El oficio de cocinero de embarcaciones era una profesión de riesgo en la época

El oficio de cocinero de embarcaciones era una profesión de riesgo en la épocaArchivo Histórico Provincial de Cádiz

Cádiz

Así se alimentaban las tripulaciones de los navíos en el siglo XVIII

Los datos se han conocido gracias al documento del mes emitido por el Archivo Histórico Provincial de Cádiz

El Archivo Histórico Provincial de Cádiz ha divulgado un escrito titulado ‘Cocineros de ida y vuelta’. La alimentación a bordo en el siglo XVIII’ en el que detalla cómo era la alimentación de quienes viajaban a bordo de esos navíos.

El proyecto se ha llevado a cabo gracias a la información recabada de seis protocolos notariales analizados, de los cuales tres corresponden a cocineros que viajaron a Nueva España en un viaje de ida, mientras que los otros tres hacen referencia a cocineros que retornaron a Cádiz en la travesía de vuelta.

«Hemos seleccionado seis personas que vivieron desde finales del siglo XVII y a lo largo del XVIII y tenían en común ser cocineros de navíos de la Armada de Su Majestad o de mercantes que hacían la Carrera de Indias», indican desde el Archivo sobre el escrito que puede ser disfrutado al completo en su página web.

Cabe destacar que el oficio de cocinero de embarcaciones era una profesión de riesgo en la época. Sin embargo, esta también se consideraba una salida para aquellos que tenían una vida humilde y tener esta profesión les facilitaba diariamente hospedaje, comida y atención médica.

Gracias a información recogida en los escritos de los protagonistas llamados Simón López, Diego Coudous, Diego Guarinelo, Sebastián Reyes, Francisco de Sotto y Antonio Mercadel, se ha descubierto cuánta cantidad de comida solía llevar una nave para alimentar a 88 personas en un viaje de 80 días.

El cargamento consistía en 170 quintales de bizcocho ordinario (7.820 kilos), 70 quintales de bizcocho blanco (3.220 kilos), 14 balsas de carne salada (4.830 kilos), 2 balsas de tocino (690 kilos), 12 quintales de bacalao (552 kilos), 14 fanegas de habas (700 kilos), 6 fanegas de garbanzos (300 kilos), 13 quintales de arroz (598 kilos), 12 quintales de pasas (552 kilos), 10 quintales de almendras (460 kilos) y 16 arrobas de azúcar (184 kilos). También incluía 2.000 jamones, 1.000 gallinas, 80 carneros y 2.500 huevos, además de 2.000 botijas de agua, 700 de aceite, 100 arrobas de vinagre y 500 botijas de vino. Se añadieron sal, leña, medicinas y dulces.

Las raciones que se servían estaban diferenciadas según el estamento de la persona

Las raciones que se servían estaban diferenciadas según el estamento de la personaArchivo Histórico Provincial de Cádiz

Las raciones que se servían en las embarcaciones estaban diferenciadas según el estamento de la persona. «La oficialidad y los pasajeros distinguidos comían en la cámara asistidos por pajes y criados, mientras que la marinería comían sentados en la cubierta o en unas mesas que se montaban para ello cuando era posible», se señala en el documento.

Raciones para la Armada

Las porciones que recibía la Armada estaban contempladas por las Ordenanzas Reales. Estas permanecieron igual durante el siglo XVIII. Las cantidades eran 18 onzas de bizcochos cada día (518 g); un cuartillo y medio de vino diario ( 0,756 L); ocho onzas de carne los lunes y jueves (230 g cada vez); seis onzas y una séptima parte de tocino los domingos y martes (177 g cada vez); cinco onzas de bacalao los miércoles y viernes (144 g cada vez), seis onzas de queso los sábados (173 g); dos onzas diarias de menestra (57,5 g diarios); una onza de aceite los miércoles y viernes (28,76 g cada vez); media onza de aceite el sábado (14,38 g) y una sexta parte de cuartillo de vinagre los miércoles y viernes.

De igual forma, «con la ración se proveía el agua (1 azumbre ≈ 2,016 L) de la cual se quitaba medio cuartillo para el caldero (0,250 L); la leña (1 ½ libras ≈ 690 g) se entregaba al cocinero del Equipaje menos la que correspondía a los que no guisaban en el caldero; y la sal correspondiente», aclaran en el escrito.

Otro dato curioso que recoge el documento publicado por el Archivo Histórico Provincial de Cádiz, es que los cocineros que subían a bordo de las naves dejaban listos sus últimas voluntades mediante disposiciones testamentarias. Subir al barco era sinónimo de trabajo, pero no de regresar con vida tras la travesía. Por ello, era importante dejar las cosas bien atadas en tierra.

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