¿Libre comercio o monopolio? El acalorado debate sobre el futuro del Imperio español
El fin del monopolio y el establecimiento del comercio libre en América fue una exigencia constante del gobierno británico a España
España, como otros imperios de la época, mantuvo en América un sistema de monopolio comercial. De acuerdo con las Leyes de Indias, los extranjeros tenían prohibido comerciar con las posesiones españolas de América. Esta medida protegía a los comerciantes españoles, al eliminar la competencia de otras potencias como Gran Bretaña, que se veía privada de los mercados hispanoamericanos. Por eso, el fin del monopolio y el establecimiento del comercio libre fue una exigencia constante del gobierno británico a España.
En 1817 los triunfos de Bolívar y San Martín habían colocado a España en una situación extrema. Gran parte de América estaba en rebeldía y había abierto los puertos al comercio extranjero ante la impotencia de la marina española para evitarlo. José Pizarro, el primer ministro de Fernando VII, consideraba que si Londres no intervenía en apoyo de España era imposible no perder el imperio. Pero para atraer el apoyo inglés, era necesario conceder el libre comercio. Esta propuesta produjo un acalorado debate dentro del Consejo de Estado, que reunía a los estadistas más relevantes de España.
Pizarro concedía que el libre comercio sería muy dañino para la economía española, pero no quedaba más remedio que darlo, pues tanto los extranjeros como los criollos rebeldes lo exigirían en cualquier negociación y, de todos modos, señalaba, con el contrabando ya existente «el comercio se está haciendo por todos menos por los españoles, y si no se concede, todos serán nuestros enemigos».
A ello se oponía el sector más absolutista, liderado por el ministro Juan Lozano de Torres, que consideraba el libre comercio «un paso el más decidido para perder las Américas». El ministro lamentaba «que se atropellen las antiguas instituciones y leyes sabias de Indias a pretexto de no poderse acomodar a las circunstancias del día y suscribe el sistema de nuestros mayores de alejar a los extranjeros de nuestras Américas». Su propuesta era que el comercio se siguiese haciendo en exclusiva por barcos españoles, pero pedía rebajar los aranceles para vender producto extranjero en América y producto americano en España, lo que crearía un mayor comercio con una marina mercantil fuerte y permitirá a América comprar barato y exportar más.
El debate fue tan feroz como complejo. Tras varios días de enfrentamientos en los que los bandos intentaron imponerse por todos los medios, finalmente el 15 de octubre se consiguió votar si debía concederse o no el libre comercio. En una confusa votación, finalmente se impuso la posición de Pizarro, aunque con varios votos favorables a ceder el libre comercio solo de forma temporal o limitada. Lozano se negó a dar su brazo a torcer, sin embargo, y tajantemente «insistió con viveza en que de ningún modo suscribiría a la libertad de comercio».
El acta de la reunión del Consejo del 18 de octubre de 1817 recoge casi textualmente el intercambio final entre los partidos. «¿Y si se concede qué nos queda de las Américas?» preguntó Lozano. Pizarro respondió que la Marina no podía evitar el contrabando, y que con esto al menos se sacaban aranceles:
«¿Y para quién sería en este caso la verdadera utilidad, para nosotros o para los extranjeros?», repuso Lozano. «Para los americanos y extranjeros principalmente, pero nuestra condición no mejoraría por no conceder lo que, por otra parte, se ve que no podemos evitar…» dijo Pizarro.
El resultado final de esta discusión fue inconcluso, pues aunque Pizarro se había impuesto inicialmente en la votación, Fernando VII se vio más convencido por las críticas de Lozano y decidió no ceder el monopolio comercial. España intentó reconquistar América por sus propios medios, sin ayuda británica, pero en 1820 la sublevación de las tropas del coronel Riego destinadas a Buenos Aires puso punto final a toda esperanza.