Octavia, la matrona romana ejemplar a quien Marco Antonio abandonó por Cleopatra
Considerada por sus contemporáneos como el ejemplo de virtud para una romana de buena cuna, sufrió las consecuencias de la importancia política de su familia
Octavia, hermana de Octavio Augusto, que llegó a ser el primer emperador romano, nació en una de las familias más nobles de Roma. La función de las mujeres patricias, además de administrar el hogar, era asegurar un buen matrimonio que conllevara alianzas para su familia y, en un período tan convulso como el final de la República romana y el nacimiento del Imperio, esto supuso a Octavia una vida llena de desgracias.
Las mujeres patricias, al contrario que sus parientes varones, no tenían un praenomen, equivalente a nuestro nombre de pila: mientras que los hombres llevaban un nombre propio como Cayo o Publio, las niñas eran conocidas con el nombre de su familia: así, todas las hijas de la gens Julia llevarían ese nombre, y todas las de la familia de Octavio, serían llamadas Octavia. Esto nos da una idea de hasta qué punto su identidad estaba ligada al destino de sus familiares.
El padrastro de Octavia pactó un matrimonio para ella con Claudio Marcelo, de quien tuvo a su adorado primer hijo, Marcelo, además de dos niñas. Su esposo, sin embargo, murió mientras ella estaba embarazada, y rápidamente fue prometida a otro destacado romano: Marco Antonio, que acababa de quedarse viudo de su esposa Fulvia. Octavia y Fulvia representan dos arquetipos muy distintos de matrona romana: mientras que Octavia era discreta, recta, y fiel seguidora de las tradiciones romanas, Fulvia ha pasado a la historia como una de las patricias más intrigantes, ambiciosas y despiadadas; al estilo de las posteriores Livia y Mesalina. El historiador Plutarco afirmó que Cleopatra de Egipto estaba en deuda con Fulvia por haber enseñado a Marco Antonio a obedecer la autoridad de una mujer.
Efectivamente, Marco Antonio, en el momento de casarse con Octavia había conocido ya a la mujer con quien entró por la puerta grande en la lista de amantes trágicos de la Historia: Cleopatra, la faraona de Egipto. Cleopatra, que ya había tenido un hijo con Julio César, se había convertido en una pieza clave en las guerras internas que desangraban el Imperio, no sólo por las habilidades de seducción que se la han atribuido, sino porque supo jugar magistralmente con la posición estratégica de Egipto en el Mediterráneo y la importancia del comercio de trigo egipcio con Roma. Marco Antonio, pocos años después de su matrimonio con Octavia, la abandonó definitivamente por Cleopatra, pidiendo después el divorcio.
El hermano de Octavia, Octavio Augusto, vio la enorme afrenta a su familia a Roma que esto suponía, por lo que la petición de divorcio conllevó el fin del segundo triunvirato y el inicio de la cuarta guerra civil romana. La victoria estuvo del lado de Augusto, y Marco Antonio y Cleopatra fueron derrotados por su flota en Actium. Antes de que el vencedor entrara en Alejandría, los legendarios amantes se suicidaron. Dejaban tres hijos: los mellizos Alejandro Helios y Cleopatra Selene, y Ptolomeo Filadelfo, de apenas cuatro años. Octavia, viuda y abandonada, decidió hacerse cargo de los tres hijos de su esposo, a los que consideraba víctimas inocentes de las circunstancias.
El clima político de Roma, sin embargo, era un avispero. Mientras Octavio apuntalaba su poder como nuevo emperador, y los partidarios de Marco Antonio eran ejecutados o exiliados, los defensores y detractores de la ya ruinosa República habían convertido el Senado en un mar de intrigas y traiciones. Los dos hijos varones de Marco Antonio y Cleopatra podían convertirse en un arma política, y murieron en misteriosas circunstancias. Octavia se encargó personalmente de dar una educación romana a la única hija superviviente, Cleopatra Selene, que creció junto a sus medio hermanas, las hijas de Octavia y Marco Antonio: Antonia la Mayor y Antonia la Menor. Cleopatra Selene se convirtió en reina de Mauritania tras casarse con el rey Juba II.
A Octavia, sin embargo, le esperaba aún un último revés. Su hijo Marcelo, habido en su primer matrimonio, se había convertido en un joven inteligente y muy popular en Roma, y se rumoreaba que el emperador Octavio Augusto, su tío, pensaba nombrarle su sucesor. Incluso orquestó su matrimonio con su única hija, Julia, siendo aún adolescentes. Sin embargo, muchos en Roma estaban en desacuerdo con esa elección, entre ellos, la esposa de Octavio Augusto, Livia, que ambicionaba el trono para su hijo Tiberio. Cuando Marcelo murió en misteriosas circunstancias, su pena fue inmensa, retirándose casi por completo de la vida pública. Agradeció con una fuerte suma al poeta Virgilio que dedicara unos versos fúnebres a su hijo en la Eneida, y ella misma murió poco después, siendo deificada por su hermano Augusto.