Picotazos de historia
El sitio de la ciudad irlandesa de Drogheda o la crueldad de Oliver Cromwell, verdugo de la Corona inglesa
Según las leyes de la guerra, en caso de triunfar el asalto, las vidas de los defensores dependerían de la buena voluntad de los atacantes
La denominada Confederación Católica Irlandesa es como se conoce a un periodo de autogobierno, en la mayor parte de la isla de Irlanda, conseguido por los autóctonos católicos tras la rebelión de 1641 y que duraría hasta 1652. Sería la actuación del severo Oliver Cromwell —Lord Protector de la Mancomunidad (Commonwealth) de Inglaterra, Escocia e Irlanda— quien pondría fin a este periodo. La crueldad y dureza de sus acciones dejaron una profunda herida, nunca curada, entre los autóctonos católicos y protestantes, irlandeses e ingleses, protestantes y católicos. El sitio de la ciudad de Drogheda marcó un punto de inflexión en este sentido.
Drogheda es una ciudad portuaria situada al norte de Dublín, en el condado de Louth. En agosto de 1649, el Lord Protector del Reino —Oliver Cromwell— desembarcó, cerca de Dublín, a la cabeza de un ejército de unos 12.000 hombres. Todos eran veteranos de la guerra contra el rey Carlos I —el que acabó decapitado por orden del Parlamento— y conocidos, por la peculiar forma del casco que llevaban, como los «cabezas redondas» (roundheads).
Cromwell desbarató a un ejército irlandés-realista que estaba sitiando la ciudad de Dublín y marchó hacia el norte. El día 3 de septiembre llegó a la ciudad de Drogheda. Esta población estaba bajo el mando del jefe realista sir Arthur Aston, quien contaba para defender la ciudad con una abigarrada fuerza de unos 2.500 hombres compuestos por: realistas ingleses, restos del ejército que sitiaba Dublín, voluntarios de la Confederación, etc.
El día 5 llegó el tren de artillería que acompañaba al ejército inglés y se inició el cañoneo que se concentró en el sur y el este de las murallas de Drogheda. La ciudad estaba protegida por murallas medievales: altos lienzos de muros delgados, muy vulnerables contra los proyectiles de la artillería, por lo que en pocos días se habían producido dos brechas practicables. El día 10 Cromwell conminó a sir Arthur Aston a rendirse, cosa que rechazó. Según las leyes de la guerra, en caso de triunfar el asalto, las vidas de los defensores dependerían de la buena voluntad de los atacantes.
El día 11 de septiembre, a las cinco de la tarde (hora del té y de las corridas de toros) Cromwell dio la orden de atacar. Tres regimientos se lanzaron hacia las brechas. El combate fue muy violento. En la brecha sur el ataque quedó desbaratado, teniendo que retirarse las tropas atacantes. Pero la brecha del este fue ganada. Poco a poco las tropas inglesas fueron empujando a los defensores y ganando terreno dentro de la ciudad. Llegaron refuerzos enviados por Cromwell y el ánimo de los defensores se hundió. La ciudad estaba tomada.
Cuando Cromwell entró en Drogheda estaba furioso: la visión de los muertos que se apilaban en las brechas —150 ingleses de su ejército perdieron la vida en el asalto y otros doscientos estaban heridos— le había sacado de quicio, por lo que dio orden de que no se diera cuartel alguno. Después escribiría al Parlamento: «En el calor del momento prohibí a los hombres que respetaran a nadie que hubiera portado armas» esa noche perecerían dos mil de los defensores de Drogheda.
Sir Arthur Aston se había hecho fuerte, junto con doscientos soldados, en un punto fortificado al este de a ciudad. Se rindió bajo palabra de que se respetaría la vida de las tropas bajo su mando. Los oficiales de Cromwell incumplieron lo pactado y dieron muerte a todos. Aston fue golpeado hasta morir con su propia pierna de madera, para mayor ignominia.
Las matanzas continuaron por los alrededores de la ciudad, dando caza a los supervivientes de la matanza y a cuantos les dieran refugio. Cromwell notificó al Parlamento que «había acabado con la vida de 60 oficiales, 220 soldados de caballería y 2.500 de infantería». Los prisioneros, unos cuatrocientos, fueron deportados a la isla de Barbados. Una muerte lenta y segura. Cromwell en su informe al Parlamento no menciona el saqueo de la población, las violaciones ni la muerte de unos 3.000 habitantes de Drogheda y alrededores. Las cabezas de los principales oficiales fueron enviadas a Dublín para ser exhibidas.
«Ha sido un recto juicio de Dios sobre esos desgraciados…», sentenció el inflexible puritano en su informe. La severidad de las medidas que tomó el Lord Protector sobre los irlandeses, y sobre los católicos en general, había ensanchado una brecha que ya existía y que marcaría las relaciones entre Inglaterra e Irlanda durante siglos.