblo ruso. Tras la Gran Guerra, en 1922, en Rapallo, a las afueras de Génova, se firmó un tratado rusoalemán para renunciar a las reclamaciones mutuas y establecer relaciones diplomáticas.

Alemania se convirtió en la primera gran potencia en reconocer de iure a la Rusia soviética. Entre ambas potencias se estableció una estrecha cooperación en los campos comercial, económico y militar, con formación de personal militar alemán en centros de adiestramiento soviéticos, así como la producción conjunta, en la URSS, de ciertos tipos de armas prohibidas para Alemania en el Tratado de Paz de Versalles de 1919. En los años veinte y treinta, Alemania representaba para los rusos un tercio del volumen del comercio exterior.

Tras la subida de Hitler al poder, el principal objetivo del primer ministro británico, Stanley Baldwin, era el que la maquinaria de guerra nazi atacara Rusia. Pero Hitler quería tener a Rusia como un aliado temporal, y no ser atacado por ella mientras Alemania atacase el lado anglofrancés. Y así, en agosto de 1939, Viacheslav Mólotov y su colega alemán, Joachim von Ribbentrop, firmaron un pacto de no agresión en Moscú y un protocolo adicional secreto por el que se establecía la división de esferas de influencia en Europa del Este.

Según este pacto, Berlín reconocía las repúblicas bálticas, Finlandia, la parte oriental de Polonia —lo que suponía la vuelta de la Ucrania Occidental y Bielorrusia occidental al hogar ruso— y Besarabia (Moldavia) dentro de la esfera rusa. Es así que el mismo Hitler devolvió a Rusia el territorio que esta tenía antes de la Revolución bolchevique.

Caricatura de Clifford Berryman para The Washington Star. En la leyenda se puede leer: "Me pregunto cuánto durará la luna de miel"

Caricatura de Clifford Berryman para The Washington Star. En la leyenda se puede leer: «Me pregunto cuánto durará la luna de miel»

Por otro lado, el pacto Ribbentrop-Mólotov pilló por sorpresa a Tokio, socavando las esperanzas japonesas con respecto a que su aliado estratégico apoyara al Gran Imperio del Japón en la consecución de acciones hostiles contra Rusia. El Estado Mayor japonés comenzó entonces a revisar sus planes para las siguientes operaciones militares. El sur pasó a ocupar el lugar central de sus planes, y se empezó a pensar en atacar las posesiones coloniales de Gran Bretaña y Estados Unidos. Es así que gracias a su amiga Alemania, Rusia también quedó fuera de la rapacidad del Japón, con quien firmó un pacto de neutralidad.

Lo natural, históricamente hablando —léase el Diario de un escritor, de Dostoyevski— es que Alemania y Rusia se lleven bien si no prende la cizaña británica en sus corazones. Tras la Segunda Guerra Mundial, la URSS defendió el principio de integridad territorial de Alemania, y la muerte de Lavrenti Beria, una vez muerto Stalin, se debió más a su apasionado objetivo de la unificación alemana que a sus muchos crímenes. En julio de 1955, Moscú reconoció a la República Federal de Alemania, y junto con Washington, Londres y París, firmó un acuerdo sobre la restauración de una Austria democrática y neutral, y acordó retirar sus tropas de la misma.

En 1958 Kruchev propuso declarar a Berlín ciudad libre desmilitarizada. Tras la negativa de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, en agosto de 1961, las autoridades de la RDA, de acuerdo con la URSS, erigieron un muro de hormigón en una sola noche, aislando por completo sus sectores occidentales. En 1970 se firmó el Tratado de Moscú, un acuerdo entre Rusia y la República Federal de Alemania, en la que el Gobierno socialdemócrata del canciller Willy Brandt había llegado al poder después de un largo liderazgo del bloque de partidos conservadores CDU/CSU, la Unión Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana de Baviera.

Se consiguió una cooperación económica mutuamente beneficiosa. Alemania renunció oficialmente, de acuerdo con las demandas de Moscú, a que le fuera devuelta Königsberg, la antigua capital de la Prusia Oriental, que desde 1945 se había convertido en el óblast de Kaliningrado. A cambio, el canciller obtuvo de Brézhnev un acuerdo por el cual este no obstaculizaría la unificación pacífica de los dos Estados en suelo alemán, en caso de que un día surgieran las condiciones adecuadas para la unificación de las dos Alemanias. Dos años más tarde, el Gobierno de Brandt reconoció a la RDA que hasta entonces había sido considerada por Bonn invariablemente una «zona de ocupación soviética». Ambos estados alemanes fueron admitidos en la ONU.

En la primavera de 1990 se celebraron elecciones multipartidistas en la República Democrática Alemana. En las mismas, ganó el bloque de los partidos de la derecha, y en noviembre del mismo año, la ya exrepública socialista se unió a la República Federal Alemana, que se mantuvo como miembro de pleno derecho de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Después del colapso de la Unión Soviética, la parte europea de la Federación Rusa se convirtió en un territorio semiaislado, casi intracontinental, con muy pocas salidas a los mares Negro y Báltico. Esto obligó a Vladímir Putin a estrechar más los lazos con sus nuevos vecinos, antiguos compatriotas, y con Europa en general, y muy especialmente con Alemania. A finales de 1997, los líderes de Rusia y Ucrania firmaron un acuerdo sobre la división de la Flota del Mar Negro y un Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación.

Tras la elección del segundo mandato de Putin, por más del 70 % de los electores, el presidente ruso estrechó las relaciones con la Alemania de la canciller Ángela Merkel, de suerte que dichas relaciones amistosas fueron muy proficuas tanto para Alemania (importación de enormes cantidades de materias primas rusas a precio de amigo) como para Rusia (tecnologización masiva de toda la sociedad rusa, gracias, en general, a la exportación alemana tanto de hardware y software como de conocimiento tecnológico). Tal como pronosticaba Godofredo Leibniz hace trescientos cuarenta años, Alemania y Rusia se necesitan. Se siguen necesitando. Las necesidades y valores recíprocos de alemanes y rusos son tan constantes que están por encima de los más o menos transitorios bloques de la política exterior.

  • Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor.
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